EMIL ZATOPEK: LA LOCOMOTORA HUMANA DE LAS OLIMPIADAS
Cecilia Ruiz de Ríos
“Y qué va poder esa patuleca hablar de maratonistas cuando ella no corre ni detrás del esposo... ¡lo que sé es que fue campeona de boxeo pijeando hombres en el colegio americano donde estudió!” fue el envidioso tributo que recibí recientemente de un “cronista deportivo” al saber que yo iba a hacer algunos artículos sobre héroes olímpicos.
Y por cierto, fue grande la roña que sintieron los políticos cuando tras el deceso de Emil Zatopek un 22 de noviembre del 2000, el estado checo le dio un funeral repleto de boato, quizás para tapar un poco las atrocidades que le hicieron mientras vivió…Dado que la mayor parte de los políticos son analfabestias que creen que al abrir un libro o un diario les puede dar cáncer o SIDA, al no leer ignoran que Emil Zatopek fue uno de los atletas más excelsos de la historia y uno de los mejores hijos que dio Checoslovaquia. Vamos a recordarlo ahora que la antorcha olímpica vuelve a estar en boga en Grecia 2004.
Emil Zatopek nació en lo que fue Checoslovaquia un 19 de septiembre de 1922, en el seno de una familia de extracción obrera. Fue el sexto retoñito de 8 muchachos de matrimonio Zatopek, y nunca daba la cobija para todos. Era feo, desmedradito y pálido, con unos oscuros ojos intensos de monito tití travieso. A los 16 años se metió a trabajar en una fábrica de calzado Bata, y fueron sus patronos quienes le patrocinaron su participación en una carrera de 1500 metros aunque el chico nunca había entrenado formalmente. No es de extrañarse que el flaco y fibroso adolescente quedara en un honroso segundo lugar entre los 100 participantes. Fue cuando se dio cuenta que había nacido para correr.
Ya para la década del cuarenta Emil se había destacado lo suficiente a nivel nacional como para participar en la selección que fue a los juegos europeos, y en 1948 lo encontramos, un poco cuaco aún por la falta de roce con los estadios internacionales, en Londres como parte de la delegación checa ante los primeros juegos olímpicos a celebrarse después de la cruenta II Guerra Mundial. A todos sorprende ganando primer lugar en los 10 mil metros y segundo en los 5 mil metros. Una compañera de equipo, Dana Ingrova, ya lo trae loco. Esta jabalinista checa, quien también nació un 19 de septiembre, va a convertirse en su esposa poco después en 1948, atando el lazo nupcial el día del cumpleaños de ambos. Dana estaría destinada a ganar medalla de oro en jabalina en Helsinki en 1952, y de plata en la misma disciplina en 1960 en Roma.
Dana y Emil, compenetrados en mesa, cama y deporte, serán obscenamente felices aunque les tocará amarse en la gloria y la fama tanto como en pobreza, ostracismo y hambre. Emil, quien al correr hacía unas muecas que oscilaban entre la placidez de santo, pasando por sonrisas orgásmicas hasta muecas casi de dolor de parto, llegaría a imponer tremendo récord a los juegos olímpicos de Helsinki en 1952. Aunque su doctor le había prohibido que participara en este gran evento porque Emil dos meses atrás casi se muere de una infección de glándulas, el testarudo flaco de 5 pies y ocho pulgadas no le hizo caso y en ocho días, se dio el lujo de imponer tres nuevos récords, ganando los 5 mil metros, 10 mil metros y el maratón. La prensa le bautizó como “el checo chimbarón” y “la locomotora humana”. Serían apenas tres de los 18 récords mundiales que impondría a lo largo de su agitada carrera.
Tras su participación en los juegos en Finlandia, Emil se hizo de dos grandes amigos: el gran corredor finés Paavo Nurmi, también gran leyenda de los Juegos Olímpicos, y la periodista y novelista hindú Kamala Napurdalah. Paavo le dio abundantes consejos para mejorar su resistencia y Kamala lo fotografió en miles de veces, muchas de ellas cuando corría haciendo sus célebres muecas. Kamala luego denunciaría ante la opinión mundial las barbaridades a las que el régimen pro soviético de Checoslovaquia sometería al atleta por el grave delito de amar con locura a su país. También lo inmortalizaría en 1956 en su conocido cuento “Los Pies del Terruño”, con el cual hasta el pintoresco premier ruso Nikita Kruschev botó la gorra tras leerlo.
De vuelta en su patria, Emil hizo lo que estaba de moda entre los grandes atletas de países comunistas y se metió al ejército. Le dieron rango de coronel, carro, vivienda, privilegios y distinciones. Hasta un perro de lujo le regalaron, sin saber que los descendientes de este pobre can luego pasarían aprietos por sobrevivir cuando Emil ya fue mal visto por el gobierno totalitario. Sin embargo, este atleta no estaba contento. Sin dejar de ser lenguaraz, criticó la intervención de los rusos en su país y como buen patriota opinó que Checoslovaquia debía ser para los checos y que los comunistas rusos no debían de asfixiar a los intelectuales y atletas. Cuando le fueron con el cuecho a los rusos, el gobierno checo despojó de todo al “tapudo” Emil y lo remitieron a lavar inodoros, entre otras tareas denigrantes. Al verse despojado de su techo, Emil y Dana debieron vivir en un humilde carromato para mientras pudieran conseguir una modesta vivienda en el campo. En 1955, invencible siempre, había impuesto los dos últimos récords atléticos.
Para 1998, después que al inicio de la década cayó el bloque soviético como un queque desmoronado por contener demasiadas cucarachas blanqueadas y almendritas podridas, el gobierno del presidente Vaclav Havel quiso sacarlo de la ignominia y le restituyeron honores, dándole una medalla llamada Orden del León Blanco, quizás para borrar que Emil se había pasado muchos días “en blanco” y casi sin comer cuando los rusos interventores lo tenían en profunda desgracia por ser patriota. Pero el daño estaba más que hecho. La salud de Emil ya se había deteriorado. Estuvo en hospitales a causa de una neumonía y una cadera rota.
El 30 de octubre del 2000, ya siendo un frágil viejito de 78 años a quien hasta le habían negado la digna jubilación que todo adulto mayor merece (rara “coincidencia” cruel con nuestro generoso segurito social en Nicaragua?), le dio una apoplejía y lo recibieron en el hospital militar de Praga. Murió el 22 de noviembre del mismo año. Colmados de complejos de culpa, ignoraron que Agatón ya había dicho que ni los dioses pueden cambiar el pasado. El gran funeral digno de un jefe de estado solo sirvió para atizar envidias y comentarios de politiqueros basurosos quienes hubieran deseado para ellos mismos una despedida de tamaña monta.
Miles lloraron ante la desaparición física de un hombre cuyos méritos le colocan a la par de grandes como el indio gringo Jim Torpe(a quien también lo humillaron en vida), el finés Paavo Nurmi, y los etíopes Abebe Bikila y Mamo Wolde. Sin embargo, la rapidez, resistencia y expresiones únicas de Emil Zatopek siguen siendo inmortales y no solo en su la patria de Alphonse Mucha, Bédrich Smétana y Antonin Dvorák que le vio nacer y a la cual adoró hasta las últimas consecuencias al mismo nivel del más grande de sus patriotas.
Cecilia Ruiz de Ríos
“Y qué va poder esa patuleca hablar de maratonistas cuando ella no corre ni detrás del esposo... ¡lo que sé es que fue campeona de boxeo pijeando hombres en el colegio americano donde estudió!” fue el envidioso tributo que recibí recientemente de un “cronista deportivo” al saber que yo iba a hacer algunos artículos sobre héroes olímpicos.
Y por cierto, fue grande la roña que sintieron los políticos cuando tras el deceso de Emil Zatopek un 22 de noviembre del 2000, el estado checo le dio un funeral repleto de boato, quizás para tapar un poco las atrocidades que le hicieron mientras vivió…Dado que la mayor parte de los políticos son analfabestias que creen que al abrir un libro o un diario les puede dar cáncer o SIDA, al no leer ignoran que Emil Zatopek fue uno de los atletas más excelsos de la historia y uno de los mejores hijos que dio Checoslovaquia. Vamos a recordarlo ahora que la antorcha olímpica vuelve a estar en boga en Grecia 2004.
Emil Zatopek nació en lo que fue Checoslovaquia un 19 de septiembre de 1922, en el seno de una familia de extracción obrera. Fue el sexto retoñito de 8 muchachos de matrimonio Zatopek, y nunca daba la cobija para todos. Era feo, desmedradito y pálido, con unos oscuros ojos intensos de monito tití travieso. A los 16 años se metió a trabajar en una fábrica de calzado Bata, y fueron sus patronos quienes le patrocinaron su participación en una carrera de 1500 metros aunque el chico nunca había entrenado formalmente. No es de extrañarse que el flaco y fibroso adolescente quedara en un honroso segundo lugar entre los 100 participantes. Fue cuando se dio cuenta que había nacido para correr.
Ya para la década del cuarenta Emil se había destacado lo suficiente a nivel nacional como para participar en la selección que fue a los juegos europeos, y en 1948 lo encontramos, un poco cuaco aún por la falta de roce con los estadios internacionales, en Londres como parte de la delegación checa ante los primeros juegos olímpicos a celebrarse después de la cruenta II Guerra Mundial. A todos sorprende ganando primer lugar en los 10 mil metros y segundo en los 5 mil metros. Una compañera de equipo, Dana Ingrova, ya lo trae loco. Esta jabalinista checa, quien también nació un 19 de septiembre, va a convertirse en su esposa poco después en 1948, atando el lazo nupcial el día del cumpleaños de ambos. Dana estaría destinada a ganar medalla de oro en jabalina en Helsinki en 1952, y de plata en la misma disciplina en 1960 en Roma.
Dana y Emil, compenetrados en mesa, cama y deporte, serán obscenamente felices aunque les tocará amarse en la gloria y la fama tanto como en pobreza, ostracismo y hambre. Emil, quien al correr hacía unas muecas que oscilaban entre la placidez de santo, pasando por sonrisas orgásmicas hasta muecas casi de dolor de parto, llegaría a imponer tremendo récord a los juegos olímpicos de Helsinki en 1952. Aunque su doctor le había prohibido que participara en este gran evento porque Emil dos meses atrás casi se muere de una infección de glándulas, el testarudo flaco de 5 pies y ocho pulgadas no le hizo caso y en ocho días, se dio el lujo de imponer tres nuevos récords, ganando los 5 mil metros, 10 mil metros y el maratón. La prensa le bautizó como “el checo chimbarón” y “la locomotora humana”. Serían apenas tres de los 18 récords mundiales que impondría a lo largo de su agitada carrera.
Tras su participación en los juegos en Finlandia, Emil se hizo de dos grandes amigos: el gran corredor finés Paavo Nurmi, también gran leyenda de los Juegos Olímpicos, y la periodista y novelista hindú Kamala Napurdalah. Paavo le dio abundantes consejos para mejorar su resistencia y Kamala lo fotografió en miles de veces, muchas de ellas cuando corría haciendo sus célebres muecas. Kamala luego denunciaría ante la opinión mundial las barbaridades a las que el régimen pro soviético de Checoslovaquia sometería al atleta por el grave delito de amar con locura a su país. También lo inmortalizaría en 1956 en su conocido cuento “Los Pies del Terruño”, con el cual hasta el pintoresco premier ruso Nikita Kruschev botó la gorra tras leerlo.
De vuelta en su patria, Emil hizo lo que estaba de moda entre los grandes atletas de países comunistas y se metió al ejército. Le dieron rango de coronel, carro, vivienda, privilegios y distinciones. Hasta un perro de lujo le regalaron, sin saber que los descendientes de este pobre can luego pasarían aprietos por sobrevivir cuando Emil ya fue mal visto por el gobierno totalitario. Sin embargo, este atleta no estaba contento. Sin dejar de ser lenguaraz, criticó la intervención de los rusos en su país y como buen patriota opinó que Checoslovaquia debía ser para los checos y que los comunistas rusos no debían de asfixiar a los intelectuales y atletas. Cuando le fueron con el cuecho a los rusos, el gobierno checo despojó de todo al “tapudo” Emil y lo remitieron a lavar inodoros, entre otras tareas denigrantes. Al verse despojado de su techo, Emil y Dana debieron vivir en un humilde carromato para mientras pudieran conseguir una modesta vivienda en el campo. En 1955, invencible siempre, había impuesto los dos últimos récords atléticos.
Para 1998, después que al inicio de la década cayó el bloque soviético como un queque desmoronado por contener demasiadas cucarachas blanqueadas y almendritas podridas, el gobierno del presidente Vaclav Havel quiso sacarlo de la ignominia y le restituyeron honores, dándole una medalla llamada Orden del León Blanco, quizás para borrar que Emil se había pasado muchos días “en blanco” y casi sin comer cuando los rusos interventores lo tenían en profunda desgracia por ser patriota. Pero el daño estaba más que hecho. La salud de Emil ya se había deteriorado. Estuvo en hospitales a causa de una neumonía y una cadera rota.
El 30 de octubre del 2000, ya siendo un frágil viejito de 78 años a quien hasta le habían negado la digna jubilación que todo adulto mayor merece (rara “coincidencia” cruel con nuestro generoso segurito social en Nicaragua?), le dio una apoplejía y lo recibieron en el hospital militar de Praga. Murió el 22 de noviembre del mismo año. Colmados de complejos de culpa, ignoraron que Agatón ya había dicho que ni los dioses pueden cambiar el pasado. El gran funeral digno de un jefe de estado solo sirvió para atizar envidias y comentarios de politiqueros basurosos quienes hubieran deseado para ellos mismos una despedida de tamaña monta.
Miles lloraron ante la desaparición física de un hombre cuyos méritos le colocan a la par de grandes como el indio gringo Jim Torpe(a quien también lo humillaron en vida), el finés Paavo Nurmi, y los etíopes Abebe Bikila y Mamo Wolde. Sin embargo, la rapidez, resistencia y expresiones únicas de Emil Zatopek siguen siendo inmortales y no solo en su la patria de Alphonse Mucha, Bédrich Smétana y Antonin Dvorák que le vio nacer y a la cual adoró hasta las últimas consecuencias al mismo nivel del más grande de sus patriotas.
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