Emperador José II de Habsburgo

Emperador José II de Habsburgo
Al volante de la Máquina del Tiempo

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Yo soy el Emperador José II de Habsburgo, gato quien gobierna desde el éter a su madre humana, la historiadora nicaragüense Cecilia.Hoy que se cumplen 6 años de mi ingreso triunfal al paraìso gatuno,donde fui coronado como emperador, mi madre hizo este blog en honor a mi memoria. Aquí voy recopilando el trabajo de mi madre en tres categorías: temas de la historia, personajes célebres y su obra cuentística y filosófica. Cualquier pregunta que deseen aclarar, tenéis el email cecilmundo@gmail.com para hacerlo. Ahora, a servirse la mesa.Bon appetit! Emperador José II de Habsburgo

Emperador navegando en su máquina del tiempo

Emperador navegando en su máquina del tiempo
en brazos de mi partera

domingo, 20 de abril de 2008

Bayaceto I El Rayo


El Padre de los sherbets

Cecilia Ruiz de Ríos
Tras tres días de tener pesadillas con cielos crepusculares y un hombre barbudo persiguiéndome con la tapa de los sesos abierta, decidí que me salía más barato de una vez por todas complacer a mi “visitante nocturno” y sacar el artículo sobre su atribulada vida. Bayaceto I el Rayo, gran sultán otomano, figura entre los hombres más acumuladores de dolor de toda la historia, sin embargo, a él le debe­mos las nieves de frutas y la solidez de la raza Angora de gatos turcos peludos.
Bayaceto vino al mundo a inicios de diciembre de 1360, siendo hijo del sultán otomano Murad I y su ado­rada Gulchichek Khatum, una beldad de ojos grises y figura de Miss Universo. Ba­yaceto nació con el cordón umbilical enroscado en torno al cuello, y casi se muere ahorcado antes de poder pegar su primer grito. Bayaceto desde pequeñito mostró gran inclinación por la historia, las letras y la cocina, y tuvo los mejores tutores que el dinero pudiera conse­guir. Un judío llamado Yusef fue su maestro de culinaria, y de él Bayaceto aprendería a producir deliciosos pos­tres. Al llegar a la adoles­cencia, la belleza del mu­chacho floreció. Ya a los catorce años, mientras le tocaba hacer de regente pues su papi andaba en campaña militar, osten­taba un rostro redondo, ojos grises azula­dos, barba tupida y cabellos castaño rojizo. Tenía excelente musculatura y buena esta­tura, interesándose tanto por la ciencia y la veterinaria que comenzó a experimentar con sus propios gatos de angora, cruzándo­les entre sí hasta mejorar la raza a su punto óptimo. Poseedor de una voz melodiosa de barítono y buen calígrafo, también logró la excelencia en sus estudios militares y apenas tenía 16 años cuando le apodaron Yildrim, lo cual significa rayo. La velocidad para planificar combates le llevaría a ser te­mido en los campos de batalla. En 1389, a los 29 años de edad, su padre falleció y Ba­yaceto comenzó su reinado. Para asegurar­se que nadie le fuera a estorbar, se deshizo de su hermano Yakub estrangulándole.

En 1391 Ianzó una invasión contra Karama­nia, el cual era un emirato potente dentro de la península de Anatolia (hoy en día Tur­quía). Para 1395 Bayaceto había absorbido buena parte de los emiratos menores, sin olvidar que desde 1891 Bayaceto era quien tras atacar Constantinopla, quitaba y ponía emperadores bizantinos con la frecuencia que se cambiaba el turbante. También ex­traía grueso tributo de los decadentes bi­zantinos. Uno de los grandes triunfos milita­res le aguardaba a Bayaceto en 1396 en la que fue llamado la Gran Cruzada de Nicópolis. El rey Segis­mundo de Hungría, apoyado por varios mandamases de los Balcanes y por tro­pas francesas, ale­manas e inglesas y con la bendición de los papas de Avignon y Roma, le echaron la vaca a los turcos. Las tropas cristianas se juntaron con gran pompa en la ciudad de Buda y bajaron a lo largo del Danubio (que todavía era azul) hasta Nicópolis.

El 25 de septiembre las tropas turcas y las huestes europeas chocaron a 4 millas de Nicópolis. Los im­prudentes cristianos avanzaron y aunque al inicio parecían llevar la ventaja, los oto­manos pronto los deschincacaron y se esti­ma que cada lado perdió alrededor de 20 mil soldados.

Un año después Bayaceto se asomaba por Grecia y aunque llegó con su ejército hasta Corinto, no quiso tomarse Atenas. Bayace­to seguía siendo duro de roer, y por eso pudo durante su sultanato apagar los brotes rebeldes en Anatolia. En 1397 el obispo de Salona lo invitó a salvar al pueblo de la tiranía y Bayaceto se comió de paso a Sill­vri, Morea y Atica, anteriormente posesio­nes bizantinas. Todos estos ánimos expan­sionistas de Bayaceto le granjearon el odio del líder tártaro Tamerlán, quien ya estaba rascándose Ia barba de disgusto pensando que Bayaceto podría tener antojo de co­merse sus posesiones. Tamerlán ofreció re­fugio a los rebeldes que se alzaran contra Bayaceto. Bayaceto furioso se fue a la guerra contra Tamerlán pero esta vez le sa­1ió todo mal. En julio de 1402 perdió la batalla de Angora cerca de lo que hoy es la capital turca. Tamerlán quiso hacer un ejemplo de Bayaceto y tras capturarlo lo sometió a diversas humillaciones. Primero le encerró en una jaula de fuertes barrotes, luego le despellejó viva a la princesa Zulei­ka, una aguerrida guerrera serbia que mu­chos juran (con mi mala lengua a la cabeza) que era concubina de Bayaceto, y para colmo de males se lo llevó consigo al sul­tán. Enjaulado, Bayaceto comenzó a pade­cer de ataques maniático depresivos y en un ataque de claustrofobia, tras siete meses de tabo, un 8 de marzo de 1403 arremetiendo contra los barrotes de su jaula para suici­darse destapándose la cabeza. La muerte del sultán -a los 43 años de edad-al vaciar­se el encéfalo por un gran agujero en el cráneo figura entre las más escalofriantes de la historia.

Su cuerpo fue devuelto por Tamerlán y fue enterrado en Bursa en un mausoleo. Tras la muerte de Bayaceto, sus hijos se dispu­taron el poder. Bayaceto había tenido 6 varones y una niña llamada Sultana Fátima, quien era objeto de su viva adoración. Cu­riosamente, como padre Bayaceto había logrado ser tan feliz a como no lo fue en el amor, ya que fue inmensamente desdichado cuando le dieron por esposa a Olivera La­zarevic, hermana del gobernante Esteban Lazarevic de Serbia. Esta mujer, de gran­des ojos pardos y ojeras sensuales, nunca supo apreciar a Bayaceto y a menudo lo trató de matar. Su regio cuñado, sin embargo, le amó tan tiernamente que le dedicó poemas, y no faltan quienes afirmen que tuvieron un devaneo gay. Mousa Chelebi, Solyman Chelebi, Isa Chelebi, Mehmet Chelebi, Er­toughroul Chelebi y Kasim Chelebi, todos hijos de Bayaceto, habían estado esperan­do como agua de mayo que su padre se fuera del mundo para pelearse por el poder. Mehmet derrotó a su hermano Mousa para reinar sobre las posesiones asiáticas, mientras que Solimán se hizo sultán del territorio europeo. Tras luchas entre Mehmet y Solyman el primero logró quedarse con el poder, y posteriormente tanto Solimán como Mousa fueron eliminados por Mehmet.

Bayaceto fue un hombre polifacético. Gus­taba de la alta cocina, siendo el padre de las nieves de fruta. Buen poeta y calígrafo, pasaba horas leyendo. Amante de los ani­males, entrenaba con dulzura a sus caba­llos y logró mejorar la raza de los gatos de angora. Sensual y atractivo, decidió que perdía su tiempo tratando de conquistar a la indoma­ble Olivera, por lo tanto sus correrías en el harén fueron legendarias. Se cree que so­lamente se dio el lujo de enamorarse de Zuleika, una guerrera serbia que se le unió a sus huestes tras la Cruzada de Ni­cópolis.



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