LA MUJER A QUIEN LE REBALSO EL GUSTO:
ISABELLA DE PARMA
Cecilia Ruiz de Ríos
Si yo hubiera vivido en Austria en el siglo XVIII, hubiera hecho hasta la oración del puro para conocer al emperador José II de Habsburgo y hubiera pagado incluso por ser su criada. Sin embargo la hermosa princesa italiana Isabella de Parma acabó siendo su esposa a través de una boda por conveniencia, pero le rebalsó tanto el gusto que se le “volteó la tortilla”. Isabella Ma. Luisa Antonieta Fernanda Josefina vino al mundo en Madrid el 31 de diciembre de 1741, hija del príncipe español Felipe-quien ostentaba el ducado de Parma como propiedad en Italia- y la francesa Elisabeth , la única hija del donjuanesco rey galo Luis XV a quien permitieron contraer nupcias. Los regios padres de la niña no era precisamente una pareja de tortolitos eróticos, y durante 10 años Isabella fue el único retoño hasta que nacieron Fernando y Ma. Luisa en 1751.Al arribar a los 18 años de edad, la adolescente grácil, bonita y encantadora en que se convirtió Isabella debió ser considerada a nivel europeo como una chica casadera muy codiciada. Finalmente fue seleccionada para matrimoniarse con José de Habsburgo, varoncito mayor de la muy trabajadora emperatriz austríaca Ma. Teresa. Isabella y el archiduque heredero de la corona de Austria José se casaron por poderes inicialmente en la catedral de Padua.
Poco después la muchacha se despidió de su familia y fue escoltada con mucho boato hacia Viena por el príncipe José Wenzel de Liechtenstein. Una vez en Viena, ataron nuevamente el lazo en medio de grandes festividades el 16 de octubre de 1760, incluso estrenando una obra de Bach para los esponsales. El aspecto dulce y agradable del joven José le agradó mucho a Isabella, pero la seriedad, las ideas progresistas y la erudición del nuevo consorte asustaron mucho a la chica. Isabella, aunque no era una chica fresa y tenía sus méritos intelectuales ya que le encantaba la filosofía y las matemáticas, le tuvo miedo. Aunque ella tocaba bien el violín y él tenía bastante talento musical, José no era buen conversador y detestaba hablar de trivialidades. Se sentía incómodo entre mujeres. Isabella hizo lo imposible por congraciarse con su marido, y se dio por enterada que si alguna vez le mentía-aunque fuera en algo mínimo-perdería para siempre la confianza de su autoritario y mortalmente honesto marido. José acabó enamorándose profundamente de su esposa, algo pocas veces sucedido en matrimonios de estado.
Isabella nunca pudo apasionarse por el gentil José, quien siempre fue adorado por el pueblo. Pero sí sintió una creciente llama erótica por Mizzerl, una de las hermanas de José. Esta chela princesa, quien en realidad se llamaba Ma. Cristina, era inteligente, osada, astuta y gozaba de alto sentido del humor. Isabella se enamoró como adolescente y seguía a su cuñada hasta al retrete.
José por su parte estaba tan ocupado en asuntos de estado firmando decreto tras decreto para liberar a siervos, proteger a judíos, despojar a la iglesia católica de sus privilegios, apoyar a los campesinos, fomentar la libertad de cultos y hasta romperles el negocio sucio a los operadores de funerarias obligando a reciclar los ataúdes que ni se enteraba que su perfecta esposa y su hermanita estaban teniendo uno de los romances sáficos más acalorados de la historia. En una de las cartas Isabella le confiesa su amor lesbiano a su cuñada,” Te escribo de nuevo, cruel hermana, aunque apenas nos acabamos de despedir.
No soporto esperar sin que me digas qué destino tienes para mí, quiero saber si merezco como persona tu amor o si te gustaría mejor que me lance al río. No puedo pensar en nada más. Me siento profundamente enamorada. Si tan solo supiera por qué esto es así, pues tu no tienes merced de mí y no debería de amarte, pero no puedo contenerme.” En otra misiva, la apasionada Isabella confesaba a su amante-cuñada,”Me ha sido dicho que el día comienza con Dios, sin embargo, yo comienzo el día pensando en el objeto de mi amor, pues solo pienso en ella.”
Las muchachas debían esconder sus pensamientos y caricias, ya que vivían en una de las cortes más tiesas, gazmoñas e hipócritas de todos los tiempos. En su diario se quejaba agriamente del destino de las linajudas, quienes debían dejar su hogar para ir a obedecer a un hombre cuyo carácter no entendían y cuyos instintos sexuales debían complacer si chistar. Isabella detestaba la parte física de su relación con José. La consideraba pecaminosa y detestaba los resultados de ella. Padecía de una frigidez constante que perdía como por arte de magia cuando Mizzerl la tocaba. José, quien adoraba a su esposa y estaba tan infatuado con ella como un colegial, creía que la frialdad y reserva de Isabella en la cama se debía a pudor y modestia, sin sospechar que cuando su esposa se iba al lecho con Mizzerl se transformaba en una tigresa en llamas.
A fines de 1761 Isabella quedó por fin encinta. Padecía de jaquecas, fatiga, mareos y los matasanos de entonces decidieron sangrarla para “mejorar las cosas”.El 20 de marzo de 1762 tras un largo y agotador parto, con José tomando su mano como buen esposo, Isabella trajo al mundo a su hijita Teresa.Tras el parto, Isabella cayó en profunda depresión post -parto y le tomó 6 meses de mimos, molicie, sopas de pollo y malacrianzas para salirse de la cama.Igual que sucediera con su abuelo paterno Felipe V de España, Isabella comenzó a agravarse en su melancolía. José, ahora más enamorado pues su esposa por fin lo había hecho papi, ni se percataba de nada por estar mimando a la niña. Isabella comenzó a decirle a sus damas de honor que pronto moriríay que la niña la seguiría poco después al hoyo.
En sus cartas hablaba de la muerte como algo beneficioso y dulce, dando a entrever que si no se suicidaba era porque era contra la religión y tenía pavor de rostizarse sin sal en el infierno como brocheta para el diablo. Afirmaba oír voces de muerte que la llamaban. A fines de 1762 Isabella tuvo dos abortos espontáneos uno tras otro, lo cual la puso de peor humor. No ayudaba que la potente suegra de la muchacha, la fértil Ma. Teresa, le dijera con franqueza que necesitaba un heredero varón y que el parto no mataba a nadie pues ella había sobrevivido a más de una docena. A José la pragmática y lenguaraz emperatriz le dijo que una vez preñada Isabella, fuera a meter “el órgano de pasiones” en un balde de agua helada para evitar más abortos espontáneos.
El 12 de diciembre de 1782 Juana, una hermana de José, murió de viruela a los doce año de edad y el luto de la corte incrementó la obsesión de Isabella con la “calaca”. A inicios de 1763 le escribía a su amadísima Mizzerl que “no sobreviviría a las festividades del año Nuevo, mi vigor se me va, mi salud palidece, y te extraño.” Pronto Isabella estaba encinta nuevamente, pues José no le obedecía ni a su buena madre que lo parió en cuanto a no ejercer sus derechos maritales. La emperatriz declaró reposo total para Isabella y amenazó con zurrar el público a José si la tocaba de nuevo.
Tras 6 meses de panza, Isabella pescó viruela. José había quedado inmune pues de chico tuvo un caso benigno de tal dolencia,y se dedicó a cuidar personalmente a su gestante enferma. El 22 de noviembre la pobre mujer parió una niña, quien murió poquito después. Isabella murió 5 días después del parto a la edad de 21 añitos. José estaba loco de dolor. Pero al no haber heredero macho, la emperatriz Ma. Teresa no respetó ni el período de luto para imponerle a su hijo que buscara nueva esposa. En enero de 1765 lo casaron con la picuda y fea Josefa de Bavaria, quien parecía pocoyo con lepra. José la aborreció desde el inicio, se cree que no copuló con ella porque no funcionó (“no hay parte de ella que no tenga ronchas y espinillas...hasta ahí tiene furúnculos! No podré tener hijos con ese pobre adefesio!” escribió el atribulado José en su diario).
Para huir de su triste destino, José II pasó todo el tiempo viajando hasta que Josefa se murió en 1767. Josefa también fue ultimada por la viruela.Mizzerl, la amante de Isabella, disimuló muy bien su dolor. Rebelde y contestona, rehusó casarse hasta que encontró a un pretendiente de su agrado: el príncipe Alberto de Sajonia. En 1766 se casó con él y pareció olvidar su agitado pasado lésbico, dedicada a ser feliz con su chele. La única hija de Isabella, le gentil Teresita, alivió un poco la soledad de José mientras vivió, pero la niñita murió de neumonía el 23 de enero de 1770. José, destrozado ante tanta tragedia, se negó en redondo a casarse de nuevo y sus concubinas ocasionales le duraron muy poco, ya que se hizo frío y hosco.
Jamás volvió a amar a nadie con la pasión y ternura que le motivó Isabella, sin haber averiguado jamás que a su esposa le rebalsó el gusto al enamorarse de otra mujer y jamás de él, quien siendo uno de los hombres más eruditos, sabios, progresistas y buenos de toda la historia, hubiera merecido ser obscenamente feliz en el amor. Cuando José II murió solo y triste en circunstancias nunca esclarecidas en 1790, aún andaba consigo un dije con la foto de Isabella.
ISABELLA DE PARMA
Cecilia Ruiz de Ríos
Si yo hubiera vivido en Austria en el siglo XVIII, hubiera hecho hasta la oración del puro para conocer al emperador José II de Habsburgo y hubiera pagado incluso por ser su criada. Sin embargo la hermosa princesa italiana Isabella de Parma acabó siendo su esposa a través de una boda por conveniencia, pero le rebalsó tanto el gusto que se le “volteó la tortilla”. Isabella Ma. Luisa Antonieta Fernanda Josefina vino al mundo en Madrid el 31 de diciembre de 1741, hija del príncipe español Felipe-quien ostentaba el ducado de Parma como propiedad en Italia- y la francesa Elisabeth , la única hija del donjuanesco rey galo Luis XV a quien permitieron contraer nupcias. Los regios padres de la niña no era precisamente una pareja de tortolitos eróticos, y durante 10 años Isabella fue el único retoño hasta que nacieron Fernando y Ma. Luisa en 1751.Al arribar a los 18 años de edad, la adolescente grácil, bonita y encantadora en que se convirtió Isabella debió ser considerada a nivel europeo como una chica casadera muy codiciada. Finalmente fue seleccionada para matrimoniarse con José de Habsburgo, varoncito mayor de la muy trabajadora emperatriz austríaca Ma. Teresa. Isabella y el archiduque heredero de la corona de Austria José se casaron por poderes inicialmente en la catedral de Padua.
Poco después la muchacha se despidió de su familia y fue escoltada con mucho boato hacia Viena por el príncipe José Wenzel de Liechtenstein. Una vez en Viena, ataron nuevamente el lazo en medio de grandes festividades el 16 de octubre de 1760, incluso estrenando una obra de Bach para los esponsales. El aspecto dulce y agradable del joven José le agradó mucho a Isabella, pero la seriedad, las ideas progresistas y la erudición del nuevo consorte asustaron mucho a la chica. Isabella, aunque no era una chica fresa y tenía sus méritos intelectuales ya que le encantaba la filosofía y las matemáticas, le tuvo miedo. Aunque ella tocaba bien el violín y él tenía bastante talento musical, José no era buen conversador y detestaba hablar de trivialidades. Se sentía incómodo entre mujeres. Isabella hizo lo imposible por congraciarse con su marido, y se dio por enterada que si alguna vez le mentía-aunque fuera en algo mínimo-perdería para siempre la confianza de su autoritario y mortalmente honesto marido. José acabó enamorándose profundamente de su esposa, algo pocas veces sucedido en matrimonios de estado.
Isabella nunca pudo apasionarse por el gentil José, quien siempre fue adorado por el pueblo. Pero sí sintió una creciente llama erótica por Mizzerl, una de las hermanas de José. Esta chela princesa, quien en realidad se llamaba Ma. Cristina, era inteligente, osada, astuta y gozaba de alto sentido del humor. Isabella se enamoró como adolescente y seguía a su cuñada hasta al retrete.
José por su parte estaba tan ocupado en asuntos de estado firmando decreto tras decreto para liberar a siervos, proteger a judíos, despojar a la iglesia católica de sus privilegios, apoyar a los campesinos, fomentar la libertad de cultos y hasta romperles el negocio sucio a los operadores de funerarias obligando a reciclar los ataúdes que ni se enteraba que su perfecta esposa y su hermanita estaban teniendo uno de los romances sáficos más acalorados de la historia. En una de las cartas Isabella le confiesa su amor lesbiano a su cuñada,” Te escribo de nuevo, cruel hermana, aunque apenas nos acabamos de despedir.
No soporto esperar sin que me digas qué destino tienes para mí, quiero saber si merezco como persona tu amor o si te gustaría mejor que me lance al río. No puedo pensar en nada más. Me siento profundamente enamorada. Si tan solo supiera por qué esto es así, pues tu no tienes merced de mí y no debería de amarte, pero no puedo contenerme.” En otra misiva, la apasionada Isabella confesaba a su amante-cuñada,”Me ha sido dicho que el día comienza con Dios, sin embargo, yo comienzo el día pensando en el objeto de mi amor, pues solo pienso en ella.”
Las muchachas debían esconder sus pensamientos y caricias, ya que vivían en una de las cortes más tiesas, gazmoñas e hipócritas de todos los tiempos. En su diario se quejaba agriamente del destino de las linajudas, quienes debían dejar su hogar para ir a obedecer a un hombre cuyo carácter no entendían y cuyos instintos sexuales debían complacer si chistar. Isabella detestaba la parte física de su relación con José. La consideraba pecaminosa y detestaba los resultados de ella. Padecía de una frigidez constante que perdía como por arte de magia cuando Mizzerl la tocaba. José, quien adoraba a su esposa y estaba tan infatuado con ella como un colegial, creía que la frialdad y reserva de Isabella en la cama se debía a pudor y modestia, sin sospechar que cuando su esposa se iba al lecho con Mizzerl se transformaba en una tigresa en llamas.
A fines de 1761 Isabella quedó por fin encinta. Padecía de jaquecas, fatiga, mareos y los matasanos de entonces decidieron sangrarla para “mejorar las cosas”.El 20 de marzo de 1762 tras un largo y agotador parto, con José tomando su mano como buen esposo, Isabella trajo al mundo a su hijita Teresa.Tras el parto, Isabella cayó en profunda depresión post -parto y le tomó 6 meses de mimos, molicie, sopas de pollo y malacrianzas para salirse de la cama.Igual que sucediera con su abuelo paterno Felipe V de España, Isabella comenzó a agravarse en su melancolía. José, ahora más enamorado pues su esposa por fin lo había hecho papi, ni se percataba de nada por estar mimando a la niña. Isabella comenzó a decirle a sus damas de honor que pronto moriríay que la niña la seguiría poco después al hoyo.
En sus cartas hablaba de la muerte como algo beneficioso y dulce, dando a entrever que si no se suicidaba era porque era contra la religión y tenía pavor de rostizarse sin sal en el infierno como brocheta para el diablo. Afirmaba oír voces de muerte que la llamaban. A fines de 1762 Isabella tuvo dos abortos espontáneos uno tras otro, lo cual la puso de peor humor. No ayudaba que la potente suegra de la muchacha, la fértil Ma. Teresa, le dijera con franqueza que necesitaba un heredero varón y que el parto no mataba a nadie pues ella había sobrevivido a más de una docena. A José la pragmática y lenguaraz emperatriz le dijo que una vez preñada Isabella, fuera a meter “el órgano de pasiones” en un balde de agua helada para evitar más abortos espontáneos.
El 12 de diciembre de 1782 Juana, una hermana de José, murió de viruela a los doce año de edad y el luto de la corte incrementó la obsesión de Isabella con la “calaca”. A inicios de 1763 le escribía a su amadísima Mizzerl que “no sobreviviría a las festividades del año Nuevo, mi vigor se me va, mi salud palidece, y te extraño.” Pronto Isabella estaba encinta nuevamente, pues José no le obedecía ni a su buena madre que lo parió en cuanto a no ejercer sus derechos maritales. La emperatriz declaró reposo total para Isabella y amenazó con zurrar el público a José si la tocaba de nuevo.
Tras 6 meses de panza, Isabella pescó viruela. José había quedado inmune pues de chico tuvo un caso benigno de tal dolencia,y se dedicó a cuidar personalmente a su gestante enferma. El 22 de noviembre la pobre mujer parió una niña, quien murió poquito después. Isabella murió 5 días después del parto a la edad de 21 añitos. José estaba loco de dolor. Pero al no haber heredero macho, la emperatriz Ma. Teresa no respetó ni el período de luto para imponerle a su hijo que buscara nueva esposa. En enero de 1765 lo casaron con la picuda y fea Josefa de Bavaria, quien parecía pocoyo con lepra. José la aborreció desde el inicio, se cree que no copuló con ella porque no funcionó (“no hay parte de ella que no tenga ronchas y espinillas...hasta ahí tiene furúnculos! No podré tener hijos con ese pobre adefesio!” escribió el atribulado José en su diario).
Para huir de su triste destino, José II pasó todo el tiempo viajando hasta que Josefa se murió en 1767. Josefa también fue ultimada por la viruela.Mizzerl, la amante de Isabella, disimuló muy bien su dolor. Rebelde y contestona, rehusó casarse hasta que encontró a un pretendiente de su agrado: el príncipe Alberto de Sajonia. En 1766 se casó con él y pareció olvidar su agitado pasado lésbico, dedicada a ser feliz con su chele. La única hija de Isabella, le gentil Teresita, alivió un poco la soledad de José mientras vivió, pero la niñita murió de neumonía el 23 de enero de 1770. José, destrozado ante tanta tragedia, se negó en redondo a casarse de nuevo y sus concubinas ocasionales le duraron muy poco, ya que se hizo frío y hosco.
Jamás volvió a amar a nadie con la pasión y ternura que le motivó Isabella, sin haber averiguado jamás que a su esposa le rebalsó el gusto al enamorarse de otra mujer y jamás de él, quien siendo uno de los hombres más eruditos, sabios, progresistas y buenos de toda la historia, hubiera merecido ser obscenamente feliz en el amor. Cuando José II murió solo y triste en circunstancias nunca esclarecidas en 1790, aún andaba consigo un dije con la foto de Isabella.
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