El ELEFANTE MÁS LINDO Y RENTABLE DEL MUNDO
Cecilia Ruiz de Ríos
Jumbo hoy en día es sinónimo de la palabra gigantesca, enorme. Pero en la historia, hubo un elefante pichón llamado así que fue la estrella mejor promovida del circo.
Phineas T. Barnum fue una maravilla del entretenimiento en el siglo XIX. A él se le debe el concepto del circo a como le conocemos hoy. Barnum era ávido lector de cuanto periódico caía en sus manos, y fue así como se dio cuenta que un gran paquidermo llamado Jumbo estaba dando tanto quehacer por sus hormonas alborotadas que el consejo de la Sociedad Zoológica de Londres estaba considerando venderlo o matarlo. En 1882 Barnum mandó a uno de sus agentes a hacer la propuesta de compra del ruidoso elefante pichón por la entonces astronómica suma de 10 mil dólares. Ahí se juntaron las ganas de comer con el hambre y los ingleses no pensaron dos veces en remitir un sí al empresario circense, ya que les sacaba de las manos un enorme dilema Con lo que no se contaba era con una inmensa reacción de protesta e ira del pueblo británico en cuanto a la venta del elefante. No era la primera vez que Jumbito causaba revuelo.
En realidad, la vida de Jumbo fue agitada desde que el animalito estaba chico. El hecho que estaba en Londres era porque los franceses lo habían despreciado. El calvario de Jumbo había comenzado cuando unos cazadores árabes le mataron a su mamá para llevárselo a él, siendo un hermoso bebé en África Central. Los árabes lo llevaron en un barco por un río hacia la costa, donde el pobre chiquillo fue comprado para un coleccionista de animales en Baviera, un tal Johnann Schmidt. Schmidt lo revendió a Jardín des Plantes en París, donde los apurados franceses, esperando que el elefantito se estirara como chicle de inmediato, consideraron que no valía la pena tener un animal que tomaba tanto tiempo en dar una estatura pavorosa. Ignorando que los elefantes africanos crecen menos aprisa que sus primos asiáticos, los sofocados franceses intercambiaron a Jumbo por un rinoceronte con la Sociedad Zoológica de Londres, y allá fue Jumbo exiliado acusado de ser chiquinano.
17 años pasó la criatura en Londres, y a paso firme y seguro el joven elefante dio la talla esperada. Para 1882 ya era un respetable monstruo manso de cuatro metros de alto a nivel de sus hombros y pesaba seis toneladas y media. Con su larga trompa de 2 metros alcanzaba un objeto del suelo a 8 metros de alto. Solo un elefante indio que estaba en posesión de un maharajá le ganaba en tamaño. Jumbito era tremendo a pasar muela, y como dieta cotidiana engullía cien kilos de heno, quince barras grandes de pan, avena, galletas(las prefería dulces), cebollas(las cuales le daban aliento de dragón) y mucha fruta.
Se tragaba 5 enormes baldes de agua y un litro diario del mejor whisky. La leyenda cuenta que John Brown, el sirviente de confianza de la reina Victoria, le hacía llegar cada semana un garrafón del mejor licor. Jumbo era el niño mimado de la sociedad londinense, contando entre sus fans a la familia real con la reina Victoria a la cabeza, la beldad Jennie Jerome Churchill(a quien su hijo Winston le puso tambarria para que lo dejara fotografiarse a lomos del elefante) y el compositor Edward Elgar.
Cuando Barnum ofreció comprar al elefante y la sociedad del zoo aceptó venderlo, se hizo una avalancha general de ingleses de toda ralea para evitar que “el grotesco capital norteamericano” comprara uno de los tesoros de Gran Bretaña. No hubo diario londinense que no condenara la compra del paquidermo. Los niños ingleses escribían cartas a Barnum para que no los despojara de su amado Jumbo. Se pusieron de moda llaveras, bolsos, sombreros, posters y toda suerte de cachivache con la imagen de Jumbo. Las cosas llegaron a tal punto que se introdujo en un tribunal londinense una demanda exigiendo que no se vendieran “artículos valiosos para el estudio de la historia nacional.” El 9 de marzo de 1882 en la división Chancery del Tribunal Supremo de Justicia se dio la audiencia y no hubo ley que detuviera la venta del “peligroso animal”.
A la hora de sacar al gordito del zoo, el mismo Jumbo pareció sumarse a la protesta. Se dejó caer en plena calle y no se le pudo mover. Los ingleses-normalmente tan flemáticos-lloraron a moco tendido. Barnum, consciente de que la peor publicidad es la que no se hace, argumentó que Jumbo podría quedarse echado una semana si quisiera pues era el mejor anuncio. Al fin lograron llevárselo de ahí mediante una trampa de una jaula con dos puertas a través de la cual lo pasaron todos los días en paseos de engañifa. Una mañana lograron entramparlo y cargándolo con una grúa, lo montaron en un barco que aguardaba en el río Támesis.Jumbo fue aplacado con cerveza, y los quince días que duró la travesía en barco el hermosísimo animal la pasó en cubierta como turista sin haber mostrado más que un mareo inicial que pudo deberse a una sencilla goma de tanta cerveza.
El domingo de Pascua de 1882, Jumbo hizo su entrada triunfal a Nueva Cork. Los políticos se ponían verdes de envidia, codiciando semejante atracción que Jumbo ejercía sobre las masas. En Madison Square Garden le esperaba el circo y un público delirante. Lo exhibieron junto a un elefantito enano llamado Tom Pulgarcito, quien pronto pareció convertirse en su confidente. Jumbo se aclimató pronto a su status de megaestrella del Espectáculo Más Grande del Mundo. Recaudó sumas millonarias para Barnum, quien le profesaba tan escandalosa adoración al paquidermo que llegó a retratarse besando al animal en público.
Una tarde del 15 de septiembre de 1885, cuando el animal ya era el rey del afecto de los niños norteamericanos, Jumbo y su yunta Tom acababan de ganarse el honrado pan de su día tras un buen show en Notario, Canadá. Los otros 31 elefantes del circo ya habían sido guardados, y cuando Jumbo y Tom fueron llevados a sus coches, pasaron una línea férrea que estaba en desuso. Quiso la fatalidad que una locomotora extraviada apareciera en el preciso instante en que los dos paquidermos cruzaban por ahí.
El tren de carga se pasó llevando primero a Tom y luego a Jumbo. La locomotora y dos coches saltaron destrozados, el maquinista murió del impacto y los presentes pudieron ver la grotesca y aparatosa muerte del elefante más lindo del mundo con el cráneo fracturado, sangre brotando a torrentes por la boca y agitándose como frágil hoja en un ventarrón.
Jumbo cayó de rodillas y murió entre grandes dolores .Barnum lloró a mares por su adorada y rentable criatura, pero siempre pendiente de las ganancias, comerció con la muerte de Jumbo. Los colmillos y huesos del animal mostraban que aún estaba creciendo. En su estómago encontraron monedas inglesas. Su osamenta fue ofrecida al Museo de Historia Natural de Nueva York. Solo la piel pesaba más de 800 kilos y fue montada sobre un bastidor con la forma del elefante. De esta forma Jumbo siguió ganando buenos dólares y viajando post mortem como atracción aunque un poco macabra del circo.
A veces fue exhibido con Alice, la compañera que había tenido en Londres y que Barnum recientemente había exhibido. La maqueta de Jumbo por fin fue a dar al Museo Barnum de Tufts Collage en Medford, Massachussets. La muerte de Jumbo dejó a Barnum como cúcala desarbolada, y nunca paró de buscar “otro Jumbo”.Lo recordaba hasta en sueños, y se despertaba llorando a gritos.
Posteriormente, Walt Disney con su toque de Midas para hacer cartoons bestséllers, le rindió tributo creando a Dumbo, el simpático elefantito que vuela con sus orejotas. Sin embargo, Jumbo pasa a la historia como la más grande estrella de circo y uno de los animales más eternamente amados por todos.
Cecilia Ruiz de Ríos
Jumbo hoy en día es sinónimo de la palabra gigantesca, enorme. Pero en la historia, hubo un elefante pichón llamado así que fue la estrella mejor promovida del circo.
Phineas T. Barnum fue una maravilla del entretenimiento en el siglo XIX. A él se le debe el concepto del circo a como le conocemos hoy. Barnum era ávido lector de cuanto periódico caía en sus manos, y fue así como se dio cuenta que un gran paquidermo llamado Jumbo estaba dando tanto quehacer por sus hormonas alborotadas que el consejo de la Sociedad Zoológica de Londres estaba considerando venderlo o matarlo. En 1882 Barnum mandó a uno de sus agentes a hacer la propuesta de compra del ruidoso elefante pichón por la entonces astronómica suma de 10 mil dólares. Ahí se juntaron las ganas de comer con el hambre y los ingleses no pensaron dos veces en remitir un sí al empresario circense, ya que les sacaba de las manos un enorme dilema Con lo que no se contaba era con una inmensa reacción de protesta e ira del pueblo británico en cuanto a la venta del elefante. No era la primera vez que Jumbito causaba revuelo.
En realidad, la vida de Jumbo fue agitada desde que el animalito estaba chico. El hecho que estaba en Londres era porque los franceses lo habían despreciado. El calvario de Jumbo había comenzado cuando unos cazadores árabes le mataron a su mamá para llevárselo a él, siendo un hermoso bebé en África Central. Los árabes lo llevaron en un barco por un río hacia la costa, donde el pobre chiquillo fue comprado para un coleccionista de animales en Baviera, un tal Johnann Schmidt. Schmidt lo revendió a Jardín des Plantes en París, donde los apurados franceses, esperando que el elefantito se estirara como chicle de inmediato, consideraron que no valía la pena tener un animal que tomaba tanto tiempo en dar una estatura pavorosa. Ignorando que los elefantes africanos crecen menos aprisa que sus primos asiáticos, los sofocados franceses intercambiaron a Jumbo por un rinoceronte con la Sociedad Zoológica de Londres, y allá fue Jumbo exiliado acusado de ser chiquinano.
17 años pasó la criatura en Londres, y a paso firme y seguro el joven elefante dio la talla esperada. Para 1882 ya era un respetable monstruo manso de cuatro metros de alto a nivel de sus hombros y pesaba seis toneladas y media. Con su larga trompa de 2 metros alcanzaba un objeto del suelo a 8 metros de alto. Solo un elefante indio que estaba en posesión de un maharajá le ganaba en tamaño. Jumbito era tremendo a pasar muela, y como dieta cotidiana engullía cien kilos de heno, quince barras grandes de pan, avena, galletas(las prefería dulces), cebollas(las cuales le daban aliento de dragón) y mucha fruta.
Se tragaba 5 enormes baldes de agua y un litro diario del mejor whisky. La leyenda cuenta que John Brown, el sirviente de confianza de la reina Victoria, le hacía llegar cada semana un garrafón del mejor licor. Jumbo era el niño mimado de la sociedad londinense, contando entre sus fans a la familia real con la reina Victoria a la cabeza, la beldad Jennie Jerome Churchill(a quien su hijo Winston le puso tambarria para que lo dejara fotografiarse a lomos del elefante) y el compositor Edward Elgar.
Cuando Barnum ofreció comprar al elefante y la sociedad del zoo aceptó venderlo, se hizo una avalancha general de ingleses de toda ralea para evitar que “el grotesco capital norteamericano” comprara uno de los tesoros de Gran Bretaña. No hubo diario londinense que no condenara la compra del paquidermo. Los niños ingleses escribían cartas a Barnum para que no los despojara de su amado Jumbo. Se pusieron de moda llaveras, bolsos, sombreros, posters y toda suerte de cachivache con la imagen de Jumbo. Las cosas llegaron a tal punto que se introdujo en un tribunal londinense una demanda exigiendo que no se vendieran “artículos valiosos para el estudio de la historia nacional.” El 9 de marzo de 1882 en la división Chancery del Tribunal Supremo de Justicia se dio la audiencia y no hubo ley que detuviera la venta del “peligroso animal”.
A la hora de sacar al gordito del zoo, el mismo Jumbo pareció sumarse a la protesta. Se dejó caer en plena calle y no se le pudo mover. Los ingleses-normalmente tan flemáticos-lloraron a moco tendido. Barnum, consciente de que la peor publicidad es la que no se hace, argumentó que Jumbo podría quedarse echado una semana si quisiera pues era el mejor anuncio. Al fin lograron llevárselo de ahí mediante una trampa de una jaula con dos puertas a través de la cual lo pasaron todos los días en paseos de engañifa. Una mañana lograron entramparlo y cargándolo con una grúa, lo montaron en un barco que aguardaba en el río Támesis.Jumbo fue aplacado con cerveza, y los quince días que duró la travesía en barco el hermosísimo animal la pasó en cubierta como turista sin haber mostrado más que un mareo inicial que pudo deberse a una sencilla goma de tanta cerveza.
El domingo de Pascua de 1882, Jumbo hizo su entrada triunfal a Nueva Cork. Los políticos se ponían verdes de envidia, codiciando semejante atracción que Jumbo ejercía sobre las masas. En Madison Square Garden le esperaba el circo y un público delirante. Lo exhibieron junto a un elefantito enano llamado Tom Pulgarcito, quien pronto pareció convertirse en su confidente. Jumbo se aclimató pronto a su status de megaestrella del Espectáculo Más Grande del Mundo. Recaudó sumas millonarias para Barnum, quien le profesaba tan escandalosa adoración al paquidermo que llegó a retratarse besando al animal en público.
Una tarde del 15 de septiembre de 1885, cuando el animal ya era el rey del afecto de los niños norteamericanos, Jumbo y su yunta Tom acababan de ganarse el honrado pan de su día tras un buen show en Notario, Canadá. Los otros 31 elefantes del circo ya habían sido guardados, y cuando Jumbo y Tom fueron llevados a sus coches, pasaron una línea férrea que estaba en desuso. Quiso la fatalidad que una locomotora extraviada apareciera en el preciso instante en que los dos paquidermos cruzaban por ahí.
El tren de carga se pasó llevando primero a Tom y luego a Jumbo. La locomotora y dos coches saltaron destrozados, el maquinista murió del impacto y los presentes pudieron ver la grotesca y aparatosa muerte del elefante más lindo del mundo con el cráneo fracturado, sangre brotando a torrentes por la boca y agitándose como frágil hoja en un ventarrón.
Jumbo cayó de rodillas y murió entre grandes dolores .Barnum lloró a mares por su adorada y rentable criatura, pero siempre pendiente de las ganancias, comerció con la muerte de Jumbo. Los colmillos y huesos del animal mostraban que aún estaba creciendo. En su estómago encontraron monedas inglesas. Su osamenta fue ofrecida al Museo de Historia Natural de Nueva York. Solo la piel pesaba más de 800 kilos y fue montada sobre un bastidor con la forma del elefante. De esta forma Jumbo siguió ganando buenos dólares y viajando post mortem como atracción aunque un poco macabra del circo.
A veces fue exhibido con Alice, la compañera que había tenido en Londres y que Barnum recientemente había exhibido. La maqueta de Jumbo por fin fue a dar al Museo Barnum de Tufts Collage en Medford, Massachussets. La muerte de Jumbo dejó a Barnum como cúcala desarbolada, y nunca paró de buscar “otro Jumbo”.Lo recordaba hasta en sueños, y se despertaba llorando a gritos.
Posteriormente, Walt Disney con su toque de Midas para hacer cartoons bestséllers, le rindió tributo creando a Dumbo, el simpático elefantito que vuela con sus orejotas. Sin embargo, Jumbo pasa a la historia como la más grande estrella de circo y uno de los animales más eternamente amados por todos.
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