LOS SUPERSTICIOSOS MÁS GRANDES DE LA HISTORIA
Cecilia Ruiz de Ríos
"Usted debe regalarme uno de sus asquerosos gatos negros, porque me dijo una amiga que si lo hiervo junto a los vellos de mi amado a medianoche del 31 de octubre, mi amante dejará a su mujer y se casará conmigo", me dijo una jovencita de prematura barbilla triple echándole el ojo a mi Emperador Menelik II de Etiopía, uno de mis gatitos. Estaba en buena compañía de grandes personajes. Increíblemente, siguen pululando las supersticiones, algunas de las cuales se avivan al arribar una efemérides más de Halloween, la fiesta celta de noche de brujas.
Alejandro Magno, gran conquistador macedonio, a pesar de haber sido ilustrado en su juventud por nada menos que Aristóteles, era tan supersticioso que andaba siempre por lo menos un astrólogo en su séquito. Cuando dio una vuelta por Egipto, uno de sus adivinos le hizo algunas profecías que le causaron escalofríos en cuanto a su intención de darse una resbaladita hacia Etiopía. El vidente le vaticinaba una apabullante derrota a manos de una "diablesa negra a lomos de elefante", y Alejandro muerto de miedo prefirió no ir a invadir Etiopía, donde una formidable emperatriz Candace lo esperaba para sopapearlo.
Una furiosa pitonisa le vaticinó al general y estadista ateniense Pericles que iba a morir de una forma bastante desagradable. Pericles, quien era bastante supersticioso, pagó bastante porque otra adivina le diera mejores reportes, pero la realidad es que el gran general murió de peste cuando la plaga atacó a Atenas. Pericles se fue de este mundo merced a una espantosa currutaca. Julio César, destinado a ser una de las mayores glorias militares de Roma, sintió un escalofrío recorrerle el espinazo cuando en el año 52, conquistando las Galias, se llevó de prisionero de guerra al avernio héroe adolescente Vercingétorix.
Una adivina de los celtas le lanzó una maldición, condenándole a Julio César a morir desangrado por varios orificios del cuerpo. Una vez en Roma, Julio César pagó fortunas por exorcismos y baños de suerte en el templo de Venus, pero igual acabó desangrándose por más de 50 orificios de puñaladas asestadas por sus enemigos en las gradas del senado. Nerón pagaba bien a sus astrólogos para que le predijeran cosas bonitas, y cada vez que tenía un mal pensamiento, tocaba un trocito de madera que andaba en su bolsillo. Pero aunque Nerón hubiera tocado un tronco entero de árbol, nadie lo hubiera podido salvar de su triste destino que culminó en suicidio cuando se dio cuenta que lo iban a ultimar por tantas barbaridades que hizo. Cómmodo, sucesor del gentil y probo Marco Aurelio, también fue supersticioso toda su vida. Cargaba consigo herraduras y patas de conejo blanco para atraer la buena suerte, pero ésta le desertó cuando estando en su bañera, un furioso atleta lo llegó a ahogar.
Antes de hacerse el dechado de virtudes cristianas por las cuales le conocemos, San Agustín de Hipona fue bacanalero, fornicario y vicioso. Entre sus características estaba el ser muy supersticioso, cargando consigo agua de sándalo para rociarse antes de una noche de juergas. Rezan las malas lenguas que algún buen efecto tuvo dicha pócima, ya que Agustín logró dejar atrás sus noches de copas en las cuales incluso engendró a un espurio al cual luego abandonó para pasar a ser uno de los grandes doctores del cristianismo. Atila, considerado como el azote de la Edad media, fue un supersticioso guerrero que andaba un montón de collares y anillos raros como amuletos para evitar la desgracia, la cual para él se traducía en derrota en el campo de batalla. Atila incluso llegó a pagar una buena suma por un brazalete que supuestamente estaba hecho con dientes del rey Hammurabi , sin embargo ni tal talismán evitó que muriese desangrado por una hemorragia nasal en su noche de bodas con la joven Ildico. Carlomagno, unificador de las Galias y primer Sacro Emperador Romano, no veía contradicción entre su fe cristiana y sus supersticiones en cuanto a no bañarse a las 13 horas y tocar madera cada vez que tuviera un "pensamiento infortunado."
Piers Gaveston, el amante gascón del homosexual rey inglés Eduardo II, recomendaba bañarse en agua de rosas combinada con pelos de caballo blanco para vigorizar la potencia sexual antes de una sesión amorosa con el rey, quien al parecer poseía una líbido insaciable. Muchos se preguntan si Gaveston, quien además era buen trovador, hubiera tenido mejor final (lo decapitaron!) si se hubiera bañado en agua con pétalos de orquídeas combinados con pelos de burro negro, lo cual afirman muchos que obró maravillas por la potencia sexual del esclavo favorito de la emperatriz china Wu Chao.
Felipe IV el Bello de Francia fue un rey al cual la sal le llovió a pesar de que compró un crucifijo que le juraron hasta con los dedos de los pies provenía de un trozo de la cruz original en la cual clavaron a papa Chú. Felipe dormía con el crucifijo en su mesa de noche, pero eso no lo salvó de maldiciones que le echaron los Templarios cuando los mandó a deschincacar, ni de los verbos que le echó el papa Bonifacio cuando Felipe lo mandó a nalguear en Agnani. Felipe murió poco después de haber hecho asar a Jacques de Molay, gran maestre de los Templarios. El tal crucifijo que tanto amó este rey francés no pudo ser encontrado tras su muerte.
Ni los papas se salvaban de ser supersticiosos. Julio II, quien era muy erudito, no hacía nada si no consultaba con su astrólogo de turno, y andaba trozos de ámbar oriental consigo para ahuyentar a los malos espíritus. Alejandro VI-conocido en su vida mundana como Rodrigo, el papá de Lucrecia Borgia-fue otro gran supersticioso que juraba que su pócima de aguas del Mar Muerto lo había capeado de morir envenenado en varias ocasiones. Borgia además desafiaba a los supersticiosos , y poseía varios gatos negros con nombres de santos.El papa afirmaba que la presencia constante de esos micifuces negros le ahuyentaba las malas influencias. Juana La Loca, hija de los Reyes Católicos y esposa de Felipe el Hermoso, afirmaba que sus hijos fueron engendrados con pasión después de sendos baños de aceite de oliva con pétalos de tulipanes machacados. Estos baños se los daba la bella Juana para alborotar a su indiferente marido, a quien amaba con locura a pesar de que él le era flagrantemente infiel. No sería la única cabeza coronada en creer en supersticiones, ya que el zar Iván IV "El Terrible" de Rusia combinaba una devoción enfermiza por la fe ortodoxa con una atracción fija hacia las ciencias ocultas.
El Grozny, a como lo llaman los rusos, hacía que unos charlatanes le prendieran sahumerios con inciensos y huesos de cuervos para garantizarle inmunidad contra las conjuras de los boyardos (nobles rusos).Cuando un astrólogo le predijo su muerte para un 18 de marzo, hizo descuartizar al desventurado adivino por unos perros negros. Sin embargo, la predicción se cumplió al morir Iván de apoplejía ante un tablero de ajedrez. Dos reinas de Francia que provenían de la familia italiano de los Médicis se hicieron tristemente célebres por sus apegos a brujos y charlatanes: Catalina(esposa de Enrique II) y María (segunda consorte de Enrique IV).Catalina fue amiga de Miguel de Nostradamus quien predijo la muerte acertadamente de Enrique II, y cuando otro vidente le dijo que ella moriría pronto, hizo lo que pudo para huir de la pelona, sin mucho éxito. María por su parte exigió que le coronaran reina de Francia un 13 de mayo de 1610 a pesar que un astrólogo dijo que su marido Enrique IV moriría al día siguiente de dicho evento, cosa que se cumplió.
Luis XIV, el rey Sol, también creía en horóscopos, y su amante Madame de Montespán, al saber que su regio querido ya no la amaba tanto, hizo celebrar misas negras sobre su fofo cuerpo desnudo para retener el favor real. Esta práctica dio origen a uno de los mayores escándalos del reinado de Luis XIV, ya que se especuló que la Montespán incluso quiso envenenar al rey. Ma. Antonieta, reina de Francia por su matrimonio con Luis XVI, fue también supersticiosa, a tal punto que cuando Cagliosto le dijo que moriría decapitada, casi se muere del susto ahí mismo. La superstición hizo presa también de la zarina Alejandra de Hesse cuando al diagnosticarle el médico hemofilia a su hijo Alexis, cayó en las garras del sucio Rasputín. Entre otros personajes, engrosan las filas de los supersticiosos la novelista hindú Kamala Napurdalah, el rockero Elvis Presley, el novelista Gabriela García Márquez, el ex actor y ex presidente Ronald Reagan, la bailarina Isadora Duncan, el sangriento Felipe II de España, el magnate Cornelius Vanderbilt y el monarca azteca Moctezuma II.
Cecilia Ruiz de Ríos
"Usted debe regalarme uno de sus asquerosos gatos negros, porque me dijo una amiga que si lo hiervo junto a los vellos de mi amado a medianoche del 31 de octubre, mi amante dejará a su mujer y se casará conmigo", me dijo una jovencita de prematura barbilla triple echándole el ojo a mi Emperador Menelik II de Etiopía, uno de mis gatitos. Estaba en buena compañía de grandes personajes. Increíblemente, siguen pululando las supersticiones, algunas de las cuales se avivan al arribar una efemérides más de Halloween, la fiesta celta de noche de brujas.
Alejandro Magno, gran conquistador macedonio, a pesar de haber sido ilustrado en su juventud por nada menos que Aristóteles, era tan supersticioso que andaba siempre por lo menos un astrólogo en su séquito. Cuando dio una vuelta por Egipto, uno de sus adivinos le hizo algunas profecías que le causaron escalofríos en cuanto a su intención de darse una resbaladita hacia Etiopía. El vidente le vaticinaba una apabullante derrota a manos de una "diablesa negra a lomos de elefante", y Alejandro muerto de miedo prefirió no ir a invadir Etiopía, donde una formidable emperatriz Candace lo esperaba para sopapearlo.
Una furiosa pitonisa le vaticinó al general y estadista ateniense Pericles que iba a morir de una forma bastante desagradable. Pericles, quien era bastante supersticioso, pagó bastante porque otra adivina le diera mejores reportes, pero la realidad es que el gran general murió de peste cuando la plaga atacó a Atenas. Pericles se fue de este mundo merced a una espantosa currutaca. Julio César, destinado a ser una de las mayores glorias militares de Roma, sintió un escalofrío recorrerle el espinazo cuando en el año 52, conquistando las Galias, se llevó de prisionero de guerra al avernio héroe adolescente Vercingétorix.
Una adivina de los celtas le lanzó una maldición, condenándole a Julio César a morir desangrado por varios orificios del cuerpo. Una vez en Roma, Julio César pagó fortunas por exorcismos y baños de suerte en el templo de Venus, pero igual acabó desangrándose por más de 50 orificios de puñaladas asestadas por sus enemigos en las gradas del senado. Nerón pagaba bien a sus astrólogos para que le predijeran cosas bonitas, y cada vez que tenía un mal pensamiento, tocaba un trocito de madera que andaba en su bolsillo. Pero aunque Nerón hubiera tocado un tronco entero de árbol, nadie lo hubiera podido salvar de su triste destino que culminó en suicidio cuando se dio cuenta que lo iban a ultimar por tantas barbaridades que hizo. Cómmodo, sucesor del gentil y probo Marco Aurelio, también fue supersticioso toda su vida. Cargaba consigo herraduras y patas de conejo blanco para atraer la buena suerte, pero ésta le desertó cuando estando en su bañera, un furioso atleta lo llegó a ahogar.
Antes de hacerse el dechado de virtudes cristianas por las cuales le conocemos, San Agustín de Hipona fue bacanalero, fornicario y vicioso. Entre sus características estaba el ser muy supersticioso, cargando consigo agua de sándalo para rociarse antes de una noche de juergas. Rezan las malas lenguas que algún buen efecto tuvo dicha pócima, ya que Agustín logró dejar atrás sus noches de copas en las cuales incluso engendró a un espurio al cual luego abandonó para pasar a ser uno de los grandes doctores del cristianismo. Atila, considerado como el azote de la Edad media, fue un supersticioso guerrero que andaba un montón de collares y anillos raros como amuletos para evitar la desgracia, la cual para él se traducía en derrota en el campo de batalla. Atila incluso llegó a pagar una buena suma por un brazalete que supuestamente estaba hecho con dientes del rey Hammurabi , sin embargo ni tal talismán evitó que muriese desangrado por una hemorragia nasal en su noche de bodas con la joven Ildico. Carlomagno, unificador de las Galias y primer Sacro Emperador Romano, no veía contradicción entre su fe cristiana y sus supersticiones en cuanto a no bañarse a las 13 horas y tocar madera cada vez que tuviera un "pensamiento infortunado."
Piers Gaveston, el amante gascón del homosexual rey inglés Eduardo II, recomendaba bañarse en agua de rosas combinada con pelos de caballo blanco para vigorizar la potencia sexual antes de una sesión amorosa con el rey, quien al parecer poseía una líbido insaciable. Muchos se preguntan si Gaveston, quien además era buen trovador, hubiera tenido mejor final (lo decapitaron!) si se hubiera bañado en agua con pétalos de orquídeas combinados con pelos de burro negro, lo cual afirman muchos que obró maravillas por la potencia sexual del esclavo favorito de la emperatriz china Wu Chao.
Felipe IV el Bello de Francia fue un rey al cual la sal le llovió a pesar de que compró un crucifijo que le juraron hasta con los dedos de los pies provenía de un trozo de la cruz original en la cual clavaron a papa Chú. Felipe dormía con el crucifijo en su mesa de noche, pero eso no lo salvó de maldiciones que le echaron los Templarios cuando los mandó a deschincacar, ni de los verbos que le echó el papa Bonifacio cuando Felipe lo mandó a nalguear en Agnani. Felipe murió poco después de haber hecho asar a Jacques de Molay, gran maestre de los Templarios. El tal crucifijo que tanto amó este rey francés no pudo ser encontrado tras su muerte.
Ni los papas se salvaban de ser supersticiosos. Julio II, quien era muy erudito, no hacía nada si no consultaba con su astrólogo de turno, y andaba trozos de ámbar oriental consigo para ahuyentar a los malos espíritus. Alejandro VI-conocido en su vida mundana como Rodrigo, el papá de Lucrecia Borgia-fue otro gran supersticioso que juraba que su pócima de aguas del Mar Muerto lo había capeado de morir envenenado en varias ocasiones. Borgia además desafiaba a los supersticiosos , y poseía varios gatos negros con nombres de santos.El papa afirmaba que la presencia constante de esos micifuces negros le ahuyentaba las malas influencias. Juana La Loca, hija de los Reyes Católicos y esposa de Felipe el Hermoso, afirmaba que sus hijos fueron engendrados con pasión después de sendos baños de aceite de oliva con pétalos de tulipanes machacados. Estos baños se los daba la bella Juana para alborotar a su indiferente marido, a quien amaba con locura a pesar de que él le era flagrantemente infiel. No sería la única cabeza coronada en creer en supersticiones, ya que el zar Iván IV "El Terrible" de Rusia combinaba una devoción enfermiza por la fe ortodoxa con una atracción fija hacia las ciencias ocultas.
El Grozny, a como lo llaman los rusos, hacía que unos charlatanes le prendieran sahumerios con inciensos y huesos de cuervos para garantizarle inmunidad contra las conjuras de los boyardos (nobles rusos).Cuando un astrólogo le predijo su muerte para un 18 de marzo, hizo descuartizar al desventurado adivino por unos perros negros. Sin embargo, la predicción se cumplió al morir Iván de apoplejía ante un tablero de ajedrez. Dos reinas de Francia que provenían de la familia italiano de los Médicis se hicieron tristemente célebres por sus apegos a brujos y charlatanes: Catalina(esposa de Enrique II) y María (segunda consorte de Enrique IV).Catalina fue amiga de Miguel de Nostradamus quien predijo la muerte acertadamente de Enrique II, y cuando otro vidente le dijo que ella moriría pronto, hizo lo que pudo para huir de la pelona, sin mucho éxito. María por su parte exigió que le coronaran reina de Francia un 13 de mayo de 1610 a pesar que un astrólogo dijo que su marido Enrique IV moriría al día siguiente de dicho evento, cosa que se cumplió.
Luis XIV, el rey Sol, también creía en horóscopos, y su amante Madame de Montespán, al saber que su regio querido ya no la amaba tanto, hizo celebrar misas negras sobre su fofo cuerpo desnudo para retener el favor real. Esta práctica dio origen a uno de los mayores escándalos del reinado de Luis XIV, ya que se especuló que la Montespán incluso quiso envenenar al rey. Ma. Antonieta, reina de Francia por su matrimonio con Luis XVI, fue también supersticiosa, a tal punto que cuando Cagliosto le dijo que moriría decapitada, casi se muere del susto ahí mismo. La superstición hizo presa también de la zarina Alejandra de Hesse cuando al diagnosticarle el médico hemofilia a su hijo Alexis, cayó en las garras del sucio Rasputín. Entre otros personajes, engrosan las filas de los supersticiosos la novelista hindú Kamala Napurdalah, el rockero Elvis Presley, el novelista Gabriela García Márquez, el ex actor y ex presidente Ronald Reagan, la bailarina Isadora Duncan, el sangriento Felipe II de España, el magnate Cornelius Vanderbilt y el monarca azteca Moctezuma II.
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