La triste e increíble historia de Mamo Wolde y su gobierno desalmado
Cecilia Ruiz de Ríos
La historia del gran dios de ébano olímpico Mamo Wolde parece una tragedia griega, y aunque muchos digan que estoy plagiando obscenamente el título de la obra de Gabriel García Márquez-a como se ha puesto de moda entre mediopelos que quieren imitar al inefable Gabo sin darle las gracias-la realidad es que los sufrimientos de la Cándida Eréndira a manos de su proxeneta abuelona desalmada parecen novelita rosa comparados con los dolores y lágrimas que crucificaron la vida de esta valioso corredor abisinio.
Reza la leyenda que cuando Mamo Wolde entró al mundo en 1931, un brujo amigo de sus padres visitó al recién nacido y examinándole los piececillos al hermoso bebecito negro, pronosticó que “haría averías con esas patitas, pero también sufriría mucho.” No se equivocó, pues Mamo Wolde es uno de los grandes nombres de la historia olímpica del maratón, habiéndose llevado la presea de oro en 1968 en los juegos olímpicos de Ciudad México después que su paisano, el legendario Abebe “La Flecha de Ebano” Bikila desfalleció en la carrera y le instó a “hacer el último sacrificio porque el honor quede en nuestra adorada Etiopía”.
Pero Mamo vertiría amargas lágrimas por la amada Etiopía que le vio nacer a él y Bikila. Mamo entró a este valle de lágrimas en la aldea de DreDele a unos 60 kilómetros de Addis Ababa, siendo sus progenitors Ato Wolde Degaga y Geneme Gobena. Eran una familia de pocos recursos, pero tenían felicidad de sobra. Mamo desde chiquito amaba retozar y pasó toda su niñez sin mayores eventualidades en la aldea donde nació. En junio de 1951, cuando ya era un guapo y espigado mozalbete, la Guardia Imperial del trono etíope le buscó, y de esta forma, perteneciendo a las tropas élite del emperador Haile Selassie, Mamo pudo continuar sus estudios. En 1953 Mamo fue transferido al segundo batallón de la guardia imperial y fue enviado a Korea como parte de la misión “protectora de la paz” de la ONU tras el cruento conflicto de la Guerra de Korea. Pasaría dos años comiendo kimchí en Korea este robusto joven, teniendo solo elogios en su hoja de servicios. Tras su retorno de Korea, Mamo se casó con una ex compañera de clase y comenzó a entrenar regularmente en la disciplina de atletismo.
Para Mamo fue fácil clasificar para la selección olímpica de Etiopía. Tenía una resistencia increíble y una disciplina férrea. Podía correr grandes distancias sin perder el aliento. En 1968 Mamo competiría junto a sus amigos de Kenya Kip Keno y Naphtaly Temo en los 10 mil metros. En esa carrera Kenya lograría el oro con Naphtaly Temo y la plata sería para Etiopía gracias al buen rendimiento de Mamo. Mamo esperaba con ansia participar en el maratón. Abebe Bikila lo había Ganado en Roma en 1960 corriendo con los pies descalzos y una sonrisa de santo en éxtasis, y había repetido la hazaña en el Japón en 1964, ocasionando que el famoso novelista gay convertido en cronista olímpico momentáneo Yukio Mishima le lavara literalmente los pies con saliva en público. Mamo tenía miedo que Abebe fuera a conquistar la presea de oro por tercera vez y él se quedara hueliendo el dedo con la de plata.
Sin embargo, un día antes de la carrera del maratón, el entrenador del equipo etíope (Negussie Roba) abordó a solas a Mamo y le dio noticias inquietantes. Le dijo que era probable que Abebe Bikila no saliera muy bien parado en la carrera porque el legendario atleta estaba mal de salud, ya que hace poco había tenido una fractura en la pierna y la altura de la capital azteca lo tenía bastante mal. Negussie le dijo a Mamo que toda la esperanza de que Etiopía retuviera el oro yacía en él, no en Abebe, quien si bien aún no estaba terminado y en el pasado había dado una prueba casi milagrosa de resistencia cuando ganó el maratón en Tokio al poco tiempo de haber sido operado de apendicitis, no se esperaba siquiera que terminara la carrera. El 20 de octubre de 1968 los ojos de los dioses del Olimpo se posaron sobre este precioso negro y le destinaron para la gloria. Había 72 participantes en el maratón, provenientes de 44 países. Tres etíopes: Abebe Bikila, Mamo y un joven Demssie llevaban los colores del imperio de Lalibela, Candace y Makeda. Tras aguantar grandes dolores por 15 kilómetros, Abebe Bikila tuvo que tirar la toalla y salirse de la carrera. Pero antes de hacerlo, Abebe reconoció la capacidad de Mamo y le dijo,”No dejes mal parada a nuestra adorada Etiopía. En ti confiamos.” Mamo iba siendo observado por periodistas de su país y el mayor Niskanen, quienes iban en un auto a pocos metros por calles aledañas. Los etíopes coreaban canciones folklóricas de Etiopía para infundirle ánimos a este corredor.
En el km. 33 y pico de la carrera, Mamo logró alcanzar la punta y liderear el maratón. Iba sudado como tapa de olla de vaho y resoplaba como una foca seguida por 6 esquimales. Tanto esfuerzo se vio coronado con el triunfo y Mamo pudo darle a su idolatrada “tierra sagrada de Abisinia” (así se llamaba Etiopía antes) la tercera medalla en oro en el maratón. A los 35 años y ya siendo padre de familia, Mamo estaba en la cúspide la perfección física. En 1972 Mamo iría nuevamente a los Juegos Olímpicos, esta vez en Munich, y se llevaría la medalla de bronce en la carrera de los 10 mil metros. Ya para entonces, tenía 39 años muy elegantemente llevados. En su lustrosa carrera atlética, Mamo llegó a participar en unas 62 competencias internacionales. En su país era un héroe popular y el darling mientras Etiopía fue un imperio.
No obstante, reza la leyenda que los mismos dioses olímpicos que dan las gracias y gloria, se encelan cuando un mortal es demasiado adorado, y la desgracia cayó sobre Mamo cuando el imperio de Haile Selassie fue derrocado y los comunistas se hicieron al poder tras cruentas luchas que duraron 17 años. Tras la caída de Haile Selassie, Mamo estaba mal visto. El y centenares de figuras destacadas fueron acusadas de haber sido parte de la élite ahora en desgracia. Jamás pudieron los totalitarios conseguir pruebas contra Mamo, y nunca le hicieron acusaciones precisas.
El haber pertenecido a la Guardia Imperial fue algo que se vio muy mal en el expediente de Mamo, a pesar de que este atleta jamás hubiera tomado parte en masacres y represiones contra el pueblo abisinio. Los comunistas metieron a Mamo y otras glorias del deporte, las artes y la música al tabo por haber sido “esbirros de la élite selassiana.” Mamo habría de estar encarcelado por 6 años, para ser soltado solo meses antes de irse de este valle de lágrimas. La esposa de Mamo pasó aprietos y dicen las malas lenguas que ni de sirvienta podía conseguir empleo debido al odio del régimen comunista. Algunos fabricantes de aperos deportivos de Europa quisieron hacer algo por Mamo, ofreciendo jugosos contratos publicitarios, pero el régimen etíope no permitía pasarle correspondencia al atleta, mucho menos pensar en que lo dejaran salir de Etiopía.
Mamo habría de morir entristecido y vilipendiado el 26 de mayo del 2002 a los 71 años de edad tras haber protagonizado una de las vidas más trágicamente novelescas de la historia del deporte olímpico. Sus restos tuvieron un sepelio modesto, pero su guardia de honor fueron algunos destacados atletas e intelectuales africanos que jamás le volvieron la espalda. Su mujer y tres hijos quedaron en la indigencia. Desgraciadamente, con Mamo Wolde se repitió la historia cruel de otro gran maratonista, el checo Emil Zatopek, a quien los comunistas checos hicieron pasar una vida de penurias digna de una tragedia griega. Sin embargo, aquellos que admiraron al hermoso negro ganando preseas en carreras internacionales, el recuerdo de su gentileza, sonrisa radiante y paso férreo jamás podrá ser borrado.
Cecilia Ruiz de Ríos
La historia del gran dios de ébano olímpico Mamo Wolde parece una tragedia griega, y aunque muchos digan que estoy plagiando obscenamente el título de la obra de Gabriel García Márquez-a como se ha puesto de moda entre mediopelos que quieren imitar al inefable Gabo sin darle las gracias-la realidad es que los sufrimientos de la Cándida Eréndira a manos de su proxeneta abuelona desalmada parecen novelita rosa comparados con los dolores y lágrimas que crucificaron la vida de esta valioso corredor abisinio.
Reza la leyenda que cuando Mamo Wolde entró al mundo en 1931, un brujo amigo de sus padres visitó al recién nacido y examinándole los piececillos al hermoso bebecito negro, pronosticó que “haría averías con esas patitas, pero también sufriría mucho.” No se equivocó, pues Mamo Wolde es uno de los grandes nombres de la historia olímpica del maratón, habiéndose llevado la presea de oro en 1968 en los juegos olímpicos de Ciudad México después que su paisano, el legendario Abebe “La Flecha de Ebano” Bikila desfalleció en la carrera y le instó a “hacer el último sacrificio porque el honor quede en nuestra adorada Etiopía”.
Pero Mamo vertiría amargas lágrimas por la amada Etiopía que le vio nacer a él y Bikila. Mamo entró a este valle de lágrimas en la aldea de DreDele a unos 60 kilómetros de Addis Ababa, siendo sus progenitors Ato Wolde Degaga y Geneme Gobena. Eran una familia de pocos recursos, pero tenían felicidad de sobra. Mamo desde chiquito amaba retozar y pasó toda su niñez sin mayores eventualidades en la aldea donde nació. En junio de 1951, cuando ya era un guapo y espigado mozalbete, la Guardia Imperial del trono etíope le buscó, y de esta forma, perteneciendo a las tropas élite del emperador Haile Selassie, Mamo pudo continuar sus estudios. En 1953 Mamo fue transferido al segundo batallón de la guardia imperial y fue enviado a Korea como parte de la misión “protectora de la paz” de la ONU tras el cruento conflicto de la Guerra de Korea. Pasaría dos años comiendo kimchí en Korea este robusto joven, teniendo solo elogios en su hoja de servicios. Tras su retorno de Korea, Mamo se casó con una ex compañera de clase y comenzó a entrenar regularmente en la disciplina de atletismo.
Para Mamo fue fácil clasificar para la selección olímpica de Etiopía. Tenía una resistencia increíble y una disciplina férrea. Podía correr grandes distancias sin perder el aliento. En 1968 Mamo competiría junto a sus amigos de Kenya Kip Keno y Naphtaly Temo en los 10 mil metros. En esa carrera Kenya lograría el oro con Naphtaly Temo y la plata sería para Etiopía gracias al buen rendimiento de Mamo. Mamo esperaba con ansia participar en el maratón. Abebe Bikila lo había Ganado en Roma en 1960 corriendo con los pies descalzos y una sonrisa de santo en éxtasis, y había repetido la hazaña en el Japón en 1964, ocasionando que el famoso novelista gay convertido en cronista olímpico momentáneo Yukio Mishima le lavara literalmente los pies con saliva en público. Mamo tenía miedo que Abebe fuera a conquistar la presea de oro por tercera vez y él se quedara hueliendo el dedo con la de plata.
Sin embargo, un día antes de la carrera del maratón, el entrenador del equipo etíope (Negussie Roba) abordó a solas a Mamo y le dio noticias inquietantes. Le dijo que era probable que Abebe Bikila no saliera muy bien parado en la carrera porque el legendario atleta estaba mal de salud, ya que hace poco había tenido una fractura en la pierna y la altura de la capital azteca lo tenía bastante mal. Negussie le dijo a Mamo que toda la esperanza de que Etiopía retuviera el oro yacía en él, no en Abebe, quien si bien aún no estaba terminado y en el pasado había dado una prueba casi milagrosa de resistencia cuando ganó el maratón en Tokio al poco tiempo de haber sido operado de apendicitis, no se esperaba siquiera que terminara la carrera. El 20 de octubre de 1968 los ojos de los dioses del Olimpo se posaron sobre este precioso negro y le destinaron para la gloria. Había 72 participantes en el maratón, provenientes de 44 países. Tres etíopes: Abebe Bikila, Mamo y un joven Demssie llevaban los colores del imperio de Lalibela, Candace y Makeda. Tras aguantar grandes dolores por 15 kilómetros, Abebe Bikila tuvo que tirar la toalla y salirse de la carrera. Pero antes de hacerlo, Abebe reconoció la capacidad de Mamo y le dijo,”No dejes mal parada a nuestra adorada Etiopía. En ti confiamos.” Mamo iba siendo observado por periodistas de su país y el mayor Niskanen, quienes iban en un auto a pocos metros por calles aledañas. Los etíopes coreaban canciones folklóricas de Etiopía para infundirle ánimos a este corredor.
En el km. 33 y pico de la carrera, Mamo logró alcanzar la punta y liderear el maratón. Iba sudado como tapa de olla de vaho y resoplaba como una foca seguida por 6 esquimales. Tanto esfuerzo se vio coronado con el triunfo y Mamo pudo darle a su idolatrada “tierra sagrada de Abisinia” (así se llamaba Etiopía antes) la tercera medalla en oro en el maratón. A los 35 años y ya siendo padre de familia, Mamo estaba en la cúspide la perfección física. En 1972 Mamo iría nuevamente a los Juegos Olímpicos, esta vez en Munich, y se llevaría la medalla de bronce en la carrera de los 10 mil metros. Ya para entonces, tenía 39 años muy elegantemente llevados. En su lustrosa carrera atlética, Mamo llegó a participar en unas 62 competencias internacionales. En su país era un héroe popular y el darling mientras Etiopía fue un imperio.
No obstante, reza la leyenda que los mismos dioses olímpicos que dan las gracias y gloria, se encelan cuando un mortal es demasiado adorado, y la desgracia cayó sobre Mamo cuando el imperio de Haile Selassie fue derrocado y los comunistas se hicieron al poder tras cruentas luchas que duraron 17 años. Tras la caída de Haile Selassie, Mamo estaba mal visto. El y centenares de figuras destacadas fueron acusadas de haber sido parte de la élite ahora en desgracia. Jamás pudieron los totalitarios conseguir pruebas contra Mamo, y nunca le hicieron acusaciones precisas.
El haber pertenecido a la Guardia Imperial fue algo que se vio muy mal en el expediente de Mamo, a pesar de que este atleta jamás hubiera tomado parte en masacres y represiones contra el pueblo abisinio. Los comunistas metieron a Mamo y otras glorias del deporte, las artes y la música al tabo por haber sido “esbirros de la élite selassiana.” Mamo habría de estar encarcelado por 6 años, para ser soltado solo meses antes de irse de este valle de lágrimas. La esposa de Mamo pasó aprietos y dicen las malas lenguas que ni de sirvienta podía conseguir empleo debido al odio del régimen comunista. Algunos fabricantes de aperos deportivos de Europa quisieron hacer algo por Mamo, ofreciendo jugosos contratos publicitarios, pero el régimen etíope no permitía pasarle correspondencia al atleta, mucho menos pensar en que lo dejaran salir de Etiopía.
Mamo habría de morir entristecido y vilipendiado el 26 de mayo del 2002 a los 71 años de edad tras haber protagonizado una de las vidas más trágicamente novelescas de la historia del deporte olímpico. Sus restos tuvieron un sepelio modesto, pero su guardia de honor fueron algunos destacados atletas e intelectuales africanos que jamás le volvieron la espalda. Su mujer y tres hijos quedaron en la indigencia. Desgraciadamente, con Mamo Wolde se repitió la historia cruel de otro gran maratonista, el checo Emil Zatopek, a quien los comunistas checos hicieron pasar una vida de penurias digna de una tragedia griega. Sin embargo, aquellos que admiraron al hermoso negro ganando preseas en carreras internacionales, el recuerdo de su gentileza, sonrisa radiante y paso férreo jamás podrá ser borrado.
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