Las madrastras mas recordadas de la historia
Cecilia Ruiz de Ríos
Uno de los roles más difíciles para las mujeres es indudablemente el de madrastra, y aunque generalmente a las "madres postizas" nos ponen como la villana de la novela, han habido unas cuantas que han desempeñado el papel de madre con excelencia. Hoy día de la Madre vamos a recordar a algunas "mamas de crianza", porque madre no es solo la que pare sino la que cría.
Entre las madrastras más recordadas de la historia francesa está Agnés de Meran, tercera mujer del rey Felipe Augusto. A ella le tocó criar vástago ajeno, y lo hizo sin distinción de los propios que finalmente tuvo ella con su soberano, quien la amaba con tanta ternura y pasión que hasta desafió al papa de turno para conservarla a su lado. Antes de ella, la historia recuerda a la linda hermana del rey Felipe IV el Bello de Francia, Margarita, a quien le tocó casarse en segundas nupcias con el monarca inglés Eduardo I Pataslargas. A Margarita no solo le tocó "bailar con la loca" al soportarle el mal genio a este cruel soberano, sino que muchas veces impidió que éste matara de soberbias palizas a los hijos habidos por Eduardo con su primera esposa Leonor. Dado que Margarita era casi contemporánea de sus entenados, solían jugar juntos y hasta conspirar contra el cascarrabias vejete que era el rey.
Otra tierna madrastra fue la hermosísima Arjumand Banu, más conocida como Mumtaz Mahal, la adorada esposa del monarca mugalo Sha Jehan de la India. Cuando ella conoció a Sha Jehan era una linda adolescente, y él ya tenía esposa y dos hijos, pero eso no impidió que el enamorado hombre se casara con Arjumand en segundas nupcias. El hecho de parir más de una docena de hijos no hizo que Arjumand apartara a los dos vástagos que su marido tenía de la primera esposa, y ella los crió todos juntos sin discriminación. Quizás por eso, Sha Jehan se escapó de volver loco cuando ella murió de parto al traer al mundo al décimocuarto hijo, y él le hizo como monumento de amor el Taj Mahal, donde aún reposan el monarca y su adorada Arjumnd después de tantos siglos de muertos.
Si hubo madrastra que idolatró a su entenado fue la esposa de Piero Da Vinci, papá del fabuloso Leonardo considerado como el hombre más perfecto que ha nacido. Resulta que el notario Da Vinci había engendrado a Leo con una campesina rubia llamada Caterina, pero tuvo la buena idea de llevar al bebé a su esposa para criarlo en casa. Cuando la mujer de Piero posó sus ojos sobre Leo, se dio uno de los flechazos más rotundos de la historia porque para ella, nada llegó a ser poco en esfuerzo, inversión o mimo para el rubio muchacho. Leonardo posteriormente habría de recordar a su madrastra con mucho amor, agregando que solo gentilezas y buenos consejos recibió de ella.
El hecho de que el rey inglés Enrique VIII Tudor cambiara de mujer como quien se muda de ropa hizo que a varias de ellas les tocara ser madrastras de los hijos que iba coleccionando el monarca gordo en sus devaneos y matrimonios. Si bien Ana Bolena-mamá de Elizabeth I- le hacía mala cara a María, la hija habida por Enrique VIII con su primera mujer Catalina de Aragón, y Juana Seymour fue demasiado breve como tercera esposa para saber que tan buena madrastra hubiera sido(se murió poco después de parir al futuro Eduardo VI), Ana de Cléves y Catalina Howard fueron indiferentes hacia los chiquillos de Enrique. Catalina Parr, sexta y última consorte de Enrique VIII, ya había enviudado de dos esposos antes de casarse con el rey. Pero fue una de las madrastras más memorables de la historia. Reunió a los tres retoños de su marido bajo su tibio regazo, les cultivó mente y espíritu y les colmó de cariño. Reconcilió a Enrique con sus hijas, a quien en arrebatos de ira el obeso soberano había declarado bastardas. Incluso, tras la muerte del rey siguió albergando en su hogar a Elizabeth, a pesar de que ésta casi le roba a su cuarto esposo, Lord Seymour. Cuando Catalina Parr murió de parto, Elizabeth, la futura reina virgen, lloró a moco tendido por la mujer a quien consideró como una madre amorosa.
Pasando de virtual cantimplora sexual de las tropas rusas como meretriz que era a emperatriz por su matrimonio con Pedro I El Grande de Rusia, Martha Skavronskaya fue una mujer que quiso ganarse al hijo de su marido, el odioso Alexis. Ya bautizada en la fe ortodoxa esta ex prostituta tomó el nombre de la zarina Catalina I, e hizo de todo por que Alexis, el esmirriado y agrio hijo de Pedro con su primera esposa Eudoxia, se sintiera bien. Sin embargo el malcriado muchacho solo tuvo malas miradas, palabras soeces y desaires para responder a la dulzura de Catalina. Cuando Pedro acusó a su hijo de tramar contra él, Catalina le lloró para que no torturara a Alexis, pero Pedro de todas formas lo hizo ejecutar.
Isabel de Valois, hija de Catalina de Médicis y su esposo el rey Enrique II de Valois de Francia, fue otra madrastra que solo tuvo amor por su entenado, el tarado príncipe español Carlos, habido por Felipe II con su primera mujer María Manuela de Portugal. Cuando Isabel se casó con el cruel Felipe II de España en terceras nupcias, quiso llenar de mimos y atención a Carlitos, quien era un repulsivo adefesio a quien nadie quería tener cerca. Carlitos llegó a adorar a su madrastra, pero las malas lenguas afirmaron que la joven Isabel y su entenado se entendían en la cama, cosa imposible porque no hay pruebas que el monstrito Carlos hubiera podido copular ni que le hubieran puesto Viagra por enema. Cuando Carlos por fin murió misteriosamente(dicen que Felipe II envió a su hijo un pastel envenenado), el dolor de Isabel fue tan grande que su propio marido le prohibió que llorara y guardara luto por el muchacho.
Otra dulce madrastra fue la francesa Louise de Coligny, quien se casó en cuartas nupcias con el aguerrido y guapo Guillermo de Orange, mal llamado el Silencioso. Louise, hugonota francesa que había enviudado de un noble de apellido Teligny, fue la bendición de madre que precisaban los 10 hijos que el padre de la independencia holandesa había coleccionado en 3 matrimonios anteriores. Incluso cuando Guillermo fue asesinado y ella quedó con poco dinero en el monedero, Louise no abandonó a los hijos de su marido-quienes la adoraban- e hizo hasta lo imposible por mantener la familia unida. Incluso, ella ejerció influencia sobre su hijastro Maurits para que éste aceptara el tratado de paz con España y se detuvieran las masacres.
Abraham Lincoln, gran estadista norteamericano, tuvo la enorme suerte de contar con una buenísima madrastra cuando su mamá murió siendo él un chico de 9 añitos. Sara Bush Johnson era una viuda con tres hijos cuando se casó en segundas nupcias con el papá de Abe Lincoln. Era una mujer trabajadora, sensata y muy realista, y ella instó a Abe a que siguiera estudiando y nunca le tuviera miedo al trabajo. Lincoln posteriormente reconocería en público cuánto le debía a su madrastra por su beneficiosa influencia, sus constantes cuidados y la infaltable ternura y cariño que ella le proporcionó.
En el siglo XX, una de las mujeres más bellas del mundo se vio frustrada en su intento de tener hijos: la gran vedette negra Josephine Baker. Pero eso no impidió que esta diosa de ébano buscara satisfacción para sus fuertes instintos maternales, y se dio a la tarea de adoptar a once chiquillos de distintas razas para ser una de las madrastras más originales de la historia.
Cecilia Ruiz de Ríos
Uno de los roles más difíciles para las mujeres es indudablemente el de madrastra, y aunque generalmente a las "madres postizas" nos ponen como la villana de la novela, han habido unas cuantas que han desempeñado el papel de madre con excelencia. Hoy día de la Madre vamos a recordar a algunas "mamas de crianza", porque madre no es solo la que pare sino la que cría.
Entre las madrastras más recordadas de la historia francesa está Agnés de Meran, tercera mujer del rey Felipe Augusto. A ella le tocó criar vástago ajeno, y lo hizo sin distinción de los propios que finalmente tuvo ella con su soberano, quien la amaba con tanta ternura y pasión que hasta desafió al papa de turno para conservarla a su lado. Antes de ella, la historia recuerda a la linda hermana del rey Felipe IV el Bello de Francia, Margarita, a quien le tocó casarse en segundas nupcias con el monarca inglés Eduardo I Pataslargas. A Margarita no solo le tocó "bailar con la loca" al soportarle el mal genio a este cruel soberano, sino que muchas veces impidió que éste matara de soberbias palizas a los hijos habidos por Eduardo con su primera esposa Leonor. Dado que Margarita era casi contemporánea de sus entenados, solían jugar juntos y hasta conspirar contra el cascarrabias vejete que era el rey.
Otra tierna madrastra fue la hermosísima Arjumand Banu, más conocida como Mumtaz Mahal, la adorada esposa del monarca mugalo Sha Jehan de la India. Cuando ella conoció a Sha Jehan era una linda adolescente, y él ya tenía esposa y dos hijos, pero eso no impidió que el enamorado hombre se casara con Arjumand en segundas nupcias. El hecho de parir más de una docena de hijos no hizo que Arjumand apartara a los dos vástagos que su marido tenía de la primera esposa, y ella los crió todos juntos sin discriminación. Quizás por eso, Sha Jehan se escapó de volver loco cuando ella murió de parto al traer al mundo al décimocuarto hijo, y él le hizo como monumento de amor el Taj Mahal, donde aún reposan el monarca y su adorada Arjumnd después de tantos siglos de muertos.
Si hubo madrastra que idolatró a su entenado fue la esposa de Piero Da Vinci, papá del fabuloso Leonardo considerado como el hombre más perfecto que ha nacido. Resulta que el notario Da Vinci había engendrado a Leo con una campesina rubia llamada Caterina, pero tuvo la buena idea de llevar al bebé a su esposa para criarlo en casa. Cuando la mujer de Piero posó sus ojos sobre Leo, se dio uno de los flechazos más rotundos de la historia porque para ella, nada llegó a ser poco en esfuerzo, inversión o mimo para el rubio muchacho. Leonardo posteriormente habría de recordar a su madrastra con mucho amor, agregando que solo gentilezas y buenos consejos recibió de ella.
El hecho de que el rey inglés Enrique VIII Tudor cambiara de mujer como quien se muda de ropa hizo que a varias de ellas les tocara ser madrastras de los hijos que iba coleccionando el monarca gordo en sus devaneos y matrimonios. Si bien Ana Bolena-mamá de Elizabeth I- le hacía mala cara a María, la hija habida por Enrique VIII con su primera mujer Catalina de Aragón, y Juana Seymour fue demasiado breve como tercera esposa para saber que tan buena madrastra hubiera sido(se murió poco después de parir al futuro Eduardo VI), Ana de Cléves y Catalina Howard fueron indiferentes hacia los chiquillos de Enrique. Catalina Parr, sexta y última consorte de Enrique VIII, ya había enviudado de dos esposos antes de casarse con el rey. Pero fue una de las madrastras más memorables de la historia. Reunió a los tres retoños de su marido bajo su tibio regazo, les cultivó mente y espíritu y les colmó de cariño. Reconcilió a Enrique con sus hijas, a quien en arrebatos de ira el obeso soberano había declarado bastardas. Incluso, tras la muerte del rey siguió albergando en su hogar a Elizabeth, a pesar de que ésta casi le roba a su cuarto esposo, Lord Seymour. Cuando Catalina Parr murió de parto, Elizabeth, la futura reina virgen, lloró a moco tendido por la mujer a quien consideró como una madre amorosa.
Pasando de virtual cantimplora sexual de las tropas rusas como meretriz que era a emperatriz por su matrimonio con Pedro I El Grande de Rusia, Martha Skavronskaya fue una mujer que quiso ganarse al hijo de su marido, el odioso Alexis. Ya bautizada en la fe ortodoxa esta ex prostituta tomó el nombre de la zarina Catalina I, e hizo de todo por que Alexis, el esmirriado y agrio hijo de Pedro con su primera esposa Eudoxia, se sintiera bien. Sin embargo el malcriado muchacho solo tuvo malas miradas, palabras soeces y desaires para responder a la dulzura de Catalina. Cuando Pedro acusó a su hijo de tramar contra él, Catalina le lloró para que no torturara a Alexis, pero Pedro de todas formas lo hizo ejecutar.
Isabel de Valois, hija de Catalina de Médicis y su esposo el rey Enrique II de Valois de Francia, fue otra madrastra que solo tuvo amor por su entenado, el tarado príncipe español Carlos, habido por Felipe II con su primera mujer María Manuela de Portugal. Cuando Isabel se casó con el cruel Felipe II de España en terceras nupcias, quiso llenar de mimos y atención a Carlitos, quien era un repulsivo adefesio a quien nadie quería tener cerca. Carlitos llegó a adorar a su madrastra, pero las malas lenguas afirmaron que la joven Isabel y su entenado se entendían en la cama, cosa imposible porque no hay pruebas que el monstrito Carlos hubiera podido copular ni que le hubieran puesto Viagra por enema. Cuando Carlos por fin murió misteriosamente(dicen que Felipe II envió a su hijo un pastel envenenado), el dolor de Isabel fue tan grande que su propio marido le prohibió que llorara y guardara luto por el muchacho.
Otra dulce madrastra fue la francesa Louise de Coligny, quien se casó en cuartas nupcias con el aguerrido y guapo Guillermo de Orange, mal llamado el Silencioso. Louise, hugonota francesa que había enviudado de un noble de apellido Teligny, fue la bendición de madre que precisaban los 10 hijos que el padre de la independencia holandesa había coleccionado en 3 matrimonios anteriores. Incluso cuando Guillermo fue asesinado y ella quedó con poco dinero en el monedero, Louise no abandonó a los hijos de su marido-quienes la adoraban- e hizo hasta lo imposible por mantener la familia unida. Incluso, ella ejerció influencia sobre su hijastro Maurits para que éste aceptara el tratado de paz con España y se detuvieran las masacres.
Abraham Lincoln, gran estadista norteamericano, tuvo la enorme suerte de contar con una buenísima madrastra cuando su mamá murió siendo él un chico de 9 añitos. Sara Bush Johnson era una viuda con tres hijos cuando se casó en segundas nupcias con el papá de Abe Lincoln. Era una mujer trabajadora, sensata y muy realista, y ella instó a Abe a que siguiera estudiando y nunca le tuviera miedo al trabajo. Lincoln posteriormente reconocería en público cuánto le debía a su madrastra por su beneficiosa influencia, sus constantes cuidados y la infaltable ternura y cariño que ella le proporcionó.
En el siglo XX, una de las mujeres más bellas del mundo se vio frustrada en su intento de tener hijos: la gran vedette negra Josephine Baker. Pero eso no impidió que esta diosa de ébano buscara satisfacción para sus fuertes instintos maternales, y se dio a la tarea de adoptar a once chiquillos de distintas razas para ser una de las madrastras más originales de la historia.
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