FRENCH FRY MÁS GENIAL DEL PERIODISMO. JOSEPH PULITZER
Cecilia Ruiz de Ríos
“Vé pues la Cecilia no está solo patuleca de la pata, sino de la cabeza mentando en su espacio en El Pensamiento a un tal Puliche que sepa Judas de “onde” lo sacó,” fue el comentario que escuché en un “supernotciero matutino” de un “prestigioso colega-periodista”. Hoy que estamos celebrando el Día del periodista nicaragüense, vamos a recordar al French Fry (papita frita en común escaliche) más sublime de toda la historia del periodismo: el judío húngaro-gringo Joseph PULITZER, cuya genialidad fue tan rebosante que hasta legó reales para premiar la genuina excelencia no solo en periodismo sino que también en categorías de poesía, drama y música (por aquello que el buen periodista es aquel que leer vorazmente y ansía ser erudito, no?)
Joseph nació en el seno de una familia ricachona de judíos húngaros el 10 de abril de 1847, y recibió una esmeradísima educación desde sus primeras letras. Travieso y alegre como adolescente, se le metió el diablo que quería ser húsaro en el ejército húngaro, pero el flaquetoso y endeble chavalo fue rechazado de tajo por su mala salud y ser medio cegueta. Siempre tozudo, quiso sumarse a otros dos ejércitos europeos pero le cantaron cero por los mismos motives. Un delegado del ejército de la Unión en 1864 lo alborotó a que se sumara a los trajes azules de Lincoln, y ni corto ni perezoso Joseph se fue para Estados Unidos con una mano adelante y otra atrás, con ganas pataguinas de tener aventuras bélicas mientras su familia quedaba en Europa retorciéndose las manos de angustia. De esta forma Joseph fue quizás el soldado más enclenque de toda la Guerra Civil, sin lograr una sola medalla y mas bien estorbando pues corría como chihuahua golpeado. Al finalizar la Guerra de Secesión gringa Joseph meneó su huesera hasta llegar a la ciudad de San Luis, a orillas del Mississippi. Mientras aprendía el inglés, lavó platos, fue comerciante informal, secretario y hasta vendió sepulturas para los que sucumbieron a un súbito brote de cólera en 1866. Dado que había una buena cantidad de germanoparlantes en esa ciudad y Joseph hablaba buen alemán (y muy buen francés también), Joseph le alborotó la curiosidad a un editor de un periódico editado en alemán mientras jugaba ajedrez en la Biblioteca Mercantil. La gran inteligencia y perseverancia de Joseph propició que Carl Schurz del Westyliche Post lo contrató como reportero aunque Joseph no tenía el título de periodista...(”huy guácala papafrita!” dirán algunos). Una vez que estuvo trabajando con el alemán, Joseph se vio mordido por la culebra de la política, un interés que le duraría toda la vida y que posteriormente haría que él fuera electo a la cámara de representantes del congreso gringo en 1869 como republicano. Como legislador estaría destinado a luchar contra la corrupción del gobierno. Consiguiendo que enemigos como el capitán Edward Augustine lo enojara tanto que el alborotado húngaro resolviera sacarle una pistola porque el militar lo llamó mentiroso y tapudo. De este bochinche el capitán salió con un tiro en la pierna y a Joseph casi le destapan la sesera con la culata de una pistola. Joseph no fue severamente sancionado por esto, pero desde entonces Joseph prefirió la pluma y la lengua antes que volver a agredir a alguien por muy iracundo que estuviese.
Siempre prudente en sus gastos, Joseph fue acumulando dinero y en 1872 adquirió una parte de las acciones del periódico alemán donde trabajaba. Ejerciendo también como abogado empírico, fue haciendo cuantiosos ahorros y al cumplir sus 31 años conoció al amor en mayúscula cuando se topó a la hermosa Kate Davis, una mujer de origen linajudo y modales sencillos. Se la llevó de luna de miel a Europa y al regreso, Joseph compró el periódico St.Louis Dispatch. Bajo el liderazgo de Joseph, éste y otros diarios que él adquirió progresaron y le hicieron una jugosa fortuna. Siempre ambicioso y perfeccionista, este sesudo judío en 1883 compró el New York World de manos del financiero Jay Gould por la entonces enorme suma de $346,000.Joseph se mudó con su familia a Nueva York, reteniendo al mismo tiempo el control del periódico St.Louis Dispatch, en el cual continuó escribiendo hasta que murió.
Joseph toda la vida había sido un workaholic de cuidado, y la dirección de su emporio periodístico hubiera minado la salud hasta de un Schwarzenegger. Pero Joseph seguía siendo endeble, y el surménage que le causaba tanta tensión terminó de acabar con su frágil constitución. En 1887 mientras entraba a las oficinas del New York World, el barbudo pesquisón levantó un artículo para editarlo y se dio cuenta que apenas podía leer las letras grandes. Salió en carrera a ver a un oculista, quien le tenía malísimas noticias: un vaso sanguíneo roto tras un ojo y deterioro del otro globo ocular. Le recetó 6 semanas en oscurana para salvar lo que le quedaba de vista. Joseph le contuvo y siguió la prescripción pero fue en vano: el daño ya era monumental. No solo los ojos le estaban dando lata a Joseph: tenía asma, pulmones débiles, diabetes y fatiga constante. Como compensación, oía mejor mientras su vista se perdía. Al mudarse a su nueva mansión le diseñaron un cuarto aparte a prueba de ruidos. Para el 16 de octubre de 1890, Joseph tuvo que dejar su puesto de mandamás. El doctor lo mandó a pasear en yate. Al poco tiempo estaba de vuelta metiendo la nariz en todo, contraviniendo las órdenes del doctor mientras su mujer le gritaba que lo iba a amarrar a la pata de la mesa. Su cuñado William Davis le alcahueteaba sus escapadas hacia el periódico, sabiendo que Joseph seguía siendo incontenible, y que nunca iba a jubilarse.
En 1907 al cumplir sus 60 años, permitió que dieran dos cenas en su honor, pero no estuvo en ninguna. Sin embargo, no se perdió un solo detalle a través de sus fieles informantes. Joseph moriría completamente ciego en 1911 a bordo de su yate. Toda su vida luchó contra la corrupción, y en varias ocasiones se trenzó en pleitos contra el exhibicionista archimagnate del periodismo amarillista William Randolph Hearst, a quien varias veces tildó de asqueroso y mercenario por “vender la noticia como si fuera una puta pintorreteada”(palabras textuales, no mías, lo que me lleva a preguntar qué opinaría el inefable húngaro al ver las notas rojas tan en boga hoy en Nicaragua?) A Joseph se le debe la base sobre la cual descansa la estatua de la Libertad en Nueva York, ya que él hizo campaña para colectar dinero para dicha construcción mientras el gobierno gringo decía estar en quiebra y conservaban guardado este obsequio que le habían hecho los franceses con tanto cariño al pueblo yanqui. Joseph además dejó una suma gorda de su fortuna para premiar la excelencia no solo en categorías de periodismo y poesía, sino también en crítica, música, caricatura, drama y fotografía. Contrario al derroche de elegancia que caracteriza a la entrega de Premios Nóbel, la entrega de los Pulitzers es un almuerzo modesto en la Universidad de Columbia sin cobertura en directo de TV. El primer premio Pulitzer fue entregado en 1917, seis años tras la desaparición física del húngaro. Los premios son otorgados solamente a norteamericanos, ya que aunque Joseph nunca dejó de recordar su origen magyar, siempre se sintió muy agradecido pues su trabajo y tesón lo convirtió en el perfecto modelo del “American Dream.”
Cecilia Ruiz de Ríos
“Vé pues la Cecilia no está solo patuleca de la pata, sino de la cabeza mentando en su espacio en El Pensamiento a un tal Puliche que sepa Judas de “onde” lo sacó,” fue el comentario que escuché en un “supernotciero matutino” de un “prestigioso colega-periodista”. Hoy que estamos celebrando el Día del periodista nicaragüense, vamos a recordar al French Fry (papita frita en común escaliche) más sublime de toda la historia del periodismo: el judío húngaro-gringo Joseph PULITZER, cuya genialidad fue tan rebosante que hasta legó reales para premiar la genuina excelencia no solo en periodismo sino que también en categorías de poesía, drama y música (por aquello que el buen periodista es aquel que leer vorazmente y ansía ser erudito, no?)
Joseph nació en el seno de una familia ricachona de judíos húngaros el 10 de abril de 1847, y recibió una esmeradísima educación desde sus primeras letras. Travieso y alegre como adolescente, se le metió el diablo que quería ser húsaro en el ejército húngaro, pero el flaquetoso y endeble chavalo fue rechazado de tajo por su mala salud y ser medio cegueta. Siempre tozudo, quiso sumarse a otros dos ejércitos europeos pero le cantaron cero por los mismos motives. Un delegado del ejército de la Unión en 1864 lo alborotó a que se sumara a los trajes azules de Lincoln, y ni corto ni perezoso Joseph se fue para Estados Unidos con una mano adelante y otra atrás, con ganas pataguinas de tener aventuras bélicas mientras su familia quedaba en Europa retorciéndose las manos de angustia. De esta forma Joseph fue quizás el soldado más enclenque de toda la Guerra Civil, sin lograr una sola medalla y mas bien estorbando pues corría como chihuahua golpeado. Al finalizar la Guerra de Secesión gringa Joseph meneó su huesera hasta llegar a la ciudad de San Luis, a orillas del Mississippi. Mientras aprendía el inglés, lavó platos, fue comerciante informal, secretario y hasta vendió sepulturas para los que sucumbieron a un súbito brote de cólera en 1866. Dado que había una buena cantidad de germanoparlantes en esa ciudad y Joseph hablaba buen alemán (y muy buen francés también), Joseph le alborotó la curiosidad a un editor de un periódico editado en alemán mientras jugaba ajedrez en la Biblioteca Mercantil. La gran inteligencia y perseverancia de Joseph propició que Carl Schurz del Westyliche Post lo contrató como reportero aunque Joseph no tenía el título de periodista...(”huy guácala papafrita!” dirán algunos). Una vez que estuvo trabajando con el alemán, Joseph se vio mordido por la culebra de la política, un interés que le duraría toda la vida y que posteriormente haría que él fuera electo a la cámara de representantes del congreso gringo en 1869 como republicano. Como legislador estaría destinado a luchar contra la corrupción del gobierno. Consiguiendo que enemigos como el capitán Edward Augustine lo enojara tanto que el alborotado húngaro resolviera sacarle una pistola porque el militar lo llamó mentiroso y tapudo. De este bochinche el capitán salió con un tiro en la pierna y a Joseph casi le destapan la sesera con la culata de una pistola. Joseph no fue severamente sancionado por esto, pero desde entonces Joseph prefirió la pluma y la lengua antes que volver a agredir a alguien por muy iracundo que estuviese.
Siempre prudente en sus gastos, Joseph fue acumulando dinero y en 1872 adquirió una parte de las acciones del periódico alemán donde trabajaba. Ejerciendo también como abogado empírico, fue haciendo cuantiosos ahorros y al cumplir sus 31 años conoció al amor en mayúscula cuando se topó a la hermosa Kate Davis, una mujer de origen linajudo y modales sencillos. Se la llevó de luna de miel a Europa y al regreso, Joseph compró el periódico St.Louis Dispatch. Bajo el liderazgo de Joseph, éste y otros diarios que él adquirió progresaron y le hicieron una jugosa fortuna. Siempre ambicioso y perfeccionista, este sesudo judío en 1883 compró el New York World de manos del financiero Jay Gould por la entonces enorme suma de $346,000.Joseph se mudó con su familia a Nueva York, reteniendo al mismo tiempo el control del periódico St.Louis Dispatch, en el cual continuó escribiendo hasta que murió.
Joseph toda la vida había sido un workaholic de cuidado, y la dirección de su emporio periodístico hubiera minado la salud hasta de un Schwarzenegger. Pero Joseph seguía siendo endeble, y el surménage que le causaba tanta tensión terminó de acabar con su frágil constitución. En 1887 mientras entraba a las oficinas del New York World, el barbudo pesquisón levantó un artículo para editarlo y se dio cuenta que apenas podía leer las letras grandes. Salió en carrera a ver a un oculista, quien le tenía malísimas noticias: un vaso sanguíneo roto tras un ojo y deterioro del otro globo ocular. Le recetó 6 semanas en oscurana para salvar lo que le quedaba de vista. Joseph le contuvo y siguió la prescripción pero fue en vano: el daño ya era monumental. No solo los ojos le estaban dando lata a Joseph: tenía asma, pulmones débiles, diabetes y fatiga constante. Como compensación, oía mejor mientras su vista se perdía. Al mudarse a su nueva mansión le diseñaron un cuarto aparte a prueba de ruidos. Para el 16 de octubre de 1890, Joseph tuvo que dejar su puesto de mandamás. El doctor lo mandó a pasear en yate. Al poco tiempo estaba de vuelta metiendo la nariz en todo, contraviniendo las órdenes del doctor mientras su mujer le gritaba que lo iba a amarrar a la pata de la mesa. Su cuñado William Davis le alcahueteaba sus escapadas hacia el periódico, sabiendo que Joseph seguía siendo incontenible, y que nunca iba a jubilarse.
En 1907 al cumplir sus 60 años, permitió que dieran dos cenas en su honor, pero no estuvo en ninguna. Sin embargo, no se perdió un solo detalle a través de sus fieles informantes. Joseph moriría completamente ciego en 1911 a bordo de su yate. Toda su vida luchó contra la corrupción, y en varias ocasiones se trenzó en pleitos contra el exhibicionista archimagnate del periodismo amarillista William Randolph Hearst, a quien varias veces tildó de asqueroso y mercenario por “vender la noticia como si fuera una puta pintorreteada”(palabras textuales, no mías, lo que me lleva a preguntar qué opinaría el inefable húngaro al ver las notas rojas tan en boga hoy en Nicaragua?) A Joseph se le debe la base sobre la cual descansa la estatua de la Libertad en Nueva York, ya que él hizo campaña para colectar dinero para dicha construcción mientras el gobierno gringo decía estar en quiebra y conservaban guardado este obsequio que le habían hecho los franceses con tanto cariño al pueblo yanqui. Joseph además dejó una suma gorda de su fortuna para premiar la excelencia no solo en categorías de periodismo y poesía, sino también en crítica, música, caricatura, drama y fotografía. Contrario al derroche de elegancia que caracteriza a la entrega de Premios Nóbel, la entrega de los Pulitzers es un almuerzo modesto en la Universidad de Columbia sin cobertura en directo de TV. El primer premio Pulitzer fue entregado en 1917, seis años tras la desaparición física del húngaro. Los premios son otorgados solamente a norteamericanos, ya que aunque Joseph nunca dejó de recordar su origen magyar, siempre se sintió muy agradecido pues su trabajo y tesón lo convirtió en el perfecto modelo del “American Dream.”
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