RECORDANDO A JUAN BRAHMS
Cecilia Ruiz de Ríos
Un 7 de mayo de 1833 vino al mundo en un barrio pobre de la ciudad portuaria de Hamburgo uno de los judíos más notables del pentagrama: Juan Brahms. Considerado como una de las tres Bs monumentales de la música clásica junto a Beethoven y Bach, en lo personal su música me parecía pesada e indigesta cuando comencé a interpretarla. Sin embargo, para muchos la obertura de Festival Académico, las Danzas Húngaras y los Valses Liebeslieder son obras maestras etéreas y perfectamente agradables desde el primer momento que una las oye.
Brahms no tuvo una infancia feliz. Cuando era chico, muchas veces pasó hambre. El ambiente insalubre de los barrios marginales le marcó para siempre en sus actitudes ante el amor. Su mamá lo mimaba cuanto podía, y su papá- un músico de orquesta que nunca logró ganar mucho dinero- le trataba con indiferencia. Brahms creció pegado a las faldas de su madre, y cuando ella murió el joven Brahms llorando ante su tumba exclamó, Ÿa no tengo madre! Tendré que casarme!
Lo curioso es que Brahms estaba destinado -al igual que el gran Haendel- a ser uno de los solterones más empedernidos de la historia. Brahms podía ser muy solidario con sus amigos, le gustaban las juergas y las mujeres livianas, se desprendía de su dinero con facilidad para ayudar a los necesitados, pero carecía de tacto social y tenía unos modales grotescos. Si siendo chavalo fue bastante guapo aunque algo chaparro, y las mujeres lo seguían, a veces era bastante grosero con ellas. Su lengua era viperina, pero cuando algo le agradaba no se quedaba sin manifestarlo efusivamente. Comenzó ganándose la vida tocando en tabernas de mala muerte, pero el contacto con lo vernáculo no impidió que subiera a las grandes alturas con obras como Réquiem Alemán, las sinfonías, el concierto para violín y otros monumentos del pentagrama que nos legó. Cuando Brahms comenzaba a hacer sus pinitos en la música clásica fue apoyado por nada menos que por el gran romántico alemán Roberto Schumann, periodista empírico y pianista célebre además de gran compositor. Un Schumann entusiasmado le dedicó bellas páginas de elogio al joven Brahms en su revista musical, y luego lo acogió como un hijo más en su hogar formado con la pianista Clara Wieck y los 7 retoños habidos de esta unión.
Schumann ya comenzaba a tener problemas nerviosos cuando Brahms llegó a vivir a su hogar. Brahms sirvió de apoyo casero, niñero a ratos de los chicos y de consuelo para Clara Wieck. Cuando Schumann fue a parar al manicomio, Brahms se enamoró perdidamente de Clara y llegaron a ser amantes. A lo largo de su vida, Brahms no estrenaría una sola obra sin antes pedirle la opinión a Clara, aún después de haber dejado de vivir en casa de ésta. En el más absoluto misterio quedó el por qué Brahms no llegó a casarse con Clara una vez que Schumann murió. Algunos especulan que el notable judío padecía de impotencia o de angelismo, que es un síndrome sexual que impide que el hombre pueda culminar el coito con la persona quien tanto adora.
Otra mujer quien atrajo a Brahms fue la cantante Agatha Von Siebold. De Brahms Agata logró la dedicatoria de un sexteto, pero nunca el cumplimiento de una promesa de boda. Una de las ironías que jugó el destino a este hombre que era hosco por fuera y tierno por dentro es que sin llegar a tener hijos propios, compusiera la canción de cuna que es el himno universal con el cual las madres de toda raza arrullan a sus niños. Cuenta la leyenda que Brahms compuso la Canción de Cuna como regalo para un buen amigo suyo, un mercader judío que tras tener 7 hijos varones, por fin se vio colmado de dicha al arribar la ansiada niña.
Brahms como amigo era toda una bendición. Era capaz de quedarse sin dinero por socorrer a alguien en desgracia. Sin embargo su lengua viperina era temida por aquellos por los cuales no sentía respeto. En varias ocasiones manifestó repulsión por la música de Wagner.
Uno de los encuentros más felices de la vida de Brahms fue el que sostuvo con el violinista húngaro Remenyi. La destreza de este talentoso húngaro fue el incentivo para que Brahms compusiera sus aplaudidas Danzas Húngaras, todas ellas muy populares pero especialmente apreciada es la no.5, que es casi de rigor en todos los circos del mundo al presentar el show de los caballos o los elefantes. Otro encuentro alegre para Brahms se dio cuando estableció su residencia en Viena. Ahí, un día conoció a Juan Strauss, hijo, el famoso rey del vals que nos legó además operettas tan lindas como El Barón Gitano y El Murciélago. Cuando a Brahms le presentaron al autor del Danubio Azul y Vals Emperador, Brahms reaccionó como un chiquito que por fin conoce a su ídolo. Le sudaron las manos, tartamudeó, y por fin pudo expresar a plenitud su galopante admiración por el Rey del Vals. Strauss por su parte, consciente que Brahms era un monstruo sagrado de la música académica, se ruborizó como quinceañera cuando Brahms le autografió una hoja en la que plasmó las primeras notas del Danubio Azul, añadiendo y firmando, “lamentablemente no de la pluma de su admirador Juan Brahms.” Era el mejor tributo que el coloso musical que era Brahms podía brindar al rey del vals y de la música ligera.
La Obertura del Festival Académico vio la luz en una forma bastante simpática. Cuando le dijeron al ya barbiluengo Brahms que le iban a dar el doctorado honoris causa de una prestigiosa universidad, no supo qué decir. Pero una forma de agradecer el gesto fue estrenando en esa ocasión dicha obertura, en la misma ceremonia en que le pusieron toga y birrete negro.
Partiéndose de la risa tras el evento, Brahms bromeaba con sus amistades que cómo era posible que al ex Burro Titular de la primaria lo hubieran hecho doctor universitario.
Brahms murió un 3 de abril de 1897 siendo uno de los músicos más respetados de Europa. Para entonces ya tenía la figura de un rollizo osito barbudo y muchos lo consideraban el digno sucesor de Beethoven en cuanto a sinfonías se refiere.
Cecilia Ruiz de Ríos
Un 7 de mayo de 1833 vino al mundo en un barrio pobre de la ciudad portuaria de Hamburgo uno de los judíos más notables del pentagrama: Juan Brahms. Considerado como una de las tres Bs monumentales de la música clásica junto a Beethoven y Bach, en lo personal su música me parecía pesada e indigesta cuando comencé a interpretarla. Sin embargo, para muchos la obertura de Festival Académico, las Danzas Húngaras y los Valses Liebeslieder son obras maestras etéreas y perfectamente agradables desde el primer momento que una las oye.
Brahms no tuvo una infancia feliz. Cuando era chico, muchas veces pasó hambre. El ambiente insalubre de los barrios marginales le marcó para siempre en sus actitudes ante el amor. Su mamá lo mimaba cuanto podía, y su papá- un músico de orquesta que nunca logró ganar mucho dinero- le trataba con indiferencia. Brahms creció pegado a las faldas de su madre, y cuando ella murió el joven Brahms llorando ante su tumba exclamó, Ÿa no tengo madre! Tendré que casarme!
Lo curioso es que Brahms estaba destinado -al igual que el gran Haendel- a ser uno de los solterones más empedernidos de la historia. Brahms podía ser muy solidario con sus amigos, le gustaban las juergas y las mujeres livianas, se desprendía de su dinero con facilidad para ayudar a los necesitados, pero carecía de tacto social y tenía unos modales grotescos. Si siendo chavalo fue bastante guapo aunque algo chaparro, y las mujeres lo seguían, a veces era bastante grosero con ellas. Su lengua era viperina, pero cuando algo le agradaba no se quedaba sin manifestarlo efusivamente. Comenzó ganándose la vida tocando en tabernas de mala muerte, pero el contacto con lo vernáculo no impidió que subiera a las grandes alturas con obras como Réquiem Alemán, las sinfonías, el concierto para violín y otros monumentos del pentagrama que nos legó. Cuando Brahms comenzaba a hacer sus pinitos en la música clásica fue apoyado por nada menos que por el gran romántico alemán Roberto Schumann, periodista empírico y pianista célebre además de gran compositor. Un Schumann entusiasmado le dedicó bellas páginas de elogio al joven Brahms en su revista musical, y luego lo acogió como un hijo más en su hogar formado con la pianista Clara Wieck y los 7 retoños habidos de esta unión.
Schumann ya comenzaba a tener problemas nerviosos cuando Brahms llegó a vivir a su hogar. Brahms sirvió de apoyo casero, niñero a ratos de los chicos y de consuelo para Clara Wieck. Cuando Schumann fue a parar al manicomio, Brahms se enamoró perdidamente de Clara y llegaron a ser amantes. A lo largo de su vida, Brahms no estrenaría una sola obra sin antes pedirle la opinión a Clara, aún después de haber dejado de vivir en casa de ésta. En el más absoluto misterio quedó el por qué Brahms no llegó a casarse con Clara una vez que Schumann murió. Algunos especulan que el notable judío padecía de impotencia o de angelismo, que es un síndrome sexual que impide que el hombre pueda culminar el coito con la persona quien tanto adora.
Otra mujer quien atrajo a Brahms fue la cantante Agatha Von Siebold. De Brahms Agata logró la dedicatoria de un sexteto, pero nunca el cumplimiento de una promesa de boda. Una de las ironías que jugó el destino a este hombre que era hosco por fuera y tierno por dentro es que sin llegar a tener hijos propios, compusiera la canción de cuna que es el himno universal con el cual las madres de toda raza arrullan a sus niños. Cuenta la leyenda que Brahms compuso la Canción de Cuna como regalo para un buen amigo suyo, un mercader judío que tras tener 7 hijos varones, por fin se vio colmado de dicha al arribar la ansiada niña.
Brahms como amigo era toda una bendición. Era capaz de quedarse sin dinero por socorrer a alguien en desgracia. Sin embargo su lengua viperina era temida por aquellos por los cuales no sentía respeto. En varias ocasiones manifestó repulsión por la música de Wagner.
Uno de los encuentros más felices de la vida de Brahms fue el que sostuvo con el violinista húngaro Remenyi. La destreza de este talentoso húngaro fue el incentivo para que Brahms compusiera sus aplaudidas Danzas Húngaras, todas ellas muy populares pero especialmente apreciada es la no.5, que es casi de rigor en todos los circos del mundo al presentar el show de los caballos o los elefantes. Otro encuentro alegre para Brahms se dio cuando estableció su residencia en Viena. Ahí, un día conoció a Juan Strauss, hijo, el famoso rey del vals que nos legó además operettas tan lindas como El Barón Gitano y El Murciélago. Cuando a Brahms le presentaron al autor del Danubio Azul y Vals Emperador, Brahms reaccionó como un chiquito que por fin conoce a su ídolo. Le sudaron las manos, tartamudeó, y por fin pudo expresar a plenitud su galopante admiración por el Rey del Vals. Strauss por su parte, consciente que Brahms era un monstruo sagrado de la música académica, se ruborizó como quinceañera cuando Brahms le autografió una hoja en la que plasmó las primeras notas del Danubio Azul, añadiendo y firmando, “lamentablemente no de la pluma de su admirador Juan Brahms.” Era el mejor tributo que el coloso musical que era Brahms podía brindar al rey del vals y de la música ligera.
La Obertura del Festival Académico vio la luz en una forma bastante simpática. Cuando le dijeron al ya barbiluengo Brahms que le iban a dar el doctorado honoris causa de una prestigiosa universidad, no supo qué decir. Pero una forma de agradecer el gesto fue estrenando en esa ocasión dicha obertura, en la misma ceremonia en que le pusieron toga y birrete negro.
Partiéndose de la risa tras el evento, Brahms bromeaba con sus amistades que cómo era posible que al ex Burro Titular de la primaria lo hubieran hecho doctor universitario.
Brahms murió un 3 de abril de 1897 siendo uno de los músicos más respetados de Europa. Para entonces ya tenía la figura de un rollizo osito barbudo y muchos lo consideraban el digno sucesor de Beethoven en cuanto a sinfonías se refiere.
No hay comentarios:
Publicar un comentario