Emperador José II de Habsburgo

Emperador José II de Habsburgo
Al volante de la Máquina del Tiempo

Adelante internautas

Yo soy el Emperador José II de Habsburgo, gato quien gobierna desde el éter a su madre humana, la historiadora nicaragüense Cecilia.Hoy que se cumplen 6 años de mi ingreso triunfal al paraìso gatuno,donde fui coronado como emperador, mi madre hizo este blog en honor a mi memoria. Aquí voy recopilando el trabajo de mi madre en tres categorías: temas de la historia, personajes célebres y su obra cuentística y filosófica. Cualquier pregunta que deseen aclarar, tenéis el email cecilmundo@gmail.com para hacerlo. Ahora, a servirse la mesa.Bon appetit! Emperador José II de Habsburgo

Emperador navegando en su máquina del tiempo

Emperador navegando en su máquina del tiempo
en brazos de mi partera

domingo, 11 de mayo de 2008

el estoico por excelencia


SABIO, JUSTO, INCOMPARABLE: MARCO AURELIO
Cecilia Ruiz de Ríos
“Este libro te vendrá de perlas” me dijo con una gran sonrisa mi
profesor de inglés James Martin en uno de los pocos momentos felices de mi atribulada secundaria. Era “Las Medita­ciones” del gran filósofo estoico y empera­dor romano Marco Aurelio. Apenas abrí el libro, fue amor al primer mordisco. Luego, cuando fui a Roma, pasé un rato platican­do con su estatua aunque me vieran como loca.

Marco Aurelio Verus era español, nacido un 26 de abril de 121 de la era cristiana en una distinguida familia. Su papi fue Annio Vero y su madre Domicia Lucilla. Su abue­lo había tenido una notable carrera política durante el reinado de otro notable español, el barbudo emperador Adriano. Marco des­de niño lució muy bien, con rizos castaños claros y unos ojos de mirada dulce. Adria­no, quien sabia detectar talento donde era posible, se vio muy impresionado por el nieto de su servidor y lo observó desde chi­co con vistas a hacerle su sucesor, pues ya es harto sabido que Adriano a pesar de te­ner por esposa a Sabina, no iba a dejar descendencia. Aunque Antonino sería el sucesor de Adriano, adoptaría a Marco Au­relio por disposición del mismo Adriano. Marco Aurelio se entrenó para ser empera­dor bajo la larga y pacifica administración de Antonino, quien no tenía ímpetus gue­rreristas. Marco, quien desde niño fue adicto a la lec­tura y amaba la música y los animales por encima de todas las cosas, fue ascendien­do gradualmente como heredero.

Entre 140 y 145 fue cónsul, teniendo acceso a codear­se con intelectuales de Ia talla de Fronto, famoso por su retórica, y el filósofo estoico Epícteto, quien habría de influir en su ten­dencia dentro del campo de Ia filosofía. Marco se vio por fin emperador a los 40 años, un 7 de marzo de 161 cuando Antonino murió. Al no haber oposición alguna, Marco eligió a su propio hermano como co­emperador. El clavo era que su hermano Lucio no tenía mucha andadura militar
cuando en 161 se vio el conflicto con Partia.

Mandó a su hermano con los mejores generales, y desde 162 la fortuna le sonrió a Roma, pues varias ciudades partas como Seleucia y Ctesiphon fueron destruidas. En 166 Partia capituló y un delegado romano se sentó en el trono armenio. Las huestes triunfantes al entrar en Roma no solo traí­an botín y gloria, sino que entre los solda­dos venía la peste. Se cree que fue una es­pecie de viruela que arrasó con buena par­te de la población romana. Tras la guerra de Partia, Marco Aurelio optó por fijarse en el norte, lanzando una campaña contra las tribus germánicas. Lucio Vero moriría en campaña, dejan­do a Marco solo en el trono.


A inicios de 169, los Marcommani y Qua­dis habían cruzado el Da­nubio, entrando a territo­rio italiano. Al irse a en­contrar a los invasores, Marco estaba destinado a perder a su amado herma­no. Marco al fin logró ven­cer a los germanos, pero Marco regresó a Roma car­gando el cuerpo de Lucio. Enterró a su hermano con plenos honores. Las Gue­rras Marcománicas habrían de ser caras y sangrientas, pero al final Marco logró ir progresando lentamente. Marco se llevó buen susto cuando Avidio Cassius, uno de sus mejo­res generales, se quiso hacer emperador de Roma desde su gobierno en Siria. Cuando Marco llegó a enfrentar la conjura, ya Avidio había sido asesinado. Marco re­gresó aprisa a Roma. Al no tener a su her­mano, Marco llevó a su perverso hijo Cómmodo para que aprendiera a guerrear. Marco estaba destinado a morirse el 17 de marzo de 180 durante el conflicto bélico, dejando como heredero al corrupto Cómmodo. Se especuló sobre un envenenamiento por parte de Cómmodo-versión integrada en la deformante cinta Gladiador-pero se sabe que Marco era diabético y murió de un ba­jón de azúcar.

La vida familiar del pobre Marco fue un de­sastre. Casado con Faustina, la bella pero casquivana hija del emperador Antonino, esta mujer era 8 años menor que el y po­seía una de las líbidos más alborotadas de la historia. Los casaron en 145, y estaban destinados a tener 13 hijos juntos. La ma­yor parte de estos chavalos murieron en la niñez, y la paternidad de Cómmodo es una de las grandes interrogantes de la historia. Faustina al parecer pasó una noche de co­pas muy alegre con un gladiador mientras Marco estaba firmando papeles, y aunque Marco nunca supo a ciencia cierta de quién era Cómmodo, lo amó tier­namente desde que nació, como si fuera suyo. Faustina coronó la testa de Marco con más cuernos que un venado adulto, y entre sus amantes estuvo Avidio Cassius, el general que le quiso quitar el trono a Marco. Se cree que fue por ambición de Faustina que Cassius se lanzó a tan descabellado atrevi­miento. A pesar de ser gastona e infiel, Marco adoraba a su mujer llo­rándola copiosamente cuando murió en 175 a consecuencia de un accidente. Marco la deificó y llamó a la ciu­dad de Cappadocia como Faustinópolis. Tras la muerte de este viudo inconsolable, las cenizas de Marco fueron internadas en el mausoleo de Adriano.

La historia lo recuerda como un buen mo­narca, accesible y justo. Respetuoso de la vida ajena y de buen corazón, prohibió las justas sangrientas de gladiadores que tanto deleitaban a la plebe. Vegetariano debi­do a su amor por las criaturas, fue un go­bernante ecológico que no le gustaba que desperdiciaran los recursos naturales. Sus “Meditaciones” de tendencia estoica lo confirman como un genuino filósofo de gran monto, y aunque ha sido acusado de usar opio, nunca se ha podido confirmar di­cha especie. Sentía debilidad por todo tipo de felinos, y tuvo como mascotas a dos panteras que le trajeran del África, y su pa­sión por Luna, una mechuda gata, fue legen­daria. Tras su muerte, su hijo Cómmodo desbarató todo lo que su sacrificado padre hizo, pasando a ser uno de los aberrados más despreciables de la historia, confir­mando el refrán de “una rosa, una espina.”


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