Emperador José II de Habsburgo

Emperador José II de Habsburgo
Al volante de la Máquina del Tiempo

Adelante internautas

Yo soy el Emperador José II de Habsburgo, gato quien gobierna desde el éter a su madre humana, la historiadora nicaragüense Cecilia.Hoy que se cumplen 6 años de mi ingreso triunfal al paraìso gatuno,donde fui coronado como emperador, mi madre hizo este blog en honor a mi memoria. Aquí voy recopilando el trabajo de mi madre en tres categorías: temas de la historia, personajes célebres y su obra cuentística y filosófica. Cualquier pregunta que deseen aclarar, tenéis el email cecilmundo@gmail.com para hacerlo. Ahora, a servirse la mesa.Bon appetit! Emperador José II de Habsburgo

Emperador navegando en su máquina del tiempo

Emperador navegando en su máquina del tiempo
en brazos de mi partera

domingo, 29 de noviembre de 2009

Vol de Jour






MUNDO DE CANICA(VOL DE JOUR)
MERCI Antoine de Saint Exupéry, je vous remercie Silvio
EL ARTE ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO. William Shakespeare.
“Vuelo hacia vos, y no sé si el vuelo y la anticipación de verte es por fin más que el arribo.”Antoine de Saint Exupéry, aviador y escritor francés
“No fue hasta que vi la mirada transparente, fija, tan inmensamente azul que me di cuenta que estaba predispuesta desde la cuna para pasar por este experiencia tan extraordinaria. Yo había sabido desde chavala, desde aquel incidente con las canicas multicolores de mi papá supersticioso, que iba a vivir en un mundo de canicas. Chibolas, les llamamos en Nicaragua, trocitos de mundo le llamaba un entrenador vietnamita que tuve y al cual aprendi a adorar sin que ninguno de los dos nos enterásemos, sino hasta el momento que se fue para Vietnam de nuevo. Pero antes del vietnamita, antes de este vuelo de día que ha sido como una pequeña serenata diurna y que me perdone Mozart por usurparle el título, las canicas de mi padre me habían marcado el destino. Siendo hija de un judío irlandés que estuvo en el Desembarco de Normandía, tuve que acostumbrarme a su sentido del fatalismo que caracteriza a judíos y árabes por igual, y saber que tenían ritos supersticiosos para todo. Es curioso que alguien quien creció con rugby en su país de origen se hubiera hecho tan fanático del beisbol y en particular de los Indios del Boer. Amaba con una pasión leonina a dicho equipo, y lloraba en público si perdían…ese era mi señor padre.
“ Antes de cada juego de su equipo, enterraba dos canicas.-de colores distintos a los que había enterrado la ver anterior, pero siempre de las más caras que el dinero pudiese comprar en los mercados- y con eso garantizaba la victoria del amado equipo. En la temporada beisbolera de aquel entonces que yo tenía trece años, mi padre ya había enterrado alrededor de unas 50 canicas o más en el jardín donde mi madre sembraba sus Príncipe Negros, Philadelphias, Oro de Ophir, Triunfos del color pálido rosa del interior de una concha marina, Rosa de Paz y aparte de las rosas de distintas razas, las vistosas gerberas. Ese año mi madre cometió el disparate de creer que los tulipanes podrían florecer en el trópico, compró a precio de oro varios bulbos de dichas flores turcas y le dio la orden a don Pedro, nuestro gentil jardinero valetudinario, que le preparase un trecho de tierra por debajo del porche de la casa, pues ella personalmente plantaría los bulbos de tulipanes ahí. Al preparar la tierra con fertilizantes, don Pedro se halló con la sorpresa que habían casi sesenta canicas plantadas ahí y se asustó.
“el jardinero le dijo a mi madre que sepa judas qué brujería estaba practicando mi padre, tomó las canicas, las metió en una bolsa y se las dio a mi mamá, quien las guardó por someter a su esposo a una interrogación peor que los autos de fe de la Inquisición española. Da la mala casualidad que esa tarde jugaban los Indios del Boer en la noche y mi padre se había ido al estadio conmigo pues yo era quien lo atendía desde una enorme hielera en forma de iglú donde mi madre le empacaba toda suerte de bocadillos y golosinas. Esa noche el equipo predilecto de mi padre perdió 6 a 2 y el autor de mis días lloró como plañidera en público mientras yo me moría de la vergüenza y trataba de esconderme detrás de la enorme hielera. De regreso a casa, faltaba lo peor. Mi madre lo abordó iracunda con la enorme bolsa de canicas exigiendo la verdad y solo la verdad poniéndole la mano sobre el libro de El Capital de Marx(mi padre era ateo y marxista y por ende no se le podía pedir la verdad jurando sobre la Biblia, el Torah o nada parecido). No recuerdo haber visto a mi papá tan pálido como cuando mi madre le presentó la bolsa de las canicas. Comenzó a gruñir que por culpa de mi mamá habían perdido los Indios del Boer, por desenterrarle las canicas, que no era culpa de don Pedrito, y que se habían cagado en él como fanático. Explicó con asomo de sonrojo su creencia que las canicas traían buena suerte al equipo favorito, que no había realidad científica pero en algo había que creer aunque no en dios, agarró la bolsa de canicas y maldijo a los tulipanes. En efecto, los pobres bulbos nunca llegaron a florecer y mi madre casi llora al ver a los zompopos salir encebollados cargando los embriones de tulipanes que nunca llegaron a nacer, siendo ésta una locura que a mi madre le costó más que un collar de malaquita. Mi padre esta vez re-enterró las canicas, más otras 4 más de desagravio, en otro lado del vasto jardín- sospecho que bajo el árbol más grande de icacos, pues mi madre se burlaba diciendo que nos iban a salir en el postre de icaco en miel que ella hacía. Las canicas…vaya pues. La lección estaba aprendida, pero jamás me hubiera imaginado qué tipo de dividendos yo iba a ganar en el futuro. Si hubiera sabido, hubiera tratado de luchar contra el kismet, el sino, el destino?
“Mi padre estuvo en la Royal Air Force (RAF)como piloto de combate y participó en la Segunda Guerra Mundial. No era tanto que él quisiera que yo fuese una réplica femenina de él, sino que seguir sus pasos era lo más normal y se sentía tan cómodo, tan genuinamente yo. Fue un placer ser ganadora de medallas en pesas, kendo y lanzamiento de la bala como él, pero la decisión de ser piloto de combate resultó uno de los pasos más difíciles de mi vida, no porque yo no quisiera serlo, sino por el país donde vivíamos. La única piloto femenina, una hermosa militar morena llamada Zayda González, había perecido en un accidente aéreo a inicio de los 80 y desde entonces no habia existido otra. Entre las clases extras que mis padres me pagaron estaban unas de vuelo con un piloto de una aerolínea comercial, y así aprendí el manejo de avionetas fumigadoras cuando era apenas una adolescente. Me bachilleré a los 15 años y ya podía hablar varios idiomas y pilotear avionetas. Tras haber sido enviada a Inglaterra me di cuenta que estaba destinada para la aeronáutica y dejé la carrera de filosofía. Me entrené en el manejo de aeronaves Cuando retorné a mi país años después me di cuenta que las cosas eran muy distintas para los que deseaban ser pilotos militares. La mayor parte de ellos habían recibido la debida preparación teórica, sabiendo de motores, aerodinámicas, fuselaje y tras haber sido la carrera de solo un año con el requisito preliminar de ser bachiller y estar en óptima salud, ahora eran tres años de carrera y para los pilotos militares comenzaban ya para entonces desde finales de los años 90 por ser cadetes en la academia militar del ejército. Aunque no había requisito de estatura mínima sí pedían que no hubiera anteojos de por medio. El inglés era un requisito que se pedía pero que pocas veces se tomaba en cuenta a como debía de ser. Yo con mis casi seis pies de estatura y la coloración oscura de irlandés negro de mi padre me sentí como Blanca Nieves rodeada de sus adoradores enanos cuando fui a parar a la Fuerza Aérea, y en realidad para ser sincera no estaba tomando las cosas con la debida seriedad. Había heredado una granja repleta de cítricos al lado de Niquinohomo, un legado de mi tío Juan quien murió solterón y tenía la idea de experimentar genéticamente con algunos árboles fruteros me llamaba la atención. Si alguna vez alguien se hubiera atrevido a insinuar que mi propia genética iba a ser alterada le hubiera dado muerte con una hulera.
“Mis viejos como que olían que iban a morir pronto que les dio prisa por “dejarme colocada”, a como ellos llamaban al matrimonio arreglado a como se acostumbraba para los judíos de antaño. Dado que desde niña me habían acostumbrado a la idea de que no iba a casarme por amor, el concepto del matrimonio para mí fue como el gusto adquirido por las aceitunas, que la primera vez saben a una montaña de sal y luego una hasta las echa al nacatamal aunque no venga en su receta original. Todo era relativo, y lo dijo Einstein, quien era tan judío como yo. Por eso la gente dice que los judíos venimos solo a joder al mundo. No había terminado de acostumbrarme a mi overol de piloto militar cuando mis padres me zamparon en un traje de novia que les costó un ojo de la cara, con bordados Richelieu y todo cuento, me consiguieron una chutzpah que parecía toldo de carretón de diligencia y me maniataron a Elser Kellerman, gordo, judío, de cuentas cómodas y cara de querube enojado. Así pasé a ser Madame Esther O´Malley -Kellerman, aunque nunca me firmé con el apellido que le costó a mi padre una buena casa como dote. Los intentos por conseguir descendencia fueron poco sabrosos e infructuosos, él se dedicó a su microfinanciera mediante la cual le sacaba en unto a los campesinos y microempresarios con préstamos de intereses leoninos mientras yo acababa mi entrenamiento. Me especialicé en helicópteros, generalmente uno entraba a la fuerza aérea y partían el lote de pilotos a la mitad, un tanto para los aviones y otros para los helicópteros. Me dio cierta risa cuando me dijeron que era imposible que volara estando gestante, pero ese no era un problema conmigo. Elser Kellerman y yo teníamos el matrimonio más perfecto posible ante las circunstancias de nuestro enlace: casi no nos veíamos y menos que nunca en la cama. No había araña, no podía haber telaraña. Elemental mi querido Watson hubiera dicho Sherlock Holmes. Por eso aquello de la vibración abortiva me dejaba fría. No era riesgo para mí. Estaba casi resignada al hecho que jamás tendría hijos.
“Poco después de la muerte de mis padres en un accidente aéreo, el gusanillo de la curiosidad me atacó. Ellos me habían casado para ver nietos, y se habían ido de este mundo sin ver cumplido el anhelo más grande de todo padre de familia. Me adentraba en mi especialidad, aprendía con una velocidad pasmosa. Tenía una curiosidad sin límite. No en balde había tenido un ascenso meteórico.
“Una tarde mientras miraba que le acomodaban artillería a un helicóptero en el cual había volado con asientos para VIP el día anterior me pregunté si mi estado personal no era casi como el de una cotorra. O el de una lesbiana casada, aunque nunca me gustaron las mujeres. Volaba helicópteros MI17 y aunque nunca nadie se había molestado en ponerles otra cosas que no fuera placas y numeraciones a los tantos aparatos, y tampoco a los casi 20 aviones tenían nombres, yo comencé a llamarle Brian Boru-como el rey inglés que fue ancestro de mi papá-al que yo más frecuentemente volaba. Una noche casi a escondidas me llevé una botella de vino Anjou Rosé y la había estampado sobre el helicóptero, soy tu Ban Righ, tu reina, Brian Boru le dije en el poco galés que yo hablaba como parte de mi herencia celta. Una lágrima cristalina me asomó a solo un ojo. Un rito católico de bautismo hecho por una judía más creyente en el marxismo que en dios. Cómo hubiera sido ponerle nombre a un hijo.
“Al día siguiente tuve programado vuelo, Brian Boru estaba recibiendo su mamila de 2,785 litros de un combustible llamado Jetta-1, una sustancia de alto octanaje que mas bien parecía gas. Irían conmigo el co-piloto, el técnico de vuelo y unos cuantos oficiales. En la cabina a la izquierda iba yo, a la derecha el copiloto y en medio como salero iba el técnico de vuelo. Antes de entrar a la nave, le habíamos dado el chequeo de 360 grados, viendo que todo estuviera en orden, como cuando el Garfield de las comiquitas le da una vuelta al trozo de lasagna que va a consumir. Es un acto gatuno, ejecutado ya en el overol rutinario. Era una réplica de la vuelta que daba mi gato angora en casa a la vieja espineta que nunca aprendí a tocar bien. En misiones llevando a ministros o mandatarios, era posible llevar puesto el uniforme de gala, con su forro de seda capitonada que daba un calor arrecho. No me había gustado la broma de Elser Kellerman me dio en una ocasión en que volé a un vicepresidente sudamericano, diciendo que era muy práctico volar en traje de gala porque si se descachimbaba el aepopló(nunca les quiso llamar helicópteros) ya solo lo echaban en la caja a uno porque de todas maneras a los milikos los enterraban siempre en traje de gala, eso si quedaba algo que enterrar o uno no quedaba como los pollos para freír que los venden en piezas.…así se ahorraban tener que vestir al muerto en otra cosa, y fue cuando le dije que por eso nos odiaban a los judíos, por ser pinches y no gastar en nada extra, porque si todos los maridos judíos como él fuesen mujeres lavarían los paños sanitarios de una regla para usarlos en la siguiente. La sonrisa se le había quedado congelada en el rostro de luna llena a mi pobre esposo. No le gustaba que algo tan mínimo como una mujer, por muy propia que fuera, le ripostara. Quiso disimular diciendo que lo mismo pasaba con los tuxedos o smokings, que los hombres los usaban, de todas religiones, siempre que les fuera a pasar algo horrible, como casarse, ser electos presidentes o ir en un ataúd cuya comodidad ya no sentían rumbo al cementerio. No le quise decir que vivía en un mundo ficticio donde todo se medía por términos como débito y crédito sin pensar en cómo comerciaban con la miseria humana de nuestros paísitos subdesarrollados.
“La planta eléctrica en tierra que se usaba para energizar al aparato estaba ya lista, el técnico había chequeado todo y ya estaba conectada la planta para el arranque. Los pocos oficiales que iban con nosotros estaban ya en sus lugares. Calentamos por un minuto mientras comprobábamos los sistemas. Hice la comunicación con la torre de control, di el plan de vuelo, y se hizo el taxeo hacia la pista principal para el debido despegue. Una vez en la pista pedimos autorización a la torre central para despegar. Con el bastón colectivo cuyo movimiento es de arriba abajo se incrementó la potencia y movimiento de las palas o aspas.
”Es increíble como la destreza nos hace un poco autómatas. Me sabía mejor que la palma de mi mano las palancas y maniguetas que lleva un helicóptero. Los dos pedales que gobiernan la dirección hacia los lados, el bastón cíclico que va al centro para regir el medio que controla las aspas que el aparato como corona móvil. El despegue en vertical daba lugar a vuelo estacionario de 3 a 5 metros por encima del suelo por unos instantes. Se daba el último control de parámetro, el bastón colectivo hacia arriba, el pedal derecho para controlar qué giro daba la nave. El bastón cíclico se fue hacia delante bajo la mano y la nave salió volando hacia adelante en vertical. Se podía despegar de corrido como avión, pero esta vez despegué en vertical. Una vez Elser Kellerman me preguntó si tenía palanca de retroceso y me había hecho estallar de la risa. Por supuesto que no la tenía, pero solo en la mente criminal de un usurero podría caber semejante idea tan descabellada...
“Nada se compara con el sabor del aire lavado por la lluvia reciente. En tierra yo ya había preparado el vuelo, trazando la ruta, ya que el vuelo se había hecho bien planificado. Sobre un mapa se habían marcado las coordenadas del punto de partida y de el de arribo, ingresándolos al GPS(sistema de posición global). Este era un navegador y era usado rutinariamente como instrumento de navegación. Ibamos para el Castillo de la Inmaculada Concepción sobre el Río San Juan, el mismo donde la mozalbeta mulata Rafaela Herrera a sus 19 años había defendido la provincia de Nicaragua contra los piratas inglesas para un rey que no solo no le daría las gracias sino que le restregaría en la cara el haber nacido al otro lado de la cobija matrimonial, bastarda sin derecho a nada en aquellos crueles tiempos…
“ Habíamos visto el sitio que era nuestro punto de arribo desde lo alto, perdiendo altura poco a poco conforme el uso del bastón colectivo hasta una altura de 15 a 20 metros donde hicimos un vuelo estacionario antes de aterrizar una vez que se había bajado el bastón colectivo. Salimos raudos, agachando las cabezas por medida de seguridad, demasiadas películas a lo Rambo donde habíamos visto que las cabezas salían volando cercenadas.
“En esta vez no se había planificado ningún salto departe de los oficiales. Los saltos se daban a alturas desde 600 a 1200 metros para caída libre(o sea cuando uno soltaba el paracaídas por cuenta propia). Había un poco de lluvia pero no neblina. En una ocasión en que yo había hecho un salto libre en la misma zona casi había caído cerca de donde un enorme cuajipal almorzaba saber qué criatura que le había caído en fauces. Esa vez anterior andaban conmigo una veintena más de oficiales, y uno había hecho la mitad del vuelo en el inodoro pues el estómago lo llevaba jugado del miedo. Yo lo había tratado de alegrar recordándole que contara las luces que tiene un helicóptero, 3 de navegación, 4 de formación, una de taxeo y dos faros para aterrizar, y que no dijera caballadas porque nuestros helicópteros no acuatizaban, sino que aterrizaban solo en tierra. El joven teniente solo había tenido tiempo de decir que con todas las luces prendidas el aparato parecía un árbol de navidad barato antes de ir a sacar otro medio litro de bilis, dándole gracias a su dios que este helicóptero tenía cagadero.
“Una vez concluida la misión en el Castillo, nos habíamos vuelto a preparar para salir, esta vez de regreso a Managua. Una súbita tormenta violenta que casi oscureció por completo lo que habia sido un día muy soleado pareció aparecer de la nada. Ya estábamos en el aire y esperábamos poder viajar más rápido que las enormes nubes negras cumulonimbos que amenazaban sobre el horizonte. El copiloto me había insinuado que solo una mujer podría ser tan impulsiva, y que hubiera sido mejor esperar. Lo oí musitar entre dientes, qué se puede esperar de la teniente coronel, judía y mujer, rechinada por ambos lados. No quise entrar en disputa con él. Tenía una sensación extraña de urgencia, de salir de ahí lo antes posible, porque algo azul se cernía sobre mí. No pude abrir la boca y confesarle a los oficiales que nos acompañaban cómo eran las coordenadas de la sensación atosigante de miedo que sentía, no de volar, ni mencionar la idea que una extraña presencia externa pero cálida se apoderaba del ambiente dentro de la aeronave, porque nunca sentí miedo de eso. Era un sentimiento raro, una premonición de acecho que tenía que ver con mi huesera, con mi carne femenina como tal. Una impresión que me estaban viendo desde adentro, una paranoia de los músculos, un escalofrío de la sangre que desafiaba descripción. Una ballerina esperando entrar a escena para dar los 32 giros continuos del acto segundo del Lago de los Cisnes, sabiendo que era la culminación y ordalía a la vez.
“Una inmensa esfera azulada, como réplica del globo terráqueo apareció ante mis ojos, disminuyó de tamaño pero no de brillo, luego otra igualita y pude ver que era un par de ojos más celestes que la esencia del azur jamás visto. Azur, el azur divino de Rubén Darío. Recordé las canicas supersticiosas de mi papá, pero eran de material inanimado. Estos eran ojos, y estaban vivos, y un hilito de sangre parecía derramarse de uno de ellos. Me percaté que mi copiloto iba dormido profundamente, y el técnico de vuelo como en estado de trance, pero siempre en medio como salero reinando una mesa. Nadie parecía estar respirando, y abajo las aguas del Cocibolca ya no eran azuladas o sucias sino como un torrente de vino tinto, o sangre.

“Si me preguntan cuánto duró el instante no les puedo decir pues ni yo misma lo supe. Mi mentón fue tomado en unas manos suaves, sedosas, de uñas transparentes. Una suave lasitud se apoderó de mí. La nave parecía balancearse suavemente en el aire, como una pluma de ave que lentamente cedía ante los inevitables requiebros de la gravedad. Fui cayendo en un sopor tranquilo, como que inhalé un éter que solo podría ser la ambrosía de los dioses, y el néctar de la vida fluyó por mí. Antes de perder el conocimiento, un destello azulado y aquel rostro de ojos azules, sonriendo como si fuera un angel extraviado, se fijó en mi memoria para nunca más salir de ella. La sensación de la piel de este ser se quedó archivada en la punta de la yema de mis dedos, y el olor detrás del cartílago donde mi nariz se funde con el hueso. Busco perfumes para obliterar ese recuerdo aromático y aún así no lo logro.
“Estoy contando el cuento porque sobrevivimos todos intactos a ese extraño trance. Bueno en mi caso, casi intacta. De algún manera nos percatamos que salíamos del sopor y los instrumentos de vuelo de alguna manera nos llevaron hasta el punto donde vimos la población de Tipitapa y los reflejos del Momotombito en las aguas oscuras del Xolotlán. Estábamos por llegar a Managua cuando estuvimos conscientes. El aire dentro del helicóptero parecía estar poblado de trocitos de diamantes, centellas como luciérnagas diurnas, y digo diurnas porque apenas el sol comenzaba a despedirse por el horizonte del ocaso. Aterrizamos y todo pareció normal. Por acuerdo tácito, nunca expresado, jamás hablamos de la experiencia inesperada que tuvimos de la nave. Sería un secreto colectivo, si algo así podría existir.
“Meses más tarde, a mis cuarenta y cinco años, perdí la regla y no era la entrada de la menopausia. Elser Kellerman, con quien no había tenido intimidad desde una semana antes de ese vuelo extraño, debatió consigo mismo entre repudiarme y quedarse callado, ganando como siempre el terror a lo que digan los demás, la lucha por la respetabilidad burguesa a toda costa, el amor a las pantallas y la sociable afición a los sepulcros blanqueados. Nunca más lo volví a tocar, y era extraño estar embarazada sin síntomas ni malestares. Una blanda cortesía nos ataba tan fuertemente a como nos unió la tradición y el amor a seguir obedeciendo costumbres por las cuales dicen que los judíos somos tan odiados y considerados tan criminales como por lo que hace Israel en la Franja de Gaza. Quién diría que el bebé Kellerman que heredaría la microfinanciera que se nutría de la sangre de los más desposeídos no llevaba una gota de sangre del orgulloso propietario? No he vuelto a volar y aguardo el nacimiento de la criatura.
“Me mantengo en mi oficina con buen escritorio y al llegar a casa, mi gato de angora parece presentir que algo extraordinario me sucede. Creo que me tiene un poco de lástima, pero prefiere disfrazarla de respeto. A diario, las pesadillas se apoderan de mi mente y me hacen ver toda suerte de manos deformes, cuerpos tarabiscoteados y piernas torcidas. A veces mientras me inclino sobre mi pequeña refrigeradora de oficina para sacar té de mi pichel siempre lleno, o estiro las manos sobre mi vientre cada vez más abultado, una sensación de inquieta paz viene a anidarse en mi torrente sanguíneo. Pero en algunas pocas noches al mes el recuerdo de unos ojos azules como el globo terráqueo, a como lo vio Yuri Gagarin en su vuelo espacial admirando lo bello que es el mundo, navega por sus propios senderos hacia mi memoria y me reconforta, recordándome que este es un mundo de colores iridiscentes, un mundo de canica en el cual por fin tendré el honor de ponerle nombre a algo que no solamente es un adorado trozo de metal. Sé que volveré a volar, que sobreviviré al parto, aunque en mi descendencia se plasme la sombra que tiene el lado oscuro que no vemos de la luna, con su brillo opalescente que admiré por primera vez en las canicas de la suerte de mi papá, y que conocí personalmente por breves instantes en una tarde de tormenta durante un vuelo ordinario y extraordinario a la vez.”
Cecilia Levallois
29 de noviembre de 2009, en vísperas del Día Mundial del Historiador, a prueba de mala música(ruido), tareas “propia de la mujer” y demostrando que uno aprende mucho como maestra también de sus alumnos.

domingo, 8 de noviembre de 2009

LICENCIAS DE ESCRITOR




QUE SIEMPRE QUE TU LLORAS(LICENCIAS DE ESCRITOR)
“Que siempre que tú lloras, lo siento yo en el alma.” De Carta de El Soldado Desconocido, Salomón de la Selva
DICHOSO el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo
ni mayor pesadumbre que la vida consciente Lo Fatal, Rubén Darío

“Al estar ahí, desvalida y fuerte a la vez, boca abajo, con anestesia local donando la savia roja de vida para que tu pariente leucémico Lorenzo pudiera seguir viviendo gracias a tu médula, no tuviste ni un asomo de idea de cómo ibas a descubrir los extraños nexos que tienen los seres vivientes. Y ni qué hablar de los nexos entre el que quedó llorando a escondidas y el que se fue con un racimo de lluvia otoñal.
“Las generosas lunas ámbar de tus nalgas expuestas, el frío del metal sobre el cual te habían puesto como un trozo exquisito de filete para ser consumido, yo sé que vos no pensabas en nada más que en ser útil. Siempre fuiste así, Gibraltar Delalande, aún cuando llegaste a mí en aquel fatídico año 2001, con el ego más lleno de espinas que un erizo y un costal de confusiones más repleto que todos los monos traviesos que viven en el peñón mediterráneo cuyo nombre te fue dado por el loco genio que fue tu papá. Tu majestad de infalible había sido lesionada, no era para tanto, pero te lo tomaste muy a pecho cuando en ese año llegaste con la autoestima abollada, a trabajar conmigo, y eso te hizo aún más perfeccionista. Estabas dispuesta a crear las obras más completas e impecables y yo, como gerente de la empresa donde se iban a hacer tus cybersitios, supe aprovechar al máximo tu impulso. Ibas a demostrarle a todos que estabas hecha del más fino acero creativo, y yo que ya había coleccionado tu obra impresa, me reía del gusto porque sabía el calibre que portabas y no se me pasaba por la cabeza que nadie, tuviera pelo azabache o no, pudiera dudar de la espesa calidad que tenías y no solo a nivel intelectual. Solo me limité a zurcirte el ego, plancharte la verruga del despecho y pensar que la vida era irónica, brindando dientes a quienes a veces preferían ayunar, o comer carroña. De primas a primeras, creo que entendiste la risa que me causaba aquellos que no merecían tener buena suerte.
“ Andabas en ese veranillo hipnótico e irresistible que es una hembra bien sazonada a punto entrando a la deliciosa cuarentena, y desde hace rato tenías esa humildad militante de querer servir a los demás. Impresionante, me dije mientras te aprovechaba al máximo ese brioso caudal de ideas, imágenes, textos, y sabiduría que traías con vos como una orgullosa prometida con la dote más prodigiosa. Por eso ahora, 8 años más tarde y en un octubre de gotas grises, no me sorprendería jamás encontrarte ahí en el hospital militar, ofreciendo tu médula ósea para salvar la vida de tu tío quien fue un segundo padre para vos mientras te doctorabas en Europa, sin miedo a sentir molestias ni pavor ante el nexo que estabas formando. Dejabas todo para servir con lo más caro, tu propia salud invencible, extrañando al alumnado para quien eras Inti el Dios Sol Inca, el chance de ganar más dinero con traducciones libres, y ahí estabas. Aprendiste de la lección que yo te enseñé, aunque fuera tarde cuando a mí personalmente ya no me servía, y habías sacado tiempo de donde no había para dar por los demás. Un brote como de deliciosa pitahaya salía de la parte gruesa de tus huesos ilíacos, la savia colorada para alargarle la vida al adorado viejo Lorenzo cuando le trasplantaran tu médula incongruentemente juvenil extraída de tu organismo de cincuentona. Hubo dolor? Nadie se dio cuenta. Yo gravitaba viéndote, con ganas de tomarte la mano, de decirte algo reconfortante, preso en esta inercia que me aqueja y que es lo más indescriptible. Ni te pregunto si lo hubieras hecho por mí porque sé la respuesta contundentemente afirmativa. Y ahora, sabiendo cómo fueron las cosas después que vos y Lorenzo quedasen ligados el uno al otro por los laberintos de la química corporal, me pregunto si un nexo así no hubiera sido la esclavitud más exquisita, estar perennemente ligado con vos sin que hubiera poder natural o sobrenatural que me apartara de vos.
“No voy a negar que siempre he estado pendiente de vos. A como fui el mismo que llenó el piso superior de la empresa, el rinconcito donde vos trabajabas, con un caudal de flores el día de tu cumpleaños-recordás que no te habías dado cuenta qué día era y preguntaste quién se había muerto pues parecía funeral de mafioso todo ese alud de flores?- en realidad nunca me he podido ir de vos. He hecho de todo por vos, arriesgando hacer el ridículo incluso… desde ordenar tantas flores para no fallar pues aún no me habías platicado de tu predilección por los girasoles, hasta lanzarte ese vaso de vidrio con agua cuando diste la espalda allá en el hospital, dejándome a mí tirado en el lecho de enfermo porque tenías que cumplir con tu horario de maestra. En mi larga carrera de manipulador de sensaciones, de amo de los sentimientos ajenos, de soldador de voluntades y de prestidigitador de las coincidencias, confirmé que todo Napoleón tiene su Waterloo y vos fuiste el mío. Entendés por qué nunca podré soltarte, pese a lo que se diga o lo que se crea o se afirme que no existe? Soy la sombra de tu hombro izquierdo, la presencia que ningún espejo cuerdo registra, pero eso no me borra. Vi cuando la savia útil que donaste fue inyectada a tu afligido pariente, y casi a ojos vistas comenzó a perder ese aspecto santamente demacrado que tienen los leucémicos. Sería que él también quedaba conectado a tu vitalidad..?De eso no habría ni la menor duda, a como confirmaste después de todo, una vez que él hubiese tomado su avión de vuelta para Ruán, llevando tu impulso en su organismo, el hálito a incienso y jazmines que deja marcado a quien se te aproxime, y luego que él te hubiese llamado para decirte que tranquila, que tu Lorenzo estaba bien y en casa, atendido por su esposa y gatos y se sentía como nuevo. Regresaste al aula de clase consciente de cuánto habías extrañado a tus alumnos, de lo mucho que significaba estar en buena salud, aunque el ligero cansancio te recordaba, a como te había advertido el médico que atendió a tu tío Lorenzo, que habías regalado vida y que tomaría un poco de tiempo para volver a ser la hiperkinética gallinita de guinea que siempre has sido desde el vientre materno.
“Será verdad que la mariposa jamás olvida que fue gusano? Te pasó a vos o fue parte de esa nueva vitalidad que recuperaste tras haber donado médula ósea? Quiero pensar, me conviene más, me da más paz creer que fue un sentido quizás un poco equivocado de venganza lo que te llevó a confirmar las consecuencias de haber dado más allá de la vida. Era demostrar que Gibraltar Delalande siempre se salía con la suya aunque fuera tarde, como decía el genial Mario Puzo, “la venganza es el manjar de los dioses y mientras más fría se come más sabrosa es.”? La curiosidad científica que siempre se ha cebado en vos iba a quedar peor después de todo. No te detuvo estar con los ojos cansados de una enorme traducción de tantas páginas, ni tener 30 exámenes que corregir esperando en casa y allá fuiste, después de lo que Kelvin creyó sería el punto final de una orquestación perfecta de convencimiento, apelando a tu sentido del honor cuando quizás eso era lo que ibas a perder por breves instantes, recordándote tu palabra férrea, tu compromiso con lo justo. Kelvin Vazquez consideraba haberte merecido por su tesón, labia, constancia y no hay nada como la frase de un favor gratis y todo en la vida tiene una etiquetita de precio y quien debe la paga. Ciudadana, jugále limpio a Nicaragua hacía campaña la dirección general de ingresos y si todos pagan pagan todos menos y allá fuiste, señora de la corona del deber cumplido, patriota excelsa, a pagar una deuda contraída sepa Judas en qué momento de ese accidente constante que es el estar vivo, y en lo oscuro te preguntaste si de veras andabas tan a ciegas cuando en las lides del amor así como en las de la guerra todo aguanta la luz aunque sea del vulgar bombillo de Edison por no decir la del sol entrando subrepticiamente por el derruido tragaluz de la estancia. La oscurana apenas se disipaba luego, pero te preguntabas si era miedo de Kelvin Vázquez si descubría alguna huella física de tu reciente donación de médula, se hubiera muerto de un susto ver los moretes que te quedaron y que ya estaban desvanecidos para dejar solo un trasero redondo como las dunas del Sahara árabe?
“ Fuiste lo suficientemente honesta con vos misma para preguntarte, una vez que las fronteras regresaron a sus sitios y los ríos a sus desembocaduras si de veras eso era todo, una combinación de física, mecánica, y conjunciones con transiciones para disimular el desencanto, el olor a mustio, el sentido de no haber llevado a casa la mejor oferta del mercado. Ay jodido, Gibraltar Delalande, preguntándose por qué el mejicano Emmanuel lo había puesto tan concreto en dos de sus canciones, fraseando que largo fin de semana que vivimos todo en un instante y faltaban otros tres, o peor aún, “cuando no es contigo, me arrepiento malgastar así el amor.” Quién era el contigo que no conociste, o me pregunto con sonrisa maliciosa si yo pude haber sido el contigo si no me hubieran arrebatado de tu lado cuando faltaba poco para Halloween en aquel fatídico 2001 a casi dos meses del bombazo de las Torres Gemelas en Nueva York? Tenías ganas de reconocer el error, porque comerse un chocolate y no sentirle el gusto es un error, un pecado, una equivocación garrafal, y todo vuelo de las hormonas había quedado arrestado por la patrulla del sigilo, león visto por el cazador furtivo contra les leyes de Kenya pero león huidizo que salvó la melena. Los gringos fueron más precisos, cheles bandidos, con su frase de cajón wham ¡bam ¡thank you ma´am! A lo que los colombianos contestarían con el consabido éxito vallenato del Polvorete en la voz de Lisandro Meza.
“Quizás fue por eso que te escapaste de mear de la risa en tus pantalones cuando el Tío Lorenzo llamase para preguntarte si estabas bien, si jamás tuviste un soponcio después de donarle médula a él, si te habías llevado un susto o disgusto o algo porque él estaba como escribía Salomón de la Selva en su libro de poemas El Soldado Desconocido, “porque siempre que tú lloras lo siento yo en el alma.” A cuenta de qué venía el viejo Lorenzo describiendo la desesperada sensación de ahogo, la caída vertiginosa de la guillotina de sus sensaciones, el sentido de estar viendo un acantilado cuando eran las doce de la medianoche en Europa y en Nicaragua eran las cinco de la tarde y el sol salía raudo bajo una llovizna pertinaz hacia su cita de amor con la noche? Es omitir mentir? Le mentiste por primera veza tu tío Lorenzo, Gibraltar Delalande, y te supo tan a demonios que no te lo has perdonado a vos misma. Prueba de eso es que estás escribiendo estas líneas mientras el suave hervor de unos frijoles yace en tu cocina, y tenés miles de cosas más importantes que lanzar tus canas a la impresión por un puñado de dólares aunque este cuento ya te lo compraron de antemano para un revista literaria. Tu viejo pariente, tu bello Lorenzo, el padre substituto que te cuidó como propia, que hasta decía que hubiese querido ser mujer para haberte llevado en su vientre, se había percatado de tu desasosiego, de los nudos que produce el ahogo, de una ansiedad furtiva a prueba de confesiones y reconocimientos.
“Era tu médula ósea ya navegando en su organismo que se rebelaba, se emocionaba, que protestaba? Siempre que tú lloras lo siento yo en el alma, había escrito el poeta que está enterrado a la par de tu adorado Rubén Darío allá en León, y aunque jamás se te ocurriría llorar a vos por algo tan trivial en lo que tu esencia no participó, Lorenzo Delalande lo sintió y no supo explicarlo. Qué nexos se forman con la ciencia moderna, ahora esa es mi pregunta. Está el alma en los tejidos, en la sangre, en todas esas cosas perecederas que los gusanos se comen cuando bajamos a la tumba? Vos no creés en el alma, sin embargo. Sos atea, y me lo dijiste una vez que te llamé vida de mi alma, en aquel instante cuando estábamos pegando las fotos del rey Eduardo VII de Inglaterra y el zar Nicolás II de Rusia. Pero hay algo en vos que quiso volar y no alzó vuelo completo esa tarde mientras la lluvia amenazaba desde los rincones de un tono gris cielo que aún carece de nombre. Y tu tío, miles de millas de distancia y con 7 horas de diferencia, roncando suavemente al lado de su gata predilecta arriba de su sábana de seda, lo supo y le estropeó el sueño. Quedó desarbolado, afligido en lo contento, contento en lo desolado, y echándote de menos como cuando regresaste a Nicaragua tras culminar tus estudios. Vos por tu parte tuviste el alcance, abusando de los residuos de una confianza mucilaginosa y descartando los bordes de una indiferencia cada vez más galopante, de hacerle el comentario a Kelvin Vázquez, quien de seguro para tener un prendedor más sobre su ego viril, te sugirió que echaras a andar la idea en este relato.
“Y eso me activó. Hasta ese momento yo estaba pasivo en el éter invisible y me sentí ultrajado. De cuántas pocas cosas nos percatamos en vida, y luego tenemos todo la inmortal eternidad caduca para reflexionar y mordisquearnos la nada con saña. Cuando nos damos cuenta de tener las joyas de la corona, nos evita algo que las llevemos a una casa de empeño? Puede un topacio de Turquía, o un zafiro birmano, compararse con las chaquiras y lentejuelas putescas de un traje barato? Ojo, milady Gibraltar, hay quienes aún podrían persignarse ante un horno de perrerreques creyendo que es la catedral de Granada. O meterle un bodoque con poco queso al altar mayor de la Catedral de San patricio en Nueva York esperando que brote una redonda pizza… Confío que tengás el suficiente alcance para distinguir el sebo de la manteca. Creo que estoy siendo precavido más allá de la cautela, porque estás cojeando del mismo pie que me llevaste herido en 2001, pero esta vez ya no hay callos ni señas ni dolores con la lluvia. Yo te enseñé que el tiempo cura todas las heridas, aunque ahora necesito una dosis de ese mismo medicamente yo mismo, porque héme aquí, 8 años desde entonces, padeciendo por casi lo mismo más allá de las definiciones y los calendarios.
“Será que no hay peor dolor que el que se siente al estar vivo y no poder sentir aflicción, o molestias o punzadas del sufrimiento..?Estamos a como dijo Darío en Lo Fatal que dichoso el árbol que es apenas sensitivo? Estás vacunada de espanto, curada en salud, al margen del llanto? Atisbás con curiosidad pero con nada más a las pisadas del olvido que amenazan con hacerse más visibles, escuchás con un encogimiento de hombros la voz que se aleja, el frío tras la pupila negra porque las tuyas son color de tigüilote y nunca delatan nada, y te decís en buen nicaragüense que te vale verga y después de todo te das cuenta que es verdad, que la reina francesa Margot de Valois dijo algo veraz al sugerir que una tentación se acaba cuanto caés en ella. Es sosegada tu voz cuando le preguntás al médico sobre los límites de las posibilidades, si es real que alguien a miles de kilómetros de distancia sienta lo que te pasa a vos solo porque él ahora lleva una parte de tu cuerpo en su organismo a través de injerto de médula y están indivisiblemente unidos, y el galeno te mira con una rara mezcla de envidia y lástima porque vos tenés algo con que todo mundo sueña, quiere romantizar que ahora Lorenzo y vos son dos cuerpos unidos por una sola alma(así le llaman ahora a la médula ósea?) Tenés un nexo que no lo pudiste forjar ni en la cama ni en el trabajo con nadie, un cordón umbilical de tus poros hacia otra piel, una tarde de lluvia no te ató para nada, estás plácidamente libre para seguir adelante en la maniobra de la vida. Cuántas emboscadas, cuántas exploraciones, cuántas pruebas están por venir? Se percatará de todas ellas tu tío Lorenzo como en esta triste escaramuza en la cual el pájaro rojo de la conclusión lógica te dejó burlada? O lo burlaste vos a él porque vos no lo andabas buscando? Eso suena más como la realidad, habiéndote conocido tan bien tras tanta observación.
“Aquí he tenido el tiempo suficiente y más que suficiente para poderte observar a mi gusto y antojo, tiempo que antes casi no tenía ahora me sobra. Y mi estudio fascinante, desde aquella tarde lluviosa de julio del 2001 que el kismet te trajo a mí , express delivery a mi oficina, siempre has sido vos. Voy en pos de un doctorado honoris causa sobre vos, aunque algunas de las lecciones que el tiempo me enseña de tanto mirarte me duelan y sean más horribles que una lección de algebra fuese para vos en tu adolescencia principesca. Creo que en realidad los giros de la vida me garantizaron un lugar privilegiado en la galería de tus circunstancias, un sitio que quizás no hubiera obtenido si me hubiera quedado ahí mismo solo lanzándote vasos de vidrio porque no querías o no debías pasar más tiempo conmigo. Doy gracias a mis estrellas o mis pulgas el tener el privilegio de estar indisolublemente atado a tu indiscreta minifalda o tu virginal burka que tiene la divina concesión de rozar tu cara, aunque por andar de espión me lleve sopapos cuando menos lo espero. Y hasta me atrevo a dar un consejo, a opinar que ningún hombre genuinamente enamorado debería atisbar a la ventana de la esencia de la dama de sus suspiros, pero no me estoy quejando.
“Solo aguardo. Te veré cambiar de bufanda, o reírte a solas, y dar sin medida con ese corazón blanco y transparente que no conoce egoísmos, de genuina comunista a como ni Marx confesaría bajo tortura china haberte soñado. Las piedrecitas y guijarros menores del camino no harán mella en el andar tuyo, y mientras escribís esto afinás tu puntería de francotirador certero, siguiendo adelante como el escocés William Wallace quien decía que si caminamos hacia el sol las sombras quedan atrás. Es incluso un privilegio para cualquiera, llámese Kelvin o Marco Aurelio, el haber estado a la sombra de ese árbol raro que sos vos, o haber querido darte un poco de sombra en una tiniebla que no perdonaste. Mientras tanto, sigo aquí, calculando qué jugada maestra de ajedrez harás mientras no quiero ni parpadear, qué linimento de risas te untarás con ese humor inverosímil e irredento para que no te queden marcas ni quejas de los golpes que no quisiste dar por recibidos. Quiero cosechar el fruto de mis desvelos y observaciones cuando por fin ya vengás, sonriente y envuelta en tu túnica de pragmatismo y el pañolón de tu suave escepticismo, pues he estado al acecho desde esta nada y este todo que los vivos llaman muerte, y no me he perdido un solo segundo de tu camino cuyo bifurcación final te traiga directo hacia mí cuando exhales por última vez. Siempre, a como antes fui, tuyo.”Marco Aurelio Granados


a través de la pluma de Cecilia Levallois,8 de noviembre del 2009.