FLOR DE LUNA
“La vida siempre debe vivirse hacia adelante, pero los remordimientos siempre se leen en retroceso.”
“Si caminamos hacia el sol, dejaremos atrás las sombras.”William Wallace, libertador de Escocia.
“La desgracia para Eva Gibraltar Laviens no comenzó cuando le pusieron sus padres disparateros ese nombre alusivo al peñón donde viven tantos monos traviesos, territorio tan añorado por los españoles pero cuyos habitantes no fueron majes y prefirieron a los ingleses. La pava no fue que cayó sino cuando me conoció a mí en el sureño y boscoso departamento de Río San Juan, a pocos metros de la orilla del río que ella tanto adora y que dice que primero muerta pero sus ojos no verán que los vecinos ticos lo incorporen legalmente a su mapa.
La maestra historiadora, en aquel entonces soltera y sin ganas de atarse a nada ni a nadie, había sido llevada de su aula en un colegio de lujo donde los chicos pagaban por no aprender, bajo presión, a que corroborara el disparate de un colega suyo, quien posteriormente, en los arranques de un climaterio espantoso, seguiría insistiendo que habían pirámides tipo Chichen Itzá casi a la orilla de la cuenca del Río San Juan.
Consideraba que era un soberano desatino la afirmación del dizque historiador, a como también estimaba que habían tantas aseveraciones falsas y peligrosas omisiones en los textos de historia que si habría de comenzar a sacar el cuchillo de la verdad, necesitaría dos vidas más cada una de más de 90 años, para poder disipar tanto manchón y humo. Era la década de los 80, y hasta se chisteaba que para sacarse una muela era preciso una extracción por el culo porque no era permitido abrir la boca para eso, qué menos para contradecir a los tales autollamados comandantes que formaban una nomenclatura de nueve sátrapas a los que en realidad daban ganas de gritarles Dirección Nacional Ordeñe, ya que estaban ordeñando al país como si fuera una hermosa teta de lechera Holstein.
Pero bueno, después de reírse a mandíbula batiente al ver que un viejo sitio donde almacenaban armas se lo querían hacer pasar como la base destruida de una pirámide indígena, cometer el error de limpiarse con una afelpada hoja de picapica tras cagar en el monte para lamentable irritación de su enorme trasero, y casi irse dentro de un fangal, Eva Gibraltar Laviens había retornado al pueblecito de San Miguelito, desesperada por regresarse a su cómoda aula de clase en Managua. Uno de los oficiales del ejército que la escoltó hacia el sitio que hicieron pasar “la última coca cola del desierto” le cobró tanta simpatía que le consiguió de regalo una matita de enredadera de flor de luna en una macetera fuerte, para que jamás olvidara la belleza verde de Río San Juan. Y fue ahí que comenzó lo que quizás sea la historia más rara que ustedes hayan oído.
“La noche antes de zarpar hacia el puerto de Asese en Granada, los oficiales llevaron a Eva Gibraltar Laviens a comer al único comedor que ofrecía comida a la carta. Era de esperarse, ya que a pesar del bochorno que pasaron cuando ella dijo que fueran serios y no le anduvieran tratando de meter gato por liebre por lo de las supuestas pirámides, la relación entre los militares y ella siguió siendo cordial. Fueron a comer a eso de las 7 de la noche, y cuando ella salía con su séquito de oficiales, vió a Benjamín Moraga. El entraba con la tripulación del yate Gustavo Orozco, recién construido por unos holandeses en el astillero lacustre de Granada. El yate había arribado una media hora de antes, adornado con un montón de luces como toro encohetado, y con un capitán español barbudo al mando. El joven Benjamín bloqueó la salida de Eva Gibraltar Laviens y extendió una mano.-Benjamin Moraga para servirle, señorita. La mujer miró la mano por un largo rato antes de tomarla, y musitar su nombre. Luego salió apresurada, un poco abrumada.
No era muy amiga de la gente. Como casi todos los intelectuales, prefería estar sola. Tras visitar el barco, se dio cuenta que zarpaba al día siguiente y buscó boletos. El segundo al mando dijo que no llevaban pasajeros oficialmente en el viaje virgen del yate, pero que sería un honor llevarla a ella y a su asistente, recordándole que estuviera temprano a las 5 de la mañana en el muelle para que no se quedara sin viajar.
Por eso, se fue a dormir temprano a la posada, con su mata de flor de luna cerca de la cama. No quería perderse el viaje, ni tampoco dejar olvidado su regalo viviente. Antes de dormirse echó agua fresca a la planta y le dijo buenas noches. Este gesto fue clave. La comunicación entre la matita de flor de luna y la mujer estaba establecida. El ser vivo en la maceta sonrió para sí misma. Había encontrado la amistad.
“La mujer, su asistente, maletas y macetera estaban a bordo del yate al día siguiente. Ella andaba una falda corta de vuelos, fucsia con cintas añil, una camisa de Oxford celeste de mangas cortas , un enrome sombrero fucsia y una canasta de mangos frescos. Sacó la grabadora y se sentó sobre cubierta una vez que el capitán muy galantemente le hubiera enseñado a ella y otros 5 pasajeros de cortesía todos los vericuetos del yate. Miraba sentada el bellísimo paisaje de los dos volcanes en Ometepe, las aguas azuladas y la distante orilla del Mare Nostrum, como le habían llamado los primeros conquistadores españoles que atónitos miraban al lago con ojos codiciosos. Tras comerse varios mangos, estaba a punto de dormirse cuando apareció el marinero que se le había presentado la noche anterior. Le dio uno de los mangos, y el muchacho se sentó a la par suya sobre la cubierta. Mas allá, el asistente de la mujer roncaba, sombrero cubriéndole la cara, yaciendo chato en la cubierta. Parecía muerto. El joven le preguntó si era la de la expedición que vino la semana anterior para lo de la pirámide.
De ahí en adelante no fue difícil sacar de su concha a Eva Gibraltar Laviens. Un buen ridículo siempre la hacía encontrarse la lengua. Juntos se rieron de las ridiculeces en las que cae el totalitarismo en su afán de bloquear la verdad de los ojos del pueblo, todo con tal de dominar y controlar hasta la hora en que uno comía o dormía. Dos horas mas tarde, el joven le dijo que si no iba a cumplir con sus deberes, lo despedían. Eva Gibraltar Laviens entonces se durmió. No fue un sueño pacífico. En él el agua del gran lago Cocibolca se tenía de rojo, y habían una especie de escualos metálicos que luchaban entre sí para despedazar algo que flotaba en el agua enrojecida. El objeto en el agua se acercaba a un barco, el mismo barco cuyo movimiento ondulante la había adormecido, y el objeto era una persona. Era ella. Las quijadas metálicas de los tiburones soltaban un macabro chirrido metálico, y ella buscaba cómo asirse del barco porque no sabía nadar y estaba a punto de perder las piernas en las fauces de los tiburones.
Se despertó sobresaltada, y lo que la puso en peor estado fue que por unos segundos el agua del lago seguía siendo roja. Y donde estaba su asistente? Si no encontraba a alguien se volvería loca. Qué se había hecho todo mundo? Era como si el barco iba solo con ella a bordo.
Bajó precipitadamente hasta donde estaban los servicios higiénicos. Una mano brotó de una puerta entreabierta y se vio frente a frente con Benjamín Moraga. O lo que había usurpado su forma. Los ojos no eran los mismos zarcos del muchacho. Eran rojos como las aguas infestadas del lago en la pesadilla recién habida. Con el pelo como electrizado, el hombre ni la despojó más que de la braga, y se sumergió en ella. Estaba como hipnotizado, o drogado. Eva Gibraltar Laviens solo alcanzó a pensar que estaba haciendo honor a su segundo nombre, peñón asaltado por los mozárabes, cristianos y hasta por los ingleses, la jaqueca de España. No sintió más que humillación, dolor físico y de repente como un crujido en la cadera. El macho terminó de jadear tras haber eyaculado fuera de ella, y comenzó a llorar. La mujer solo atinó a recuperar su prenda interior, se la puso y salió corriendo hacia el servicio higiénico asignado a las damas y se aseó a como mejor pudo. Una vez que hubo recuperado la compostura, se fue a la cubierta y buscó la planta de flor de luna. El resto del viaje lo pasó asiendo la macetera, como si su existencia dependiera de ello, opero estaba tan anonadada de lo que le había sucedido que ni se percató que la matita estaba brotando un pequeño capullo de color rojo.
Cuando iba saliendo del yate, al desembarcar, Benjamín Moraga la alcanzó. Le quitó la maceta de las manos y le puso una barra de desodorante en ellas. La mujer no supo qué era ese gesto hasta que él, mirándola a los ojos, le suplicó que se pusiera de ese desodorante que él siempre usaba para que lo recordara camino a Managua. Era un gesto tan absurdo que Eva Gibraltar Laviens casi estalla de la risa en la cara del joven, pero mejor optó por echarse un poco en la muñeca de la apestosa barra barata de Toque Final. Sí pensó, con esto le pone toque final a su barbaridad, no solo hizo lo que quiso conmigo sino que ahora me voy apestada. Una vez que hubo devuelto la barra de desodorante, tomó de nuevo la mata de flor de luna y el le remarcó que había florecido. Pero la flor no se había abierto aún. Una auriga pasó por el puerto y la mujer lo llamó. Tenía prisa por atrapar el último bus expreso que salía de Granada hacia Managua, por nada del mundo quería quedarse en la Gran Sultana. Y menos de huésped de Benjamín Moraga, ni que viviera en una de las solariegas mansiones de la ciudad. Prometiendo toda suerte de cosas románticas, el muchacho se fue con ella y el asistente de ella en el coche, mientras la mujer no ocultaba su desesperación y fastidio. Lograron llegar al momento en que el último bus salía lentamente. El auriga cruzó el coche delante del bus y le hizo seña al conductor de que se detuviera pues le llevaba pasajeros. Eva Gibraltar Laviens salió tan disparada que no se percató que había dejado la macetera con la mata de flor de luna hasta que humildemente, el marinero la siguió al bus y se la depositó en el regazo. Le pidió que guardara un trocito de papel donde iba el número de teléfono suyo en la empresa donde trabajaba. Con tal de quitárselo de encima, hasta le dio un beso en la mejilla y prometió llamarlo. Se acomodó la macetera en el regazo para sentarse de nuevo y se propuso quitárselo de la mente inmediatamente.
El ritmo de trabajo una vez en el colegio no dejó que Eva Gibraltar Laviens tuviera mucha oportunidad para pensar sobre lo ocurrido en el viaje. Cierto, apenas hubo llegado a su casa había sembrado en la tierra fértil de su jardín a la plantita de flor de luna. A la noche siguiente el capullo que la mata llevaba floreció en una gigantesca flor blanca. La mujer regaba y cuidaba con primor a su planta, le hablaba en francés y no permitía que nadie se le acercara. No es de extrañarse que la planta fuera creciendo a paso agigantado.
Al arribar la temporada de exámenes, Eva Gibraltar Laviens se preguntó si alguna vez se sobrepondría a lo sucedido en el yate. Tres días después de su violación, porque eso era lo que había sido, le había venido la menstruación con copiosos dolores, y había ido al médico pues eso no era normal. El galeno, alarmado por los síntomas de la mujer, le había mandado a hacer un montón de exámenes, entre ellos una radiografía pélvica. Una frágil fisura asomaba en uno de los huesos pélvicos. El médico le dijo que iba a mandarle a tomar suplementos de calcio y que no era para alarmarse, que si tomaba precauciones, la fisura no pasaría de ser una pequeña grieta. Y no debía estorbar a la hora de un futuro embarazo, si alguna vez decidiera casarse y tener hijos.
“Observo a Eva Gibraltar Laviens mientras corrige exámenes. Normalmente aúlla, se ríe, grita, lanza papeles contra el piso. Y ahora lo hace sin entusiasmo. Entre uno y otro examen, pausa y queda viendo al espacio vacío. La oigo recitar entre dientes la poesía de Joaquín Pasos. No, es el aire que ha tomado su forma, o dice que levante el brazo para llevarse un recuerdo de árbol. No. No puede ser. Se levanta y va hacia el teléfono. Está marcando un número de fuera de Managua y la oigo preguntar por Benjamín Moraga. Al parecer no logra comunicarse porque deja su número de teléfono y nombre. Mujer, qué estás haciendo? Será verdad lo que dice DH Lawrence en una de las páginas de El Amante de Lady Chatterley? Que algunas mujeres tienen nostalgia de la boue, nostalgia del lodo? Era ella una de esas personas? Lo que el cansancio, el stress, o como dicen los franceses, el surmenage, puede hacer en contra de una…La nostalgia de tiempos pasados era fácil, bastaba poner en el estéreo algo como The Hustle del negro Van McCoy, o la dulce ingenuidad del narizotas Barry Manilow cantando Can´t Smile without You y los recuerdos caían con la intensidad de las cataratas del Niágara, por mencionar algo que no quedara tan lejos. Pero extrañar a ese hombre, con el acto de violencia que hizo contra ella…Como decía el dictador Anastasio Somoza, estamos jodidos todos ustedes.Y el más jodido había sido él, acabado de un bazucazo por un desgraciado argentino que luego se pudrió de cáncer.
“Pero la espinas había que sacarlas o sino se encarnaban. El primer paso estaba dado. Habían cosas que someter a prueba, resolver y descartar, no como hacían las sirvientas, que toda la basura iba debajo de la vieja alfombra y de repente la casa era peor que un chiquero.
Dos días después de haber llamado a Benjamín Moraga, Eva Gibraltar Laviens escuchó la voz entrecortada del hombre. Le decía que acababa de llegar de San Carlos en Río San Juan y que hasta a ese momento le habían dado el mensaje. La mujer fue directa, le dijo que precisaba que se presentara en Managua, que ella lo iría a traer al punto que él mencionara. Lo antes posible. El hombre accedió, y el encuentro se acordó para el día siguiente. No fue hasta que la comunicación había concluido que ella se percató del absurdo que acababa de protagonizar. Dónde lo iba a poner? No se lo imaginaba entrando a su enorme y silenciosa casa de piso espejado, ni conociendo a sus gatos tan de rancio abolengo que no miraban a nadie con agrado. Se imaginaba a sus abuelos, uno de ellos descendiente directo de Luis XIV por la línea de Athenais de Montespán, querida real y soleada, tan azorados, mujer de dónde lo sacaste si apesta a Toque Final, quel horreur, esta vez sí desbarraste, mucho Lawrence querida nuestra. Sarro, chiquilla ,tenés el gusto envuelto en sarro. Sabe leer? De infarto, dirían sus alumnos.
Nunca hay que observar mucho a un hombre con quien se planifica irse a la cama pero sin intenciones serias de vida juntos. Lo había dicho eso su ancestra la querida que más agitó al Rey Sol la legendaria Athenais? Esa frase se la atribuían, de todos modos. Y era cierta. Lo vio llegar, bajándose del bus. Se escapó de caer, cargando una mochila voluminosa, todo de azul en jeans y camisa de mezclilla un poco más pálida, o la había dejado demasiado tiempo en cloro adrede…Mujer, no seas pesquisona. Y si se hubiera ido en el enorme charco debajo del bus? Jesús-María-y-José, hubiera sido un circo, y lo hubiera ido ella a levantar en lugar de orinarse de la risa? Y ese mochilón para qué? Venía a vivir acá? Y si le traía regalos? La etiqueta de una relación basada en un zipless fuck, a como decía la judía gringa Erica Jong al referise a una sesión intempestiva y casi sin gusto con un desconocido en el sitio menos adecuado , mandaba que los regalos eran de rigor? Por devaluación y depreciación de lo usado, compensación? Y qué estaba pensando? Lo admiró, porque era escultural, con una cara de angel bizantino, pero en ese momento Benjamín Moraga le echó por tierra el momento mágico al colocar una manaza sobre la bragueta del jeans y acomodarse los cojones a como era el hábito universal de los machos que les parece que por tener pene esa es la batuta de la verdad con la cual deben azotar a las hembras, la mayor cantidad posible para hacerlas adorar el bendito y omnipotente falo preñador que no siempre garantizaba el paroxismo del placer. Había un gesto más soez, más asqueroso que eso, en toda la creación de la pelotita del mundo? Ay mujer alegráte, se dijo a sí misma, sin esas grotesquerías quizás ya te hubieras vuelto loca por él y sería tu perdición, dios o el diablo o sepa judas que sabe lo que hace. De la que te capeás, se terminó de convencer. Qué lástima que el éxito country de la Barbara Mandrell de Angels Love Bad Men aún no había conocido al Billboard…Pero no te cantés victoria, el partido no ha terminado y quien te quita que sea un Pelé y te dé un gol que te deje llorando, de rabia o de felicidad o de las dos cosas a la vez? Porque los machos son tan jodidos que con la misma mano que acarician luego te retuercen un pellizco que te deja llorando de por vida.
El hombre le dio un abrazo quebrantahuesos, era quizás pariente de alguna boa constrictora y ella no se daba por enterada. Según Darwin los hombres venían del mono, y aunque la mayor parte aún iban al mono, no era remoto que tuvieran algún reptil como ancestro de abolengo, para explicar de donde eran tan sanguinarios y destructores. No sabía qué hacer, y para aflojar ese nudo de tanta ansiedad que ambos traían le dijo que no dejara la maleta sentada al lado ya que en breve se la podían robar si que él ni cuenta se diera. El le aclaró que no era suya la maleta, que él venía con una mano adelante y otra detrás, que en la mochila venía una encomienda de un vecino para su prima en Managua y que si era posible irle a dejar el paquete antes de entrar en diálogos más agradables. Eva Gibraltar Laviens solo miró de reojo a su Mercedes Benz como si le diera vergüenza andar en algo tan aparatoso. Había escogido manejar ella y dejar al chofer, don Vicente, en casa. Ahora sabía por qué.
El hombre le dio una dirección en un barrio marginal y ella obedientemente se dirigió ahí. Diosmíito con el burro y el mosquero detrás ,si ahí matan con flechas. La entrada del lujoso sedan Mercedes negro iba a ser como un toro en una cristalería al barrio pobre, se dijo muriéndose de la vergüenza. El mismo Benjamín Moraga iba quieto, tocando los mullidos asientos como con miedo y preguntando si lo lavaban con shampoo de los que usaban las damas finas en los salones.
Después, como consciente que había metido la pata, Benjamín Moraga le preguntó que por qué llevaba música de muerto en la radio y ella con paciencia le dijo que no era radio sino cassette y que era el poema sinfónico Finlandia de un pelón finés muy patriota pero él insistió que la parte de entrada de la pieza, sí así le llamó, la pieza, él la oía en la Radio Xalteva de Granada cada vez que daban noticias que venían muertos de los del servicio militar obligatorio y luego la ponían en las misas y anuncios luctuosos.
Eva Gibraltar Laviens sentía que le crujían las orejas de la vergüenza, y sentía lástima por el hombre quien obviamente era un pez fuera del agua, boqueando a como pudiera, pues para él su ignorancia era su oxígeno cotidiano y se estaba asfixiando sin aún haber llegado a los brazos de la mujer que él se decía con seguridad que iba a ser el amor de su vida. Por fin dieron con la dirección y una mujer gorda y sudada salió a recibir a Benjamín Moraga, tomando el paquete que tanto había abultado la mochila del hombre. En el asiento de atrás la mochila lucía como el decepcionado miembro de un impotente sin remedio, toda desinflada y vacía. La pura sangrita de Cristo, pensó Eva Gibraltar Laviens mirando la mochila chata, ojalá esto no sea un presagio de algo horrible. Un presagio que me van a cargar la mochila? Cómo decían enla Cruzada de Alfabetización…puño en alto(el pene),libro abierto(las menudencias femeninas),regla perdida y la mochila cargada.
Como el Cuervo del poema de Poe, o el cuervo maldito que picoteaba o perseguía a las víctimas de La Profecía, película de terror con Sam Neill que ella miraba cada vez que podía. Madre del merito diablo, si pudiera sacar esa mierda de aquí, se dijo aterrada, porque era supersticiosa aunque no lo confesara nunca. Por estar viendo la mochila no se percató que una nube de niños pequeños, descalzos, algunos comiendo mangos pequeños que recogían de un solar vacío a unos 4 metros de donde ella estaba esperando en el carro, se acercaban a mirar el carro y observarla con detenimiento. El hombre terminó de conversar con la mujer gorda que recibió el talego y se subió al carro con una sonrisa de alivio.
Soy todo tuyo ,amor, le dijo él con una sonrisa deslumbrante, y ahí comenzó la adrenalina de la alarma a correr como perros sabuesos tras una pista dentro del torrente sanguíneo de la mujer. Mío todo mío y para qué lo quiero? Lo llevo a un hotel pequeño donde nadie nos conoce, lo voy a hospedar ahí porque si lo llevo a la casa mis abuelos infartarán a dúo diciéndome que mi populismo alcanzó el límite intolerable, y ni sé ni cuánto tiempo piensa quedarse ni nada. Mío? Para qué sirve un hombre? Cuál es el uso práctico de un macho hermoso?No entiendo, señores que empujan la rueca del destino, la rueda dentada de Nicolás Guillén. Yo quiero sentir esa gota de ángeles que le navegaba en el cuerpo a la Edith Piaf cuando miraba a los ojos de su púgil marroquí Marcel Cerdan. Y no siento ni mierda.
Entró al estacionamiento de la pequeña pensión donde iba a alojar al hombre, y ahí vino el primer chasco. Benjamín Moraga no traía un cinco sobre sí, más que el pasaje de regreso a Granada.
Desde mi cerrado perfil me ruboricé sin que nadie me viera. La vi pagar y llevarlo a la mejor habitación, donde puso la mochila vacía en una mesita de noche. No son mentiras mías al mencionar que le oí decir al hombre que no había comido desde en la mañana. Eva Gibraltar Laviens solo atinó a decirle que fueran a comer, cómo no, si le escuchaba las tripas rugiendo como una moto MZ ronroneando alegremente, y que luego vendrían de regreso. El atónito tren del pensamiento de la mujer llegó hasta mí como el aroma de un Jazmín de Arabia…santo cielo y que lo tenían amarrado y sin comer, habrá alguna ancestra africana en su linaje que le haya enseñado el indiscreto encanto de los planes prenupciales de engorde que hacen las chicas allá en el continente negro antes de pescar marido? Pero si yo no me voy a casar con él ni me lo voy a comer para Navidad en una cama de lechuga, una manzana en la boca y un lazo de tomates en el culo! Yo solo sorbí más agua y pensé que la pobre mujer sí estaba metida en un lío gordo.
Me sentí un poco culpable, aquí sentada en mi comodidad, con mi vida nocturna satisfactoria. Estaba rodeada de admiradores que me asediaban, pretendientes de toda ralea, y tenía todo lo necesario. Mientras mis vecinas dormían, yo gozaba a mis anchas de la luna y los placeres de las semipenumbras, tenía amistad con las estrellas. Estaba bien. No bien que dice el nica cuando va en las tapas del lagarto pero el reptil aún no lo ha masticado. Bien de veras.
“Pero yo creo que mi bienestar es secundario a estas alturas del campeonato, cuando la personita a quien más amo estaba en apuros.
Irse a la cama con Benjamín Moraga no solucionó para nada los problemas de la mujer, es más, creo que mas bien los empeoró. Estar ahí hasta cierto punto con su venia no fue un afrodisíaco. Pocas cosas lo fueron. Cuando el hombre se quitó las botas ella creyó que moriría, y lo mandó a bañar antes que apestara toda la cama con el mal olor de los pies. En tiempos del racionamiento de agua, en que el vital líquido era cortado de fluir por hasta 6 horas, apenas dio abasto con el baldecito miserable que los dueños de la posada habían provisto. Aún después del baño, el espectro del tufo seguía molestando a Eva Gibraltar Laviens, hasta que ella misma se dijo, no…,no, no puedo seguir así, me va a pasar como las del mono que tocó mierda de gallina y de tanto estar con la manía de olerse la mano se murió de la merita mocepa .Imagínense los titulares de los vulgarazos del Nuevo Diablo, “mujer de buena familia se palma en una posada olisqueando los pies de su amante furtivo y la encuentran echando espumarajos”. Tenía que reconocer que el hombre ya en cueros era una escultura viviente, todo en el sitio perfecto, pero siempre el gnomo morado de su humor macabro le salía al encuentro a la mujer, y ella misma se dijo, una escultura que se harta como contratado o fuera el último día que va a haber comida, y por ende debe de cagar proporcionalmente, cuidado se te caga en la cama, se atiborró como para 6. Ojalá no le dé un pasón en medio del ejercicio, mi abuela hablaba de un señor que le dio una congestión encima de la querida tras despacharse un preparito de 7 nacatamales con pan, encurtidos y mantequilla. A la pobre concubina desde entonces le llamaban la matadora, imagínense que este pobre cristiano se me quede tilinte encima y con el palo aún duro en mí como espantosa evidencia, y me llevan en una camilla al hospital para despegarlo ,mientras los flashes de las cámaras de los fotógrafos y los gritos de los camarógrafos hacen un festín de mi vergüenza. Encuentran jinotegano muerto como licuadora, bien enchufado, a como dicen que se palmó el papa Juan XII, encima de intelectual blanca del más rancio abolengo, y el hombre cómo se llama, chinchilillo de quien es ese muerto pobrecillo? Un resoplido de impaciencia proveniente del hombre saca de su ensimismamiento de la mujer.-Entonces a qué horas que ya me está dando sueño-dice el tipo. Bueno, vamos a la buena de Dios y que sea lo que el diablo quiera, piensa la mujer resignada sabiendo que por más ganas que le haga no va a gozar.
Semanas después, cuando el hombre se ha quedado por 4 días más en esa posada, comiendo todo lo que pueda, oyendo rancheras de Vicente Fernández y pedradas de Rigo Tovar con su ritmo a caballo, tratando en las noches de extricarle infructuosamente un gemido de placer a Eva Gibraltar Laviens en las noches, ella se pregunta qué fue lo que salió mal. Recuerda que Séneca, el maestro de Nerón a quien el alumno obligó a suicidarse como pago por haberle aguantado tantas patorras, decía que cuando una parte del todo andaba mal, poco faltaba para que el todo se desmigajara. Había sido tallarines con chocolate, u hormigas bañadas en salsa de aguacate. Al irlo a poner a la parada de buses para que se fuera de vuelta a su trabajo en Granada, no había habido promesas ni sentimentalismos tan de moda para esas ocasiones. El prometió mandarle un dinero para cubrir sus gastos en la posada pero ella le dijo que se olvidara de eso. Vaya tendría que laborar por 4 meses y no comer ni mendrugos para poder pagar su consumo, pensó irritada Eva Gibraltar Laviens. No era en sí el dinero que iba a apagar en la posada lo que la molestaba. Era la inutilidad, la futilidad del tiempo perdido, la ausencia de magia, no el monetario que al fin y al cabo tenía de sobra ella. La sensación de haber pedido a un sapo que siquiera por una noche se convirtiera en un príncipe, pero el batracio no paraba de croar para recordarle que era solo eso. Malditas canciones de Edith Piaf, se han cagado en mí pensó Eva Gibraltar Laviens.
La vi ir con buena compostura a pagar la deuda a la posada, y ya se retiraba cuando la dueña del hospedaje la alcanzó y le dijo que el joven había dejado una cadena con un dije de corazón y llave entre las sábanas sucias. Parecía de oro pero la mujer no creyó que lo fuera, sin embargo, tomó la prenda y la echó en su bolso sin examinarla. No recordaba habérsela visto puesta.
El tiempo pareció desgastar a Eva Gibraltar Laviens. Nunca más supo de su ex amante. Ni falta que le hiciera, se dijo ella misma. Tenía vocación para estar sola, y dedicaba toda su ternura a sus gatos, con los cuales yo tuve que entablar buena amistad ya que a menudo los veía ir y venir en medio de las noches de luna. Ella fue escalando en el mundo intelectual, publicando tratados, y riéndose de todo el mundo. Murieron sus abuelos y quedó sola en la enorme casona, bueno casi sola a excepción de lo que ella llamaba sus “afectos del reino animal y vegetal.” Y de ahí provendría el gran susto de su vida.
Una noche la luna estaba enorme, como la bola de queso con la que sueñan los ratones, y con la que sueñan los gatos pues se imaginan una pandilla de ratones viviendo ahí. Eva Gibraltar Laviens jardineaba tranquilamente, sacando algunas malas yerbas, regando con agua fresca. Pensaba solamente en terminar la faena e irse a dormir. Era un alivio no tener un marido exigente que se sintiera machazo solo porque tenía de sirvienta por amor a una graduada de una universidad medieval, ni hijos que le estuvieran sacando canas verdes. Pensaba darse un largo baño de agua caliente en la tina victoriana de su baño, escuchando a Patricio Manns o a Jacques Brel cuando la respiración se le detuvo. Roja. NO. Varias flores rojas. No en el rosal que hubiera sido lógico pues era una mata de Príncipe Negro, con rosas tan oscuras que parecían negras en la penumbra. Príncipe Negro, llamadas así por las rosas que el rey inglés Eduardo III le dio a su esposa Felipa de Hainault cuando parió al heredero de la corona. Tres flores rojas en la mata que había traído hace tantos años de Río San Juan y que ahora ya cubría todo el porche de su casa con un vigor pasmoso y una hermosura exuberante.
Pero era blanca! Las primeras flores habían sido blancas! Siempre dio flores blancas. Tan blancas que a veces se veían azuladas. Fue a buscar a la vieja criada y le preguntó si había vertido colorante en el agua de la planta y la mujer dijo que no. Eva Gibraltar Laviens estaba tan asustada que casi arrastró a la mujer hacia el porche. Le enseñó las flores y fue pero el susto cuando la vieja criada le dijo que no veía nada rojo, que todas las flores estaban blancas, que le había parecido. Eva Gibraltar Laviens en su exasperación y terror hizo lo que nunca había hecho antes, arrancó una de las flores que ella afirmaba estaba roja, y del tallo surgió un líquido pastoso, aromático y rojo. El dolor de la planta fue enorme, pareció marchitarse por un segundo pero Eva Gibraltar Laviens solo soltó la flor y entró a la casa llorando. La flor en el piso lucía blanca y exangue, y una vez en el lavamanos la mujer gritaba que la sangre no se diluía en el agua del grifo. La vieja criada le dio un té de manzanilla a la mujer y se quedó a su lado mientras se bañaba, ya no un baño de inmersión sino una ducha para meterse en la cama lo antes posible. Los gatos la siguieron y se durmieron sobre el enorme lecho de hierro. El cansancio la venció, y al fin y al cabo tenía que ir a dar clases al día siguiente.
Con la luz del sol, los miedos parecieron disiparse mientras avanzaba el día. Al salir de la casa no se había aproximado al jardín, tenía una sensación aguda de remordimiento, de vergüenza y culpabilidad. Nunca había cortado una flor antes. Le gustaba verlas en sus matas, no cercenarles la vida. Tras impartir sus clases como navegando con piloto automático, alelada, indiferente, sin dejar que las palabras de sus estudiantes le tocaran ningún sentimiento, se fue a la enorme biblioteca del colegio. Buscó en enciclopedias y libros de botánica. Descubrió que la flor de luna era endémica en los trópicos y que sus semillas, al ser ingeridas, podrían ser venenosas, a tal punto de causar una muerte violenta entre espumarajos. Se habían reportado solo dos casos de flor de luna en tono rojo, pero ninguno en América. Ilusión óptica? La vieja criada insistía que eran blancas. Y el líquido rojo, como sangre? Se llevó la mano a la cara, la mano con la que había cortado la flor. Olor a su perfume francés, pero sí, allá en el fondo, un olor cobrizo a sangre, como sangre humana. En medio del sopor de la tarde calurosa, con el sol de encendidos oros a como lo llamaba el divino Rubén Darío, el coco salía de su closet solitario y la mordía, la perseguía, la daba un escalofrío gélido por el espinazo, y luego hacia la fisura pélvica. Una sensación de tener un cuchillo de hielo en el sitio donde estaba la fisura.
Rompió a llorar, sin que nadie la viera pues estaba en una de las mesas más apartadas de la biblioteca. Extrañó a sus abuelos, y se sintió tan desvalida y tan criminal por haberle arrancado una flor a su mata de flor de luna.
Al dirigirse a la casa, pasó por una tienda que vendía insumos para agricultura. Compró fertilizante para plantas y otros aperos.
Dos granjeros entraron mientras a ella le facturaban su compra. Escuchó sin querer la conversación. Hablaban de una señora norteña que había muerto de lo que ellos llamaban “pena moral”.Pobre doña Tencha, la verdad es que nunca se repuso de la muerte de su chavalo consentido, el tatarata loco de Mincho, que hombre más bruto, dejar a la mujer chela aseada que lo mantenía con su tramo del mercado y los dos niños que le hizo…Has de creer, vos, hartarse unas semillas de bejuco. Yo siempre dije que Minchito iba a acabar mal, ningún hombre con esa carita de piticú llega a nada bueno, caremuñeca, le picaba el culo. El hombre tiene que ser como el oso, porque entre más feo es más hermoso, pero doña Tencha siempre lo mimó más porque era su guapito…Dicen que el Mincho se mató por una burguesa de Managua, y aunque doña Tencha le decía que no valía la pena mirá que en abril se lo llevó la Calaca. Pobre doña Tencha,tanto llorarlo todos estos largos años le dejó tullido el corazón a doña Tencha y ya ves, estaba arreglando la tumba de su Minchito cuando se dobló encima de la tumba del muchacho en su traspatio y ahí mismo quedó tilinte. Creo que eso que el padrecito no lo haya dejado enterrarlo en cementerio porque es pecado y Dios no recibe a los que se matan también le hizo daño a la pobre vieja, más con la católica que era. El viudo la enterró a la par de Mincho y ahora es ateo rechinado, bueno que Tata chú lo perdone…
Eva Gibraltar Laviens solo atinó a pagar y llevando sus productos, salió corriendo de la tienda.
Al llegar a la casa, pasó primero por el porche y tomando una de las guías de la enredadera le pidió que la perdonase. Fue a guardar su mochila y luego se puso a jardinear, regando generosamente todo el jardín y echando del fertilizante diluido. Luego se lavó las manos y sacó uno de los parlantes del estéreo y le puso música de Claudio Bolling a sus plantas. Sabía que la música clásica y el jazz agradaba a las criaturas vegetales y favorecía su crecimiento. Tras corregir unas tareas de sus alumnos y darse una ducha y cambiarse, cenó en silencio. No se apartaba de su pensamiento lo que había escuchado en la tienda. Una sombra de curiosidad asomó a su ceño. Qué habría sido de Benjamín Moraga? Era solo curiosidad, se dijo. Nada sentimental, como cualquiera apasionado de la historia que deseaba saber la verdad detrás de que el fundador de la Turquía moderna Mustafá Kemal Ataturk había sido judío o que uno de los próceres nacionales había amado con locura a un joven de origen hondureño o si en realidad el emperador José II de Habsburgo en realidad había fallecido de unas almorranas reventadas…Me guste o no se trata de un elemento de mi historia personal, se dijo. Y primero soy historiador y persona luego, aunque tenga que buscar una aguja en un pajar, pero en realidad Jinotega es un pajar harto pequeño, con el gusto que tiene esa gente por la chismorra,
Pueblo chico infierno enorme, no será difícil quien me guíe hacia el famoso viudo ateo que ahora corteja al diablo por no ir a la iglesia.
El fin de semana, la vi levantarse más temprano que de costumbre.
No alistó el Mercedes Benz, ya sabía el efecto que tenía en ciertos sitios.
Montó al Land Rover gris que había sido de su abuelo y que ella mantenía en perfecto estado. Le deseé buen viaje, porque la verdad nunca he sido rencorosa, por su bien deseé que encontrara paz,bien que la necesitaba.
Subió por la carretera norte, pasando por Tipitapa, luego el empalme San Benito, tomando la rama izquierda de ese arbol que es la carretera Panamericana, rauda por Las Maderas que tras tanto despale ya ni maderas que talar quedando, subiendo por la Cuesta del Coyol, y luego la ligera humedad de Las Playitos donde ahora se cultivan melones o sandías, atisbando apenas desde la carretera el espejo sucio de Moyuá, sin entrar a Ciudad Darío donde el poeta había nacido a bordo de una carreta y no en el sitio que le dan como casa cuna, sintiendo el punzante olor a cebollas en Sébaco y este vez tomando la opción derecha hasta seguir cuesta arriba hasta la Perla del Septentrión, y dejándola atrás para adentrarse por el inclinado y perfumado sendero asfaltado hacia Jinotega. Las nubes parecía quererle dar una estola de niebla, y rodeado el Land Rover gris a la altura del Disparate de Potter, para darle gentil paso hasta que llegó a la propia ciudad en el valle desde donde se atisbaba la Cruz, donde la indiferencia de los habitantes permitió que muriese nada menos que germán Pomares Ordóñez,el inefable Danto, en 1979.
Una vez en la ciudad seguir el rastro de Benjamín Moraga fue fácil. El Bello Envenenado, el hijo mimado de la Tencha. La viuda ni lo mentaba, más que se hablaba que se había matado por una mujer de Managua.La viuda se había casado con un tico furgonero que se la llevó a ella y los muchachitos y ahora vivían bien en Curidabat en San José….Bien? Bien como el nica que va en las tapas del lagarto pero el animal aún no lo ha masticado? Se vivía bien en Curidabat? En Escazú o Montes de Oca quizás…pero bueno, Eva Gibraltar Laviens quería dar con el hilo tenue de humedad caracola que le llevaba hacia el hombre que nunca entendió. Pronto tuvo la dirección del viudo Moraga, el padre de Benjamín Moraga, y se enrumbó hacia la salida de Jinotega y volvió a subir por pocos kilómetros.
El viejo Ramón Moraga era lo que hubiera llegado a ser Benjamín Moraga si hubiera llegado a los 70 años con elegancia. Alto y musculoso, tenía los mismos ojos pardo claro. Ojos de tolvanera, ojos color de lodo seco, los ojos del árbol de donde saldría la marimba y la música o donde un jilguero cantó, según el también jinotegano Efraín Andrés. El anciano instintivamente supo que era la mujer por la cual su hijo se había trastornado y la apreció quitándose el velo del rencor y las espuelas del odio. Habló con ella tranquilamente, le ofreció rosquillas y un café que le aseguró no llevaba semillas de flor de luna. Le dijo que por din comprendía los motivos de su hijo y que ella debía de entender por qué en su vejez se había hecho ateo. Pero le advirtió que el destino tenía forma de hacer compensaciones y le hizo prometer que jamás destruyera la planta de flor de luna que ella tenía, según le había relatado su hijo poco antes de suicidarse. Le dijo que tarde o temprano la mata produciría flores rojas, a como sucedía con la que él tenía en el traspatio de su humilde casa, y que no se asustara. Ella casi le confesó que la propia mata había ya producido flores escarlata pero un asomo de prudencia la detuvo. No le quedó más que abrazar al viejo, darle su tarjeta y pedirle que llegara a conocer su casa cuando viajara a Managua. Al regresar a Managua ella misma se sintió que se había quitado un enorme peso de encima. Era una vieja deuda de honor por no haber aprendido a amar a quien en realidad solo cometió el craso error de no manifestarle sus sentimientos reales.
“Entró algo fatigada a casa, había sido un viaje largo. Pero yo ya me estaba engalanando para la noche cuando la vi acercarse a mí y reconocerme. Hasta entonces se dio cuenta de quién era yo. Al irse de este mundo y destruir su forma humana Benjamín Moraga, el amor encendido que sentía por Eva Gibraltar Laviens me pidió asilo en mis guías y savia, y por eso de vez en cuando hay flores rojas para que nunca lo olvide.”
“Ah, la pregunta? Yo, quien soy yo? Cierto, dispénseme la mala educación. Yo soy la planta de flor de luna de Eva Gibraltar Laviens, quien alberga en un embarazo perpetuo a lo mejor que tuvo Benjamín Moraga. Y juntos somos quienes más la amamos en este mundo.”
26 de abril 2009 Día del Libro
“La vida siempre debe vivirse hacia adelante, pero los remordimientos siempre se leen en retroceso.”
“Si caminamos hacia el sol, dejaremos atrás las sombras.”William Wallace, libertador de Escocia.
“La desgracia para Eva Gibraltar Laviens no comenzó cuando le pusieron sus padres disparateros ese nombre alusivo al peñón donde viven tantos monos traviesos, territorio tan añorado por los españoles pero cuyos habitantes no fueron majes y prefirieron a los ingleses. La pava no fue que cayó sino cuando me conoció a mí en el sureño y boscoso departamento de Río San Juan, a pocos metros de la orilla del río que ella tanto adora y que dice que primero muerta pero sus ojos no verán que los vecinos ticos lo incorporen legalmente a su mapa.
La maestra historiadora, en aquel entonces soltera y sin ganas de atarse a nada ni a nadie, había sido llevada de su aula en un colegio de lujo donde los chicos pagaban por no aprender, bajo presión, a que corroborara el disparate de un colega suyo, quien posteriormente, en los arranques de un climaterio espantoso, seguiría insistiendo que habían pirámides tipo Chichen Itzá casi a la orilla de la cuenca del Río San Juan.
Consideraba que era un soberano desatino la afirmación del dizque historiador, a como también estimaba que habían tantas aseveraciones falsas y peligrosas omisiones en los textos de historia que si habría de comenzar a sacar el cuchillo de la verdad, necesitaría dos vidas más cada una de más de 90 años, para poder disipar tanto manchón y humo. Era la década de los 80, y hasta se chisteaba que para sacarse una muela era preciso una extracción por el culo porque no era permitido abrir la boca para eso, qué menos para contradecir a los tales autollamados comandantes que formaban una nomenclatura de nueve sátrapas a los que en realidad daban ganas de gritarles Dirección Nacional Ordeñe, ya que estaban ordeñando al país como si fuera una hermosa teta de lechera Holstein.
Pero bueno, después de reírse a mandíbula batiente al ver que un viejo sitio donde almacenaban armas se lo querían hacer pasar como la base destruida de una pirámide indígena, cometer el error de limpiarse con una afelpada hoja de picapica tras cagar en el monte para lamentable irritación de su enorme trasero, y casi irse dentro de un fangal, Eva Gibraltar Laviens había retornado al pueblecito de San Miguelito, desesperada por regresarse a su cómoda aula de clase en Managua. Uno de los oficiales del ejército que la escoltó hacia el sitio que hicieron pasar “la última coca cola del desierto” le cobró tanta simpatía que le consiguió de regalo una matita de enredadera de flor de luna en una macetera fuerte, para que jamás olvidara la belleza verde de Río San Juan. Y fue ahí que comenzó lo que quizás sea la historia más rara que ustedes hayan oído.
“La noche antes de zarpar hacia el puerto de Asese en Granada, los oficiales llevaron a Eva Gibraltar Laviens a comer al único comedor que ofrecía comida a la carta. Era de esperarse, ya que a pesar del bochorno que pasaron cuando ella dijo que fueran serios y no le anduvieran tratando de meter gato por liebre por lo de las supuestas pirámides, la relación entre los militares y ella siguió siendo cordial. Fueron a comer a eso de las 7 de la noche, y cuando ella salía con su séquito de oficiales, vió a Benjamín Moraga. El entraba con la tripulación del yate Gustavo Orozco, recién construido por unos holandeses en el astillero lacustre de Granada. El yate había arribado una media hora de antes, adornado con un montón de luces como toro encohetado, y con un capitán español barbudo al mando. El joven Benjamín bloqueó la salida de Eva Gibraltar Laviens y extendió una mano.-Benjamin Moraga para servirle, señorita. La mujer miró la mano por un largo rato antes de tomarla, y musitar su nombre. Luego salió apresurada, un poco abrumada.
No era muy amiga de la gente. Como casi todos los intelectuales, prefería estar sola. Tras visitar el barco, se dio cuenta que zarpaba al día siguiente y buscó boletos. El segundo al mando dijo que no llevaban pasajeros oficialmente en el viaje virgen del yate, pero que sería un honor llevarla a ella y a su asistente, recordándole que estuviera temprano a las 5 de la mañana en el muelle para que no se quedara sin viajar.
Por eso, se fue a dormir temprano a la posada, con su mata de flor de luna cerca de la cama. No quería perderse el viaje, ni tampoco dejar olvidado su regalo viviente. Antes de dormirse echó agua fresca a la planta y le dijo buenas noches. Este gesto fue clave. La comunicación entre la matita de flor de luna y la mujer estaba establecida. El ser vivo en la maceta sonrió para sí misma. Había encontrado la amistad.
“La mujer, su asistente, maletas y macetera estaban a bordo del yate al día siguiente. Ella andaba una falda corta de vuelos, fucsia con cintas añil, una camisa de Oxford celeste de mangas cortas , un enrome sombrero fucsia y una canasta de mangos frescos. Sacó la grabadora y se sentó sobre cubierta una vez que el capitán muy galantemente le hubiera enseñado a ella y otros 5 pasajeros de cortesía todos los vericuetos del yate. Miraba sentada el bellísimo paisaje de los dos volcanes en Ometepe, las aguas azuladas y la distante orilla del Mare Nostrum, como le habían llamado los primeros conquistadores españoles que atónitos miraban al lago con ojos codiciosos. Tras comerse varios mangos, estaba a punto de dormirse cuando apareció el marinero que se le había presentado la noche anterior. Le dio uno de los mangos, y el muchacho se sentó a la par suya sobre la cubierta. Mas allá, el asistente de la mujer roncaba, sombrero cubriéndole la cara, yaciendo chato en la cubierta. Parecía muerto. El joven le preguntó si era la de la expedición que vino la semana anterior para lo de la pirámide.
De ahí en adelante no fue difícil sacar de su concha a Eva Gibraltar Laviens. Un buen ridículo siempre la hacía encontrarse la lengua. Juntos se rieron de las ridiculeces en las que cae el totalitarismo en su afán de bloquear la verdad de los ojos del pueblo, todo con tal de dominar y controlar hasta la hora en que uno comía o dormía. Dos horas mas tarde, el joven le dijo que si no iba a cumplir con sus deberes, lo despedían. Eva Gibraltar Laviens entonces se durmió. No fue un sueño pacífico. En él el agua del gran lago Cocibolca se tenía de rojo, y habían una especie de escualos metálicos que luchaban entre sí para despedazar algo que flotaba en el agua enrojecida. El objeto en el agua se acercaba a un barco, el mismo barco cuyo movimiento ondulante la había adormecido, y el objeto era una persona. Era ella. Las quijadas metálicas de los tiburones soltaban un macabro chirrido metálico, y ella buscaba cómo asirse del barco porque no sabía nadar y estaba a punto de perder las piernas en las fauces de los tiburones.
Se despertó sobresaltada, y lo que la puso en peor estado fue que por unos segundos el agua del lago seguía siendo roja. Y donde estaba su asistente? Si no encontraba a alguien se volvería loca. Qué se había hecho todo mundo? Era como si el barco iba solo con ella a bordo.
Bajó precipitadamente hasta donde estaban los servicios higiénicos. Una mano brotó de una puerta entreabierta y se vio frente a frente con Benjamín Moraga. O lo que había usurpado su forma. Los ojos no eran los mismos zarcos del muchacho. Eran rojos como las aguas infestadas del lago en la pesadilla recién habida. Con el pelo como electrizado, el hombre ni la despojó más que de la braga, y se sumergió en ella. Estaba como hipnotizado, o drogado. Eva Gibraltar Laviens solo alcanzó a pensar que estaba haciendo honor a su segundo nombre, peñón asaltado por los mozárabes, cristianos y hasta por los ingleses, la jaqueca de España. No sintió más que humillación, dolor físico y de repente como un crujido en la cadera. El macho terminó de jadear tras haber eyaculado fuera de ella, y comenzó a llorar. La mujer solo atinó a recuperar su prenda interior, se la puso y salió corriendo hacia el servicio higiénico asignado a las damas y se aseó a como mejor pudo. Una vez que hubo recuperado la compostura, se fue a la cubierta y buscó la planta de flor de luna. El resto del viaje lo pasó asiendo la macetera, como si su existencia dependiera de ello, opero estaba tan anonadada de lo que le había sucedido que ni se percató que la matita estaba brotando un pequeño capullo de color rojo.
Cuando iba saliendo del yate, al desembarcar, Benjamín Moraga la alcanzó. Le quitó la maceta de las manos y le puso una barra de desodorante en ellas. La mujer no supo qué era ese gesto hasta que él, mirándola a los ojos, le suplicó que se pusiera de ese desodorante que él siempre usaba para que lo recordara camino a Managua. Era un gesto tan absurdo que Eva Gibraltar Laviens casi estalla de la risa en la cara del joven, pero mejor optó por echarse un poco en la muñeca de la apestosa barra barata de Toque Final. Sí pensó, con esto le pone toque final a su barbaridad, no solo hizo lo que quiso conmigo sino que ahora me voy apestada. Una vez que hubo devuelto la barra de desodorante, tomó de nuevo la mata de flor de luna y el le remarcó que había florecido. Pero la flor no se había abierto aún. Una auriga pasó por el puerto y la mujer lo llamó. Tenía prisa por atrapar el último bus expreso que salía de Granada hacia Managua, por nada del mundo quería quedarse en la Gran Sultana. Y menos de huésped de Benjamín Moraga, ni que viviera en una de las solariegas mansiones de la ciudad. Prometiendo toda suerte de cosas románticas, el muchacho se fue con ella y el asistente de ella en el coche, mientras la mujer no ocultaba su desesperación y fastidio. Lograron llegar al momento en que el último bus salía lentamente. El auriga cruzó el coche delante del bus y le hizo seña al conductor de que se detuviera pues le llevaba pasajeros. Eva Gibraltar Laviens salió tan disparada que no se percató que había dejado la macetera con la mata de flor de luna hasta que humildemente, el marinero la siguió al bus y se la depositó en el regazo. Le pidió que guardara un trocito de papel donde iba el número de teléfono suyo en la empresa donde trabajaba. Con tal de quitárselo de encima, hasta le dio un beso en la mejilla y prometió llamarlo. Se acomodó la macetera en el regazo para sentarse de nuevo y se propuso quitárselo de la mente inmediatamente.
El ritmo de trabajo una vez en el colegio no dejó que Eva Gibraltar Laviens tuviera mucha oportunidad para pensar sobre lo ocurrido en el viaje. Cierto, apenas hubo llegado a su casa había sembrado en la tierra fértil de su jardín a la plantita de flor de luna. A la noche siguiente el capullo que la mata llevaba floreció en una gigantesca flor blanca. La mujer regaba y cuidaba con primor a su planta, le hablaba en francés y no permitía que nadie se le acercara. No es de extrañarse que la planta fuera creciendo a paso agigantado.
Al arribar la temporada de exámenes, Eva Gibraltar Laviens se preguntó si alguna vez se sobrepondría a lo sucedido en el yate. Tres días después de su violación, porque eso era lo que había sido, le había venido la menstruación con copiosos dolores, y había ido al médico pues eso no era normal. El galeno, alarmado por los síntomas de la mujer, le había mandado a hacer un montón de exámenes, entre ellos una radiografía pélvica. Una frágil fisura asomaba en uno de los huesos pélvicos. El médico le dijo que iba a mandarle a tomar suplementos de calcio y que no era para alarmarse, que si tomaba precauciones, la fisura no pasaría de ser una pequeña grieta. Y no debía estorbar a la hora de un futuro embarazo, si alguna vez decidiera casarse y tener hijos.
“Observo a Eva Gibraltar Laviens mientras corrige exámenes. Normalmente aúlla, se ríe, grita, lanza papeles contra el piso. Y ahora lo hace sin entusiasmo. Entre uno y otro examen, pausa y queda viendo al espacio vacío. La oigo recitar entre dientes la poesía de Joaquín Pasos. No, es el aire que ha tomado su forma, o dice que levante el brazo para llevarse un recuerdo de árbol. No. No puede ser. Se levanta y va hacia el teléfono. Está marcando un número de fuera de Managua y la oigo preguntar por Benjamín Moraga. Al parecer no logra comunicarse porque deja su número de teléfono y nombre. Mujer, qué estás haciendo? Será verdad lo que dice DH Lawrence en una de las páginas de El Amante de Lady Chatterley? Que algunas mujeres tienen nostalgia de la boue, nostalgia del lodo? Era ella una de esas personas? Lo que el cansancio, el stress, o como dicen los franceses, el surmenage, puede hacer en contra de una…La nostalgia de tiempos pasados era fácil, bastaba poner en el estéreo algo como The Hustle del negro Van McCoy, o la dulce ingenuidad del narizotas Barry Manilow cantando Can´t Smile without You y los recuerdos caían con la intensidad de las cataratas del Niágara, por mencionar algo que no quedara tan lejos. Pero extrañar a ese hombre, con el acto de violencia que hizo contra ella…Como decía el dictador Anastasio Somoza, estamos jodidos todos ustedes.Y el más jodido había sido él, acabado de un bazucazo por un desgraciado argentino que luego se pudrió de cáncer.
“Pero la espinas había que sacarlas o sino se encarnaban. El primer paso estaba dado. Habían cosas que someter a prueba, resolver y descartar, no como hacían las sirvientas, que toda la basura iba debajo de la vieja alfombra y de repente la casa era peor que un chiquero.
Dos días después de haber llamado a Benjamín Moraga, Eva Gibraltar Laviens escuchó la voz entrecortada del hombre. Le decía que acababa de llegar de San Carlos en Río San Juan y que hasta a ese momento le habían dado el mensaje. La mujer fue directa, le dijo que precisaba que se presentara en Managua, que ella lo iría a traer al punto que él mencionara. Lo antes posible. El hombre accedió, y el encuentro se acordó para el día siguiente. No fue hasta que la comunicación había concluido que ella se percató del absurdo que acababa de protagonizar. Dónde lo iba a poner? No se lo imaginaba entrando a su enorme y silenciosa casa de piso espejado, ni conociendo a sus gatos tan de rancio abolengo que no miraban a nadie con agrado. Se imaginaba a sus abuelos, uno de ellos descendiente directo de Luis XIV por la línea de Athenais de Montespán, querida real y soleada, tan azorados, mujer de dónde lo sacaste si apesta a Toque Final, quel horreur, esta vez sí desbarraste, mucho Lawrence querida nuestra. Sarro, chiquilla ,tenés el gusto envuelto en sarro. Sabe leer? De infarto, dirían sus alumnos.
Nunca hay que observar mucho a un hombre con quien se planifica irse a la cama pero sin intenciones serias de vida juntos. Lo había dicho eso su ancestra la querida que más agitó al Rey Sol la legendaria Athenais? Esa frase se la atribuían, de todos modos. Y era cierta. Lo vio llegar, bajándose del bus. Se escapó de caer, cargando una mochila voluminosa, todo de azul en jeans y camisa de mezclilla un poco más pálida, o la había dejado demasiado tiempo en cloro adrede…Mujer, no seas pesquisona. Y si se hubiera ido en el enorme charco debajo del bus? Jesús-María-y-José, hubiera sido un circo, y lo hubiera ido ella a levantar en lugar de orinarse de la risa? Y ese mochilón para qué? Venía a vivir acá? Y si le traía regalos? La etiqueta de una relación basada en un zipless fuck, a como decía la judía gringa Erica Jong al referise a una sesión intempestiva y casi sin gusto con un desconocido en el sitio menos adecuado , mandaba que los regalos eran de rigor? Por devaluación y depreciación de lo usado, compensación? Y qué estaba pensando? Lo admiró, porque era escultural, con una cara de angel bizantino, pero en ese momento Benjamín Moraga le echó por tierra el momento mágico al colocar una manaza sobre la bragueta del jeans y acomodarse los cojones a como era el hábito universal de los machos que les parece que por tener pene esa es la batuta de la verdad con la cual deben azotar a las hembras, la mayor cantidad posible para hacerlas adorar el bendito y omnipotente falo preñador que no siempre garantizaba el paroxismo del placer. Había un gesto más soez, más asqueroso que eso, en toda la creación de la pelotita del mundo? Ay mujer alegráte, se dijo a sí misma, sin esas grotesquerías quizás ya te hubieras vuelto loca por él y sería tu perdición, dios o el diablo o sepa judas que sabe lo que hace. De la que te capeás, se terminó de convencer. Qué lástima que el éxito country de la Barbara Mandrell de Angels Love Bad Men aún no había conocido al Billboard…Pero no te cantés victoria, el partido no ha terminado y quien te quita que sea un Pelé y te dé un gol que te deje llorando, de rabia o de felicidad o de las dos cosas a la vez? Porque los machos son tan jodidos que con la misma mano que acarician luego te retuercen un pellizco que te deja llorando de por vida.
El hombre le dio un abrazo quebrantahuesos, era quizás pariente de alguna boa constrictora y ella no se daba por enterada. Según Darwin los hombres venían del mono, y aunque la mayor parte aún iban al mono, no era remoto que tuvieran algún reptil como ancestro de abolengo, para explicar de donde eran tan sanguinarios y destructores. No sabía qué hacer, y para aflojar ese nudo de tanta ansiedad que ambos traían le dijo que no dejara la maleta sentada al lado ya que en breve se la podían robar si que él ni cuenta se diera. El le aclaró que no era suya la maleta, que él venía con una mano adelante y otra detrás, que en la mochila venía una encomienda de un vecino para su prima en Managua y que si era posible irle a dejar el paquete antes de entrar en diálogos más agradables. Eva Gibraltar Laviens solo miró de reojo a su Mercedes Benz como si le diera vergüenza andar en algo tan aparatoso. Había escogido manejar ella y dejar al chofer, don Vicente, en casa. Ahora sabía por qué.
El hombre le dio una dirección en un barrio marginal y ella obedientemente se dirigió ahí. Diosmíito con el burro y el mosquero detrás ,si ahí matan con flechas. La entrada del lujoso sedan Mercedes negro iba a ser como un toro en una cristalería al barrio pobre, se dijo muriéndose de la vergüenza. El mismo Benjamín Moraga iba quieto, tocando los mullidos asientos como con miedo y preguntando si lo lavaban con shampoo de los que usaban las damas finas en los salones.
Después, como consciente que había metido la pata, Benjamín Moraga le preguntó que por qué llevaba música de muerto en la radio y ella con paciencia le dijo que no era radio sino cassette y que era el poema sinfónico Finlandia de un pelón finés muy patriota pero él insistió que la parte de entrada de la pieza, sí así le llamó, la pieza, él la oía en la Radio Xalteva de Granada cada vez que daban noticias que venían muertos de los del servicio militar obligatorio y luego la ponían en las misas y anuncios luctuosos.
Eva Gibraltar Laviens sentía que le crujían las orejas de la vergüenza, y sentía lástima por el hombre quien obviamente era un pez fuera del agua, boqueando a como pudiera, pues para él su ignorancia era su oxígeno cotidiano y se estaba asfixiando sin aún haber llegado a los brazos de la mujer que él se decía con seguridad que iba a ser el amor de su vida. Por fin dieron con la dirección y una mujer gorda y sudada salió a recibir a Benjamín Moraga, tomando el paquete que tanto había abultado la mochila del hombre. En el asiento de atrás la mochila lucía como el decepcionado miembro de un impotente sin remedio, toda desinflada y vacía. La pura sangrita de Cristo, pensó Eva Gibraltar Laviens mirando la mochila chata, ojalá esto no sea un presagio de algo horrible. Un presagio que me van a cargar la mochila? Cómo decían enla Cruzada de Alfabetización…puño en alto(el pene),libro abierto(las menudencias femeninas),regla perdida y la mochila cargada.
Como el Cuervo del poema de Poe, o el cuervo maldito que picoteaba o perseguía a las víctimas de La Profecía, película de terror con Sam Neill que ella miraba cada vez que podía. Madre del merito diablo, si pudiera sacar esa mierda de aquí, se dijo aterrada, porque era supersticiosa aunque no lo confesara nunca. Por estar viendo la mochila no se percató que una nube de niños pequeños, descalzos, algunos comiendo mangos pequeños que recogían de un solar vacío a unos 4 metros de donde ella estaba esperando en el carro, se acercaban a mirar el carro y observarla con detenimiento. El hombre terminó de conversar con la mujer gorda que recibió el talego y se subió al carro con una sonrisa de alivio.
Soy todo tuyo ,amor, le dijo él con una sonrisa deslumbrante, y ahí comenzó la adrenalina de la alarma a correr como perros sabuesos tras una pista dentro del torrente sanguíneo de la mujer. Mío todo mío y para qué lo quiero? Lo llevo a un hotel pequeño donde nadie nos conoce, lo voy a hospedar ahí porque si lo llevo a la casa mis abuelos infartarán a dúo diciéndome que mi populismo alcanzó el límite intolerable, y ni sé ni cuánto tiempo piensa quedarse ni nada. Mío? Para qué sirve un hombre? Cuál es el uso práctico de un macho hermoso?No entiendo, señores que empujan la rueca del destino, la rueda dentada de Nicolás Guillén. Yo quiero sentir esa gota de ángeles que le navegaba en el cuerpo a la Edith Piaf cuando miraba a los ojos de su púgil marroquí Marcel Cerdan. Y no siento ni mierda.
Entró al estacionamiento de la pequeña pensión donde iba a alojar al hombre, y ahí vino el primer chasco. Benjamín Moraga no traía un cinco sobre sí, más que el pasaje de regreso a Granada.
Desde mi cerrado perfil me ruboricé sin que nadie me viera. La vi pagar y llevarlo a la mejor habitación, donde puso la mochila vacía en una mesita de noche. No son mentiras mías al mencionar que le oí decir al hombre que no había comido desde en la mañana. Eva Gibraltar Laviens solo atinó a decirle que fueran a comer, cómo no, si le escuchaba las tripas rugiendo como una moto MZ ronroneando alegremente, y que luego vendrían de regreso. El atónito tren del pensamiento de la mujer llegó hasta mí como el aroma de un Jazmín de Arabia…santo cielo y que lo tenían amarrado y sin comer, habrá alguna ancestra africana en su linaje que le haya enseñado el indiscreto encanto de los planes prenupciales de engorde que hacen las chicas allá en el continente negro antes de pescar marido? Pero si yo no me voy a casar con él ni me lo voy a comer para Navidad en una cama de lechuga, una manzana en la boca y un lazo de tomates en el culo! Yo solo sorbí más agua y pensé que la pobre mujer sí estaba metida en un lío gordo.
Me sentí un poco culpable, aquí sentada en mi comodidad, con mi vida nocturna satisfactoria. Estaba rodeada de admiradores que me asediaban, pretendientes de toda ralea, y tenía todo lo necesario. Mientras mis vecinas dormían, yo gozaba a mis anchas de la luna y los placeres de las semipenumbras, tenía amistad con las estrellas. Estaba bien. No bien que dice el nica cuando va en las tapas del lagarto pero el reptil aún no lo ha masticado. Bien de veras.
“Pero yo creo que mi bienestar es secundario a estas alturas del campeonato, cuando la personita a quien más amo estaba en apuros.
Irse a la cama con Benjamín Moraga no solucionó para nada los problemas de la mujer, es más, creo que mas bien los empeoró. Estar ahí hasta cierto punto con su venia no fue un afrodisíaco. Pocas cosas lo fueron. Cuando el hombre se quitó las botas ella creyó que moriría, y lo mandó a bañar antes que apestara toda la cama con el mal olor de los pies. En tiempos del racionamiento de agua, en que el vital líquido era cortado de fluir por hasta 6 horas, apenas dio abasto con el baldecito miserable que los dueños de la posada habían provisto. Aún después del baño, el espectro del tufo seguía molestando a Eva Gibraltar Laviens, hasta que ella misma se dijo, no…,no, no puedo seguir así, me va a pasar como las del mono que tocó mierda de gallina y de tanto estar con la manía de olerse la mano se murió de la merita mocepa .Imagínense los titulares de los vulgarazos del Nuevo Diablo, “mujer de buena familia se palma en una posada olisqueando los pies de su amante furtivo y la encuentran echando espumarajos”. Tenía que reconocer que el hombre ya en cueros era una escultura viviente, todo en el sitio perfecto, pero siempre el gnomo morado de su humor macabro le salía al encuentro a la mujer, y ella misma se dijo, una escultura que se harta como contratado o fuera el último día que va a haber comida, y por ende debe de cagar proporcionalmente, cuidado se te caga en la cama, se atiborró como para 6. Ojalá no le dé un pasón en medio del ejercicio, mi abuela hablaba de un señor que le dio una congestión encima de la querida tras despacharse un preparito de 7 nacatamales con pan, encurtidos y mantequilla. A la pobre concubina desde entonces le llamaban la matadora, imagínense que este pobre cristiano se me quede tilinte encima y con el palo aún duro en mí como espantosa evidencia, y me llevan en una camilla al hospital para despegarlo ,mientras los flashes de las cámaras de los fotógrafos y los gritos de los camarógrafos hacen un festín de mi vergüenza. Encuentran jinotegano muerto como licuadora, bien enchufado, a como dicen que se palmó el papa Juan XII, encima de intelectual blanca del más rancio abolengo, y el hombre cómo se llama, chinchilillo de quien es ese muerto pobrecillo? Un resoplido de impaciencia proveniente del hombre saca de su ensimismamiento de la mujer.-Entonces a qué horas que ya me está dando sueño-dice el tipo. Bueno, vamos a la buena de Dios y que sea lo que el diablo quiera, piensa la mujer resignada sabiendo que por más ganas que le haga no va a gozar.
Semanas después, cuando el hombre se ha quedado por 4 días más en esa posada, comiendo todo lo que pueda, oyendo rancheras de Vicente Fernández y pedradas de Rigo Tovar con su ritmo a caballo, tratando en las noches de extricarle infructuosamente un gemido de placer a Eva Gibraltar Laviens en las noches, ella se pregunta qué fue lo que salió mal. Recuerda que Séneca, el maestro de Nerón a quien el alumno obligó a suicidarse como pago por haberle aguantado tantas patorras, decía que cuando una parte del todo andaba mal, poco faltaba para que el todo se desmigajara. Había sido tallarines con chocolate, u hormigas bañadas en salsa de aguacate. Al irlo a poner a la parada de buses para que se fuera de vuelta a su trabajo en Granada, no había habido promesas ni sentimentalismos tan de moda para esas ocasiones. El prometió mandarle un dinero para cubrir sus gastos en la posada pero ella le dijo que se olvidara de eso. Vaya tendría que laborar por 4 meses y no comer ni mendrugos para poder pagar su consumo, pensó irritada Eva Gibraltar Laviens. No era en sí el dinero que iba a apagar en la posada lo que la molestaba. Era la inutilidad, la futilidad del tiempo perdido, la ausencia de magia, no el monetario que al fin y al cabo tenía de sobra ella. La sensación de haber pedido a un sapo que siquiera por una noche se convirtiera en un príncipe, pero el batracio no paraba de croar para recordarle que era solo eso. Malditas canciones de Edith Piaf, se han cagado en mí pensó Eva Gibraltar Laviens.
La vi ir con buena compostura a pagar la deuda a la posada, y ya se retiraba cuando la dueña del hospedaje la alcanzó y le dijo que el joven había dejado una cadena con un dije de corazón y llave entre las sábanas sucias. Parecía de oro pero la mujer no creyó que lo fuera, sin embargo, tomó la prenda y la echó en su bolso sin examinarla. No recordaba habérsela visto puesta.
El tiempo pareció desgastar a Eva Gibraltar Laviens. Nunca más supo de su ex amante. Ni falta que le hiciera, se dijo ella misma. Tenía vocación para estar sola, y dedicaba toda su ternura a sus gatos, con los cuales yo tuve que entablar buena amistad ya que a menudo los veía ir y venir en medio de las noches de luna. Ella fue escalando en el mundo intelectual, publicando tratados, y riéndose de todo el mundo. Murieron sus abuelos y quedó sola en la enorme casona, bueno casi sola a excepción de lo que ella llamaba sus “afectos del reino animal y vegetal.” Y de ahí provendría el gran susto de su vida.
Una noche la luna estaba enorme, como la bola de queso con la que sueñan los ratones, y con la que sueñan los gatos pues se imaginan una pandilla de ratones viviendo ahí. Eva Gibraltar Laviens jardineaba tranquilamente, sacando algunas malas yerbas, regando con agua fresca. Pensaba solamente en terminar la faena e irse a dormir. Era un alivio no tener un marido exigente que se sintiera machazo solo porque tenía de sirvienta por amor a una graduada de una universidad medieval, ni hijos que le estuvieran sacando canas verdes. Pensaba darse un largo baño de agua caliente en la tina victoriana de su baño, escuchando a Patricio Manns o a Jacques Brel cuando la respiración se le detuvo. Roja. NO. Varias flores rojas. No en el rosal que hubiera sido lógico pues era una mata de Príncipe Negro, con rosas tan oscuras que parecían negras en la penumbra. Príncipe Negro, llamadas así por las rosas que el rey inglés Eduardo III le dio a su esposa Felipa de Hainault cuando parió al heredero de la corona. Tres flores rojas en la mata que había traído hace tantos años de Río San Juan y que ahora ya cubría todo el porche de su casa con un vigor pasmoso y una hermosura exuberante.
Pero era blanca! Las primeras flores habían sido blancas! Siempre dio flores blancas. Tan blancas que a veces se veían azuladas. Fue a buscar a la vieja criada y le preguntó si había vertido colorante en el agua de la planta y la mujer dijo que no. Eva Gibraltar Laviens estaba tan asustada que casi arrastró a la mujer hacia el porche. Le enseñó las flores y fue pero el susto cuando la vieja criada le dijo que no veía nada rojo, que todas las flores estaban blancas, que le había parecido. Eva Gibraltar Laviens en su exasperación y terror hizo lo que nunca había hecho antes, arrancó una de las flores que ella afirmaba estaba roja, y del tallo surgió un líquido pastoso, aromático y rojo. El dolor de la planta fue enorme, pareció marchitarse por un segundo pero Eva Gibraltar Laviens solo soltó la flor y entró a la casa llorando. La flor en el piso lucía blanca y exangue, y una vez en el lavamanos la mujer gritaba que la sangre no se diluía en el agua del grifo. La vieja criada le dio un té de manzanilla a la mujer y se quedó a su lado mientras se bañaba, ya no un baño de inmersión sino una ducha para meterse en la cama lo antes posible. Los gatos la siguieron y se durmieron sobre el enorme lecho de hierro. El cansancio la venció, y al fin y al cabo tenía que ir a dar clases al día siguiente.
Con la luz del sol, los miedos parecieron disiparse mientras avanzaba el día. Al salir de la casa no se había aproximado al jardín, tenía una sensación aguda de remordimiento, de vergüenza y culpabilidad. Nunca había cortado una flor antes. Le gustaba verlas en sus matas, no cercenarles la vida. Tras impartir sus clases como navegando con piloto automático, alelada, indiferente, sin dejar que las palabras de sus estudiantes le tocaran ningún sentimiento, se fue a la enorme biblioteca del colegio. Buscó en enciclopedias y libros de botánica. Descubrió que la flor de luna era endémica en los trópicos y que sus semillas, al ser ingeridas, podrían ser venenosas, a tal punto de causar una muerte violenta entre espumarajos. Se habían reportado solo dos casos de flor de luna en tono rojo, pero ninguno en América. Ilusión óptica? La vieja criada insistía que eran blancas. Y el líquido rojo, como sangre? Se llevó la mano a la cara, la mano con la que había cortado la flor. Olor a su perfume francés, pero sí, allá en el fondo, un olor cobrizo a sangre, como sangre humana. En medio del sopor de la tarde calurosa, con el sol de encendidos oros a como lo llamaba el divino Rubén Darío, el coco salía de su closet solitario y la mordía, la perseguía, la daba un escalofrío gélido por el espinazo, y luego hacia la fisura pélvica. Una sensación de tener un cuchillo de hielo en el sitio donde estaba la fisura.
Rompió a llorar, sin que nadie la viera pues estaba en una de las mesas más apartadas de la biblioteca. Extrañó a sus abuelos, y se sintió tan desvalida y tan criminal por haberle arrancado una flor a su mata de flor de luna.
Al dirigirse a la casa, pasó por una tienda que vendía insumos para agricultura. Compró fertilizante para plantas y otros aperos.
Dos granjeros entraron mientras a ella le facturaban su compra. Escuchó sin querer la conversación. Hablaban de una señora norteña que había muerto de lo que ellos llamaban “pena moral”.Pobre doña Tencha, la verdad es que nunca se repuso de la muerte de su chavalo consentido, el tatarata loco de Mincho, que hombre más bruto, dejar a la mujer chela aseada que lo mantenía con su tramo del mercado y los dos niños que le hizo…Has de creer, vos, hartarse unas semillas de bejuco. Yo siempre dije que Minchito iba a acabar mal, ningún hombre con esa carita de piticú llega a nada bueno, caremuñeca, le picaba el culo. El hombre tiene que ser como el oso, porque entre más feo es más hermoso, pero doña Tencha siempre lo mimó más porque era su guapito…Dicen que el Mincho se mató por una burguesa de Managua, y aunque doña Tencha le decía que no valía la pena mirá que en abril se lo llevó la Calaca. Pobre doña Tencha,tanto llorarlo todos estos largos años le dejó tullido el corazón a doña Tencha y ya ves, estaba arreglando la tumba de su Minchito cuando se dobló encima de la tumba del muchacho en su traspatio y ahí mismo quedó tilinte. Creo que eso que el padrecito no lo haya dejado enterrarlo en cementerio porque es pecado y Dios no recibe a los que se matan también le hizo daño a la pobre vieja, más con la católica que era. El viudo la enterró a la par de Mincho y ahora es ateo rechinado, bueno que Tata chú lo perdone…
Eva Gibraltar Laviens solo atinó a pagar y llevando sus productos, salió corriendo de la tienda.
Al llegar a la casa, pasó primero por el porche y tomando una de las guías de la enredadera le pidió que la perdonase. Fue a guardar su mochila y luego se puso a jardinear, regando generosamente todo el jardín y echando del fertilizante diluido. Luego se lavó las manos y sacó uno de los parlantes del estéreo y le puso música de Claudio Bolling a sus plantas. Sabía que la música clásica y el jazz agradaba a las criaturas vegetales y favorecía su crecimiento. Tras corregir unas tareas de sus alumnos y darse una ducha y cambiarse, cenó en silencio. No se apartaba de su pensamiento lo que había escuchado en la tienda. Una sombra de curiosidad asomó a su ceño. Qué habría sido de Benjamín Moraga? Era solo curiosidad, se dijo. Nada sentimental, como cualquiera apasionado de la historia que deseaba saber la verdad detrás de que el fundador de la Turquía moderna Mustafá Kemal Ataturk había sido judío o que uno de los próceres nacionales había amado con locura a un joven de origen hondureño o si en realidad el emperador José II de Habsburgo en realidad había fallecido de unas almorranas reventadas…Me guste o no se trata de un elemento de mi historia personal, se dijo. Y primero soy historiador y persona luego, aunque tenga que buscar una aguja en un pajar, pero en realidad Jinotega es un pajar harto pequeño, con el gusto que tiene esa gente por la chismorra,
Pueblo chico infierno enorme, no será difícil quien me guíe hacia el famoso viudo ateo que ahora corteja al diablo por no ir a la iglesia.
El fin de semana, la vi levantarse más temprano que de costumbre.
No alistó el Mercedes Benz, ya sabía el efecto que tenía en ciertos sitios.
Montó al Land Rover gris que había sido de su abuelo y que ella mantenía en perfecto estado. Le deseé buen viaje, porque la verdad nunca he sido rencorosa, por su bien deseé que encontrara paz,bien que la necesitaba.
Subió por la carretera norte, pasando por Tipitapa, luego el empalme San Benito, tomando la rama izquierda de ese arbol que es la carretera Panamericana, rauda por Las Maderas que tras tanto despale ya ni maderas que talar quedando, subiendo por la Cuesta del Coyol, y luego la ligera humedad de Las Playitos donde ahora se cultivan melones o sandías, atisbando apenas desde la carretera el espejo sucio de Moyuá, sin entrar a Ciudad Darío donde el poeta había nacido a bordo de una carreta y no en el sitio que le dan como casa cuna, sintiendo el punzante olor a cebollas en Sébaco y este vez tomando la opción derecha hasta seguir cuesta arriba hasta la Perla del Septentrión, y dejándola atrás para adentrarse por el inclinado y perfumado sendero asfaltado hacia Jinotega. Las nubes parecía quererle dar una estola de niebla, y rodeado el Land Rover gris a la altura del Disparate de Potter, para darle gentil paso hasta que llegó a la propia ciudad en el valle desde donde se atisbaba la Cruz, donde la indiferencia de los habitantes permitió que muriese nada menos que germán Pomares Ordóñez,el inefable Danto, en 1979.
Una vez en la ciudad seguir el rastro de Benjamín Moraga fue fácil. El Bello Envenenado, el hijo mimado de la Tencha. La viuda ni lo mentaba, más que se hablaba que se había matado por una mujer de Managua.La viuda se había casado con un tico furgonero que se la llevó a ella y los muchachitos y ahora vivían bien en Curidabat en San José….Bien? Bien como el nica que va en las tapas del lagarto pero el animal aún no lo ha masticado? Se vivía bien en Curidabat? En Escazú o Montes de Oca quizás…pero bueno, Eva Gibraltar Laviens quería dar con el hilo tenue de humedad caracola que le llevaba hacia el hombre que nunca entendió. Pronto tuvo la dirección del viudo Moraga, el padre de Benjamín Moraga, y se enrumbó hacia la salida de Jinotega y volvió a subir por pocos kilómetros.
El viejo Ramón Moraga era lo que hubiera llegado a ser Benjamín Moraga si hubiera llegado a los 70 años con elegancia. Alto y musculoso, tenía los mismos ojos pardo claro. Ojos de tolvanera, ojos color de lodo seco, los ojos del árbol de donde saldría la marimba y la música o donde un jilguero cantó, según el también jinotegano Efraín Andrés. El anciano instintivamente supo que era la mujer por la cual su hijo se había trastornado y la apreció quitándose el velo del rencor y las espuelas del odio. Habló con ella tranquilamente, le ofreció rosquillas y un café que le aseguró no llevaba semillas de flor de luna. Le dijo que por din comprendía los motivos de su hijo y que ella debía de entender por qué en su vejez se había hecho ateo. Pero le advirtió que el destino tenía forma de hacer compensaciones y le hizo prometer que jamás destruyera la planta de flor de luna que ella tenía, según le había relatado su hijo poco antes de suicidarse. Le dijo que tarde o temprano la mata produciría flores rojas, a como sucedía con la que él tenía en el traspatio de su humilde casa, y que no se asustara. Ella casi le confesó que la propia mata había ya producido flores escarlata pero un asomo de prudencia la detuvo. No le quedó más que abrazar al viejo, darle su tarjeta y pedirle que llegara a conocer su casa cuando viajara a Managua. Al regresar a Managua ella misma se sintió que se había quitado un enorme peso de encima. Era una vieja deuda de honor por no haber aprendido a amar a quien en realidad solo cometió el craso error de no manifestarle sus sentimientos reales.
“Entró algo fatigada a casa, había sido un viaje largo. Pero yo ya me estaba engalanando para la noche cuando la vi acercarse a mí y reconocerme. Hasta entonces se dio cuenta de quién era yo. Al irse de este mundo y destruir su forma humana Benjamín Moraga, el amor encendido que sentía por Eva Gibraltar Laviens me pidió asilo en mis guías y savia, y por eso de vez en cuando hay flores rojas para que nunca lo olvide.”
“Ah, la pregunta? Yo, quien soy yo? Cierto, dispénseme la mala educación. Yo soy la planta de flor de luna de Eva Gibraltar Laviens, quien alberga en un embarazo perpetuo a lo mejor que tuvo Benjamín Moraga. Y juntos somos quienes más la amamos en este mundo.”
26 de abril 2009 Día del Libro
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