El SEÑUELO DEL DESTINO (LOS FRACTALES DEL PODER)
Para el inefable Chepe Lolo del cual nos han privado los ignorantes
“A estas alturas yo sé que te estás preguntando dónde estoy, por qué la súbita desaparición, si todo en mi escritorio está ahí, el borrador de leche de Pikachu que me dio un alumno tuyo y el cenicero de Tasmania sabiendo que no fumo, y las plumillas con que yo solía en mis pocos minutos libres, hacer esbozos de vos. Dirás, como Rabindranath Tagore en uno de sus poemas, el Niño se ha ido, ya no está ni el resto de su sombra?
Siempre estuve a tu alcance y ahora me salí de control. Algo inaudito. Porque siempre me consideraste tuyo, desde antes que el tiempo inventara relojes para marcar las horas, o los días. Lo peor es que esta no es una nota que deja el suicida porque no me estoy auto eliminando, solo estoy huyendo y aunque me vaya siempre estaré con vos, te guste o no. Cómo son las cosas, que cambia el maquillaje pero no la estructura. Pase lo que pase la vida es cíclica, como la historia lo es según Toynbee que tanto te gusta leer.
Yo me percaté de tu existencia cuando te metieron un tiro en la rodilla y mi padre, entonces enfermero del hospital militar, llegó espeluznado a casa, comentando a mi madre que las obras de arte no deberían ser dañadas ni con el pétalo de la más exquisita rosa, y sin embargo vos habías llegado con la sangre a borbotones, ni siquiera parecías un ser humano sino una estatua griega o una muñeca francesa diseñada para una princesa, el mejor soldadito de hojalata con los que practicó sus estrategias en su niñez Federico II de Prusia.
Pero no eras un soldadito común, eras un capitán y no lloraste cuando te dijeron que jamás podrías sacarte la bala de ahí. De ahí en adelante todo para mí fue soñar con Helmut Von Moltke, con Napoleón Bonaparte aunque no su sobrino que desgració a Francia cuando lo cachimbearon en Sedan y lo mandaron sedita al exilio en Inglaterra, suspirar por Edwin Rommel el Zorro del desierto a quien Hitler le jugó sucio y lo obligó a suicidarse, o con Bernard Law Montgomery quien fue el feo inglés quien al fin de cuentas derrotó al Zorro en El Alamein. Cuidé de todos los detalles, mientras mi padre le echaba tierra al sueño de que yo, su unico varón, fuera médico a como él no pudo ser.
No quería ser un militar más, de los que vos a veces decís que solo cuelgan el uniforme de guardia al retirarse para irse de tristes celadores que se duermen temprano o rateros taxistas que te despojan hasta de la honra. Un militar de carrera, un Patton si posible. Un verdadero defensor de la soberanía nacional, no alguien que denigrase el uniforme siendo militar y a la vez comerciante ilegal por detrás, negociante con ventaja y alevosía que evade impuestos para competir de forma desleal con los que si pagan los tales impuestos que ni sabemos a que galillo van a parar. Y con estrellas en los ojos entré a la academia militar como cadete, listo a sufrir privaciones, y vaya si las hallé, por eso ahora detesto las pastas que tanto te agradan a vos, y listo para enfrentar humillaciones, y no las enfrenté cuando algún oficial se sacaba la resaca en mí o el hecho que su mujer lo había mandado a dormir con los perros la noche anterior. Solo me iba al inodoro, para que no me vieran llorar! Tuve mis dudas ante tanto encierro, pero yo mismo me decía que valía la pena, y valió la pena confieso, porque por fin te encontré a vos en medio de esa miasma de metales, uniformes sudados y botas lodosas que es el ejército.
Andá si querés y acusáme de deserción si tanto me molesta que me haya ido sin despedirme. Pero te la estoy devolviendo. Si mal no recordás vos hiciste lo mismo conmigo aquel agosto en aquel entonces. Y no estaba preparado para eso, me vi en el desamparo, el escarnio, no tuve a quien recurrir. Ya sé que no fue tu culpa, en esa ocasión. Y cómo te lloraba que dejaras de autodestruirte. Pero nunca me hiciste caso y me dejaste solo. Esta vez yo te dejo a tus anchas para que termines tu labor suicida por segunda vez.
Miro la cicatriz en mi mano izquierda. Curioso que ahora también la tenga, como un recordatorio. La vida nunca perdona. Ese es el error que cometemos, y la única vacuna contra la muerte es no nacer. Que pesimista me has hecho, mi dilimin como dicen los curdos, a los que hacina y persigue el gobierno turco. El primer día de trabajo, cuando me trajeron acá muerto del miedo pero también de la alegría, la vista se te fue directo a mi mano izquierda. Lo noté. Era el señuelo del destino. Por fin te tomaban en cuenta contando con tu enorme experiencia, tus atributos intelectuales, para poder reparar errores de larga existencia. Un matemático para enseñar, un profesor para ejercer la docencia. Zapatero a tu zapato. A limpiar la historia de la institución se ha dicho, y habíapasado de todo, desde el narcisista tocachicos que se miraba su rostro hasta en el agua del inodoro, hasta un pobre trompudo que fue a parar a una universidad de garaje donde debe pedir permiso para encender el aire acondicionado,una vez que lo jubilaron, y el colmo fue el enano rubio como dios griego le dijo una joven,al contratio de los que opinaba William Wallace,primero se usa la espada y luego la cabeza, y eso que la cabeza para meterla debajo del sombrero y nada más(en Nicaragua sigue siendo pecado y crimen ser letrado).En esta ocasión fue tu racionalismo, tu equidad, tu humanismo a la francesa lo que te salvó las castañas del fuego. Quién tuvo el buen tino de traerme como tu asistente? Kismet, como le dicen los islámicos al destino? Karma, dicen en la India? No sé pero bendita y maldita sea. Todo a la vez. Fue entrar en una cueva sin osos, con muchas estalactitas y estalagmitas de colores raros y tornasolados que aún no tenían nombres posibles. Era otro ritmo de trabajo. Y tener el inefable, insustituible honor de poder estar con vos, viendo como resolvías, planificabas, maquinabas, tomabas decisiones. Esa precisión de cortador de diamantes de Ámsterdam. El pulso perfecto, el tiempo bien medido. La fría puntería tan exacta, ojo en la mira, bala en el objetivo. Una máquina de perfección. Un cerebro matemático, prendado irremediablemente de la tecnología moderna y esas figuras extrañas hipnotizantes que llaman fractales. Una criatura fría quizás? Retiro lo dicho inicialmente, pues eso me dije hasta que vi tus uñas moradas. Las cutículas oscuras ,inconfundible.
Qué ganas de sacudirte y tomarte por la solapa del uniforme y preguntarte donde habías estado. Por qué te me habías ido antes. Pero era imposible. No era lo mismo que aquella casita en Costa Rica donde estuvimos después de que fuiste al exilio, después de aquella agarrada que te pegaste con el pobre Martínez que ni sabía como era su famosa bisabuela mulata. Esa primera vez que estuvimos juntos fue increíble. Vaya el tiempo que estuviste conmigo en Costa Rica, una burbuja en el tiempo, y no la pasamos tan mal, pero eran otros tiempos, otras nubes y otras cosas.
Aquí no podía ni tratarte de vos en público. Desde el primer día que me trajeron, como gallina comprada, asustado pero contento al mismo tiempo, tenía el deber de reconocerte en tu laberinto frío de planes y ecuaciones. Te reconocí. Fue el vuelco doble del corazón.
El olor a almizcle con incienso. Como podría perder el olfato? Y aquel ligero regusto a pólvora, indiscutible, inconfundible. Fue entrar a la poza azul de otro mundo lentamente, con paso seguro pero suave, sintiendo el fondo musgoso, acogedor, agua tibia en medio de un verano abrasador. A la sombra de un chilamate. Porque eras vos y tenias sombra, igual que yo, como era posible? Qué trucos nos había jugado una amnesia de las dimensiones, un atajo perdido entre los tiempos? Era ir atisbando entre una pared y otra, olfatear cuando no querías recibir a nadie y te encerrabas con el Nocturno de Borodin, la versión original no la que ponían como dulce limitado en las transmisiones de la moribunda radio clásica de acá, y ahí estabas, con la música rusa emitiéndose por los parlantes de tu computadora mientras buscabas fractales en internet. Todos tus predecesores o ponían rancheras-que las detestás a muerte- o música enlatada de James Last y Ray Coniff, por no decir las bachatas que escuchaba tu inmediato predecesor. Los fractales ambién son arte, José Antonio, me decías con una sonrisa irónica, como queriendo olvidar que Fragonard y Rubens se hubieran horrorizado de oírte decir eso. Pero prefería verte con tus fractales, la mirada tan atónita y fascinada, que rompiéndote la cabeza tratando de reeducar a los antiguos profesores quienes aún estampaban una pelotita de hule en la frente con sádica puntería cuando el cadete agotado tras una caminata de 20 kilómetros se dormía en la clase. Pero volviendo a los fractales, que bien te habías acostumbrado a los tiempos de monos fucsias que corrían, y cuánto miedo me daba también. No te iba a perder otra vez. Por nada del mundo te prometía yo. Pero son incontables las veces que los hombres faltamos a la palabra empeñada, por eso me decías que el nunca y el siempre eran como fractales quebrados por un descuido.
Me sentía al inicio con las manos atadas. Nunca podía estar a solas con vos. Nunca podía hacer más que seguirte con la vista, con las pupilas dilatadas como si hubiera ingerido belladonna, como endrogado. Y todo mundo se daba cuenta. Obedecer tus órdenes, ciegamente, con esa ceguera tonta y abyecta que impone el uniforme. Como si el alma la hubieras sorbido, de un solo trago, sin dejar ni restos. Como el gato que sube al pecho del durmiente, y sorbe su aliento que es el alma. Es una vieja leyenda, pero perdura, como cuando la reina Juana la Loca decía que un gato de algalia se le había comido la paz y por eso deliraba.
Entonces vos fuiste el gato de algalia que se comió mi paz desde la primera vez que te vi en uniforme, aún no eras general, eras un coronel. Te había visto pasar a unos 200 metros de distancia. Poco después te ascendieron y no tuviste cara feliz. Nunca nos pudimos explicar eso, en los periódicos tu cara era de funeral, y peor, porque todos los ascendidos tuvieron una enorme fiesta y ni te apareciste en ella. Parecías mas bien perro regañado. Y después el incidente con el presidente, si a esa cosa se le puede llamar así, a quien le dijiste en su cara que no iba a ser posible que el pueblo se viera traicionado otra vez, que hasta cuando sí a los gringos, sí claro que sí a los cubanos, sí a los soviéticos y sí cuántas veces más como una prostituta, que cuántas veces teníamos que morder las botas de los filibusteros y dejar que atropellaran nuestra dignidad nacional, que por qué venían los extranjeros a patearnos y nos habríamos de dejar de ellos. Les gritaste que Augusto Nicolás Calderón Sandino y Benjamín Zeledón se estarían revolviendo del asco en sus tumbas, te habías enojado tanto al espetar que ya dejaran de usar a los próceres como Tampax, y yo me dije que tenías razón entre una tarea y otra, aún un poco en shock recordando tus palabras que solo hijos de putas habían defendido al paísito desde la Paya como vos la llamaste-bastarda mulata habida tras un encuentro del español José Herrera y Sotomayor con una adolescente con,ejem,cierto pasado en Cartagena de Indias-pasando por Augusto con su mamá Margarita Calderón y sin olvidar a Carlos Fonseca a cuya madre la familia del Fausto Amador la llamó zorra por haber concebido a Carlitos tras la puerta de la cocina. Pero era cierto, eran he´roes independientemente del récord materno.
Ay, cómo te hubiera querido seguir hasta a Panamá, pero era solo un adolescente hijo de dominio, y allá te quedaste hasta que te mandó a llamar doña Violeta con aquel modo tan campechano y te viniste a quedar, te restituyeron a tu cargo y tu rango, aunque tuviera que estarse agarrando a cada rato doña Violeta con el general Ortega que siempre le hacía la guatusa y la mandaba al inodoro a llorar a escondidas. Ella quería que vos asumieras el mando, pero los pactos y repactos y recontrapactos estropearon todo, mientras ella solo decía Toño munús que me duele todo, y eras un dinosaurio rosado dentro de las estructuras castrenses, un mamut en el trópico, un panda tibetano en Nueva York suelto por las calles con la mirada curiosa de todos encima. Eras algo útil pero con mando de nombre solamente. Hasta que reconocieron tu valía, tras aguantar tantos atropellos y nombramientos rimbombantes y ficticios, te pusieron donde debías estar para acabar con la idea grotesca que para educar se debe ahorrar, que para enseñar hay que alelar, y que para formar buen personal hay que abofetearlos dos veces al día preferiblemente en público y al mediodía para hacer buena digestión.. Y ahí volví a entrar en tu vida, agotado de esperar pero tan feliz de poderte servir de nuevo. Pero no fue un lecho de rosas. Tuviste chance de mostrar tu valentía con el incidente del Río San Juan. Parecías una leona defendiendo a sus hijos, o un tigre herido arremetiendo contra un elefante de la India. Hasta te hirieron, y te dejaste limpiar la herida de bala en la pelvis sin gritar, mientras yo me moría de angustia. Te dieron una medalla que nunca te pusiste y dijiste que tus medallas eran las heridas que cargabas en tu físico. El general de ejército, quien nunca fue a la zona caliente del combate contra los abusivos ticos, no sabía qué hacer con vos. No era para menos, en un país donde incluso hay generales que nunca han tocado un arma en serio y no saben si el tiro sale por el cañón o la culata.
Nunca me podré explicar tantas cosas.
Y quizás no quiero explicaciones, aunque yo te voy a decir por qué me fui. Después de la semana violenta en la que luchamos por conservar el Río San Juan y tras haber luchado a brazo partido para ganar, algo cambió en vos. Fue como si perdiste años para transformarte en un león joven ansioso de pelear. Como haber bebido el legendario elíxir de la juventud, la fuente de El Dorado. Perdiste los pocos hilos de plata de la cabellera, y estabas para todo, y te arriesgaste tanto que te metieron un tiro en la cadera. En el combate por el río, en pleno inicio de este siglo XXI, pude ver un asomo de lo que siempre fuiste y nuestra anterior experiencia juntos vino a mi mente como un filme en un dvd. Recordé aquel 14 de septiembre, tan lejano ahora. Las imágenes salían a borbotones de mi memoria, la relativa sequedad del terreno de la hacienda, los indios flecheros que al fin de cuenta nos echaron una mano, el sargento con la piedra, y el filibustero con la tapa de los sesos partida, y el dolor en mi mano izquierda pero seguí adelante, no me hubiera perdonado que el tiro te alcanzara a vos, porque para entonces ya me percataba que eras la única persona por quien yo podía sentir algo. En esta ocasión no estuve a tiempo de evitar que te impactaran en la cadera, y me sentí mal.
Culpable. Negligente, porque igual que los samurais del Japón, uno da la vida por la del jefe. Y más cuando de veras lo ama.
En vida anterior, cuando Nicaragua era aún más homófoba de lo que es hoy en el siglo XXI, me expuse tanto al escarnio como al vilipendio siendo quien más te amó, a tal punto que los que dicen ser historiadores me niegan y ni me reconocen mi nombre de José Antonio Mendoza porque soy la tacha sobre tu uniforme de defensor de la patria, porque son tan ignorantes y tan prejuiciados que juzgan por lo que hiciste con los pantalones abajo y no por lo logrado cuando anduviste con los pantalones bien puestos.
Igual pasa con Abraham Lincoln y su barbudo Joshua Speed, a quien hasta Carl Sandburg le oreó las mantillas al sol. Te hizo tanto daño el presidente a quien no le toleraste que fuera un dictador, nunca olvidaste la respuesta agria que te dio. No fue hasta que Fernando Guzmán subió al poder que pudiste regresar sin tropiezos al terruño, y fuiste restituido a tus grados y cargos. Pero ya el daño estaba hecho y venía en una botella, y de nada servía que yo te llorase e implorase que dejaras tanta amargura y de moriste de cirrosis a consecuencia de eso un 12 de agosto, aunque los que dicen ser hijos de Herodoto le pasan un trapo blanco a tu dolencia y solo dicen que era una enfermedad hepática. En ese entonces moriste a los 77 años.
Eras un hombre melancólico, no tanto amargado como decepcionado de la vida. No era para menos. Lo mismo le pasó a otro general, Simón Bolívar, cuando dijo amargado y sin la Manuela Sáenz a su lado que llegaba a la conclusión que nuestros países eran ingobernables, lo único que había era emigrar y se lamentaba el haber dado tanto de sí mismo para ver el caos resultante. Por eso es que todo tiene tanto regusto a futilidad. Te enterraron en el embrión de lo que sería la catedral de Managua, cómico, te recibieron los mismos curas que condenan el amor en todas sus formas. Y ahí tuvieron tus pobres restos hasta que a un gobernante gordinflón y pillastre en 1999 se le ocurrió sacarte de tu nicho y devolverte a tu Nandaime natal, pararon el tráfico, gastaron un cachipil de reales para llevarte hasta allá, que es donde en primer lugar debieron haberte sepultado cuando te moriste, y te usaron de excusa para beber guaro. El sepelio del héroe. No hubiera sido mejor que ese dinero te lo hubieran dado en vida para alivianar los dolores de tu vejez o cuando estábamos en Costa Rica y querías sembrar tabaco? Los honores se dan en vida, no cuando uno ya está cubierto por cuantos palmos de tierra. Y las verdades se aceptan siempre, no se puede cambiar la historia, a como dicen las esposas, omitir también es mentir!
El hecho que me hayas amado a mí no significa que eso sea denigrante, José. Y que nos hayamos encontrado de nuevo a través de las volutas de humo del túnel del tiempo es apenas otra casualidad. En este siglo igual te he amado, aunque hayas venido envuelto en el tentador cuerpo de la única mujer general que hay en todas las fuerzas armadas de este país. Aún a pesar de tus dolores menstruales de tu regla que se niega a dar paso a la menopausia, apartando tu perfume francés y tus formas femeninas, te pude reconocer. Quizás en esta vida me perdonés que después de tu muerte en nuestras vidas anteriores, me haya casado y tenido hijos en Honduras. En esta vida hubiera dado cualquier cosa por poder contraer matrimonio con vos, pero no podría tolerar otra vez verte autodestruirte. Estás perdiendo la vista con la pantalla de tu monitor, haciendo fractales. Estás enviciada de tu propia adrenalina y me niego a verte sufrir otra vez, esta vez no con cirrosis .Has perdido tanto peso y aunque seguís siendo una mulata tentadora, los uniformes te cuelgan flojos, te estás deteriorando en tu mundo de imágenes matemáticas. No vas a tener hijos, no por la bala que se quedó en uno de tus huesos pélvicos en eterna preñez de metal y sangre, sino porque poco a poco te vas a ir confundiendo y perdiendo en tu laberinto matemático de colores violentos y ecuaciones, y no me quedaré para ver eso. Ni la drogadicción ni el alcoholismo son tan peligrosas adicciones como la tuya con tu propia adrenalina desatada por los contornos oníricos resultantes de números y cálculos. En la vida anterior, José, yo te perdí a vos cuando te moriste, y por estar con vos perdí hasta mi nombre en el silencio culposo de una historia a la que a menudo le aplican el estupro y el bozal. El amante homosexual del prócer. Qué horrible, eso no se lo darán nunca en los libros de historia a los muchachos. Adelante, hay mucho que hacer cuando salís a las aulas y te saludan, tu reforzamiento del area de matemáticas y balísticas te ganará aplausos, se acabarán los brutos uniformados en las nuevas generaciones, por fin alguien apto para el cargo, hacé de esa institución algo como Sandhurst de donde se graduó Churchill o West Point de donde sacaron a patadas al poeta gringo Edgar Allan Poe por sus borracheras y deudas de juego, o Anápolis donde un famoso mando de nuestro ejército se voló los pulsos muy a lo romano en una bañera porque no lograba sus caprichos. Adelante, ganáte el reconocimiento, que no te traten como un tarado en correa-el freak on a leash-porque en esta época naciste mujer y te ponés subyugadoras minifaldas de camuflaje.
No estoy completamente perdido, porque allá cuando la locura invada tu privilegiado encéfalo, me verás regresar a vos con un bouquet de rosas fractales, curiosamente sin aroma pero sí cargadas de las espinas de la nostalgia, y te arrepentirás por haberme dejado que me fuera merced a tu desmedida obsesión por el qué dirán, quizás producto de lo que nos pasó antes con Tomás Martínez, quien te dijo que no le haría caso a quien comía por detrás. Aprendé la lección que la vida nos dio cuando en el siglo XIX Máximo Jerez y Fernando Guzmán lo quisieron sacudir del poder con una insurrección cuando se hizo el gato bravo reeligiéndose aunque la constitución se lo prohibía. Como ves, la constitución de un país puede ser el papel higiénico más refinado, y a este Tomasito, perdido bisnietecillo de la pobre mulata colombiana que fue la Rafaela Herrera le recordamos por el bochorno de haber mandado a Máximo Jerez Tellería a dar las nalgas firmando el tratado Cañas Jerez mediante el cual perdimos el Guanacaste a Costa Rica. La torta de ayote la terminaría de embarrar el presidente gringo Grover Cleveland cuando mediante el Laudo Cleveland de marzo de 1888 le tocó hacer de referee en este pugilato y reconocer la validez del tratado Cañas Jerez.
Mujer, ahora bella Lolita, merengue de mi pastel de limón, adorada desde siglos atrás, el hecho que me muera por vos no me impide recordarte que el poder corrompe y el absoluto poder corrompe absolutamente. De nada nos sirvió ser devueltos a esta vida en el siglo XXI como una generala extraordinaria y un oficial demasiado deslenguado. Ni el reencontrarnos para seguirnos amando.
En esta ocasión vos me perdiste por preferir el poder y las ilusiones ópticas y aunque llegues a ser un general más controversial que el mismo Patton, y cuando te murás le den nombre a otro tren de colegios y edificios hasta con tu apodo, nada llenará el agujero que dejo tras de mí. El hecho que yo haya existido dos veces para vos no hará que te vilipendien. Sencillamente te amarán más quizás porque al fin y al cabo sos solo un ser humano con sus defectos y virtudes, no un fósil de páginas amarillentas de un libro olvidado. Gozá ahora, yo quería compartir tu vida, nunca el poder, ni por ende el vacío, con vos.” José Antonio Mendoza
8 de abril del 2009
Para el inefable Chepe Lolo del cual nos han privado los ignorantes
“A estas alturas yo sé que te estás preguntando dónde estoy, por qué la súbita desaparición, si todo en mi escritorio está ahí, el borrador de leche de Pikachu que me dio un alumno tuyo y el cenicero de Tasmania sabiendo que no fumo, y las plumillas con que yo solía en mis pocos minutos libres, hacer esbozos de vos. Dirás, como Rabindranath Tagore en uno de sus poemas, el Niño se ha ido, ya no está ni el resto de su sombra?
Siempre estuve a tu alcance y ahora me salí de control. Algo inaudito. Porque siempre me consideraste tuyo, desde antes que el tiempo inventara relojes para marcar las horas, o los días. Lo peor es que esta no es una nota que deja el suicida porque no me estoy auto eliminando, solo estoy huyendo y aunque me vaya siempre estaré con vos, te guste o no. Cómo son las cosas, que cambia el maquillaje pero no la estructura. Pase lo que pase la vida es cíclica, como la historia lo es según Toynbee que tanto te gusta leer.
Yo me percaté de tu existencia cuando te metieron un tiro en la rodilla y mi padre, entonces enfermero del hospital militar, llegó espeluznado a casa, comentando a mi madre que las obras de arte no deberían ser dañadas ni con el pétalo de la más exquisita rosa, y sin embargo vos habías llegado con la sangre a borbotones, ni siquiera parecías un ser humano sino una estatua griega o una muñeca francesa diseñada para una princesa, el mejor soldadito de hojalata con los que practicó sus estrategias en su niñez Federico II de Prusia.
Pero no eras un soldadito común, eras un capitán y no lloraste cuando te dijeron que jamás podrías sacarte la bala de ahí. De ahí en adelante todo para mí fue soñar con Helmut Von Moltke, con Napoleón Bonaparte aunque no su sobrino que desgració a Francia cuando lo cachimbearon en Sedan y lo mandaron sedita al exilio en Inglaterra, suspirar por Edwin Rommel el Zorro del desierto a quien Hitler le jugó sucio y lo obligó a suicidarse, o con Bernard Law Montgomery quien fue el feo inglés quien al fin de cuentas derrotó al Zorro en El Alamein. Cuidé de todos los detalles, mientras mi padre le echaba tierra al sueño de que yo, su unico varón, fuera médico a como él no pudo ser.
No quería ser un militar más, de los que vos a veces decís que solo cuelgan el uniforme de guardia al retirarse para irse de tristes celadores que se duermen temprano o rateros taxistas que te despojan hasta de la honra. Un militar de carrera, un Patton si posible. Un verdadero defensor de la soberanía nacional, no alguien que denigrase el uniforme siendo militar y a la vez comerciante ilegal por detrás, negociante con ventaja y alevosía que evade impuestos para competir de forma desleal con los que si pagan los tales impuestos que ni sabemos a que galillo van a parar. Y con estrellas en los ojos entré a la academia militar como cadete, listo a sufrir privaciones, y vaya si las hallé, por eso ahora detesto las pastas que tanto te agradan a vos, y listo para enfrentar humillaciones, y no las enfrenté cuando algún oficial se sacaba la resaca en mí o el hecho que su mujer lo había mandado a dormir con los perros la noche anterior. Solo me iba al inodoro, para que no me vieran llorar! Tuve mis dudas ante tanto encierro, pero yo mismo me decía que valía la pena, y valió la pena confieso, porque por fin te encontré a vos en medio de esa miasma de metales, uniformes sudados y botas lodosas que es el ejército.
Andá si querés y acusáme de deserción si tanto me molesta que me haya ido sin despedirme. Pero te la estoy devolviendo. Si mal no recordás vos hiciste lo mismo conmigo aquel agosto en aquel entonces. Y no estaba preparado para eso, me vi en el desamparo, el escarnio, no tuve a quien recurrir. Ya sé que no fue tu culpa, en esa ocasión. Y cómo te lloraba que dejaras de autodestruirte. Pero nunca me hiciste caso y me dejaste solo. Esta vez yo te dejo a tus anchas para que termines tu labor suicida por segunda vez.
Miro la cicatriz en mi mano izquierda. Curioso que ahora también la tenga, como un recordatorio. La vida nunca perdona. Ese es el error que cometemos, y la única vacuna contra la muerte es no nacer. Que pesimista me has hecho, mi dilimin como dicen los curdos, a los que hacina y persigue el gobierno turco. El primer día de trabajo, cuando me trajeron acá muerto del miedo pero también de la alegría, la vista se te fue directo a mi mano izquierda. Lo noté. Era el señuelo del destino. Por fin te tomaban en cuenta contando con tu enorme experiencia, tus atributos intelectuales, para poder reparar errores de larga existencia. Un matemático para enseñar, un profesor para ejercer la docencia. Zapatero a tu zapato. A limpiar la historia de la institución se ha dicho, y habíapasado de todo, desde el narcisista tocachicos que se miraba su rostro hasta en el agua del inodoro, hasta un pobre trompudo que fue a parar a una universidad de garaje donde debe pedir permiso para encender el aire acondicionado,una vez que lo jubilaron, y el colmo fue el enano rubio como dios griego le dijo una joven,al contratio de los que opinaba William Wallace,primero se usa la espada y luego la cabeza, y eso que la cabeza para meterla debajo del sombrero y nada más(en Nicaragua sigue siendo pecado y crimen ser letrado).En esta ocasión fue tu racionalismo, tu equidad, tu humanismo a la francesa lo que te salvó las castañas del fuego. Quién tuvo el buen tino de traerme como tu asistente? Kismet, como le dicen los islámicos al destino? Karma, dicen en la India? No sé pero bendita y maldita sea. Todo a la vez. Fue entrar en una cueva sin osos, con muchas estalactitas y estalagmitas de colores raros y tornasolados que aún no tenían nombres posibles. Era otro ritmo de trabajo. Y tener el inefable, insustituible honor de poder estar con vos, viendo como resolvías, planificabas, maquinabas, tomabas decisiones. Esa precisión de cortador de diamantes de Ámsterdam. El pulso perfecto, el tiempo bien medido. La fría puntería tan exacta, ojo en la mira, bala en el objetivo. Una máquina de perfección. Un cerebro matemático, prendado irremediablemente de la tecnología moderna y esas figuras extrañas hipnotizantes que llaman fractales. Una criatura fría quizás? Retiro lo dicho inicialmente, pues eso me dije hasta que vi tus uñas moradas. Las cutículas oscuras ,inconfundible.
Qué ganas de sacudirte y tomarte por la solapa del uniforme y preguntarte donde habías estado. Por qué te me habías ido antes. Pero era imposible. No era lo mismo que aquella casita en Costa Rica donde estuvimos después de que fuiste al exilio, después de aquella agarrada que te pegaste con el pobre Martínez que ni sabía como era su famosa bisabuela mulata. Esa primera vez que estuvimos juntos fue increíble. Vaya el tiempo que estuviste conmigo en Costa Rica, una burbuja en el tiempo, y no la pasamos tan mal, pero eran otros tiempos, otras nubes y otras cosas.
Aquí no podía ni tratarte de vos en público. Desde el primer día que me trajeron, como gallina comprada, asustado pero contento al mismo tiempo, tenía el deber de reconocerte en tu laberinto frío de planes y ecuaciones. Te reconocí. Fue el vuelco doble del corazón.
El olor a almizcle con incienso. Como podría perder el olfato? Y aquel ligero regusto a pólvora, indiscutible, inconfundible. Fue entrar a la poza azul de otro mundo lentamente, con paso seguro pero suave, sintiendo el fondo musgoso, acogedor, agua tibia en medio de un verano abrasador. A la sombra de un chilamate. Porque eras vos y tenias sombra, igual que yo, como era posible? Qué trucos nos había jugado una amnesia de las dimensiones, un atajo perdido entre los tiempos? Era ir atisbando entre una pared y otra, olfatear cuando no querías recibir a nadie y te encerrabas con el Nocturno de Borodin, la versión original no la que ponían como dulce limitado en las transmisiones de la moribunda radio clásica de acá, y ahí estabas, con la música rusa emitiéndose por los parlantes de tu computadora mientras buscabas fractales en internet. Todos tus predecesores o ponían rancheras-que las detestás a muerte- o música enlatada de James Last y Ray Coniff, por no decir las bachatas que escuchaba tu inmediato predecesor. Los fractales ambién son arte, José Antonio, me decías con una sonrisa irónica, como queriendo olvidar que Fragonard y Rubens se hubieran horrorizado de oírte decir eso. Pero prefería verte con tus fractales, la mirada tan atónita y fascinada, que rompiéndote la cabeza tratando de reeducar a los antiguos profesores quienes aún estampaban una pelotita de hule en la frente con sádica puntería cuando el cadete agotado tras una caminata de 20 kilómetros se dormía en la clase. Pero volviendo a los fractales, que bien te habías acostumbrado a los tiempos de monos fucsias que corrían, y cuánto miedo me daba también. No te iba a perder otra vez. Por nada del mundo te prometía yo. Pero son incontables las veces que los hombres faltamos a la palabra empeñada, por eso me decías que el nunca y el siempre eran como fractales quebrados por un descuido.
Me sentía al inicio con las manos atadas. Nunca podía estar a solas con vos. Nunca podía hacer más que seguirte con la vista, con las pupilas dilatadas como si hubiera ingerido belladonna, como endrogado. Y todo mundo se daba cuenta. Obedecer tus órdenes, ciegamente, con esa ceguera tonta y abyecta que impone el uniforme. Como si el alma la hubieras sorbido, de un solo trago, sin dejar ni restos. Como el gato que sube al pecho del durmiente, y sorbe su aliento que es el alma. Es una vieja leyenda, pero perdura, como cuando la reina Juana la Loca decía que un gato de algalia se le había comido la paz y por eso deliraba.
Entonces vos fuiste el gato de algalia que se comió mi paz desde la primera vez que te vi en uniforme, aún no eras general, eras un coronel. Te había visto pasar a unos 200 metros de distancia. Poco después te ascendieron y no tuviste cara feliz. Nunca nos pudimos explicar eso, en los periódicos tu cara era de funeral, y peor, porque todos los ascendidos tuvieron una enorme fiesta y ni te apareciste en ella. Parecías mas bien perro regañado. Y después el incidente con el presidente, si a esa cosa se le puede llamar así, a quien le dijiste en su cara que no iba a ser posible que el pueblo se viera traicionado otra vez, que hasta cuando sí a los gringos, sí claro que sí a los cubanos, sí a los soviéticos y sí cuántas veces más como una prostituta, que cuántas veces teníamos que morder las botas de los filibusteros y dejar que atropellaran nuestra dignidad nacional, que por qué venían los extranjeros a patearnos y nos habríamos de dejar de ellos. Les gritaste que Augusto Nicolás Calderón Sandino y Benjamín Zeledón se estarían revolviendo del asco en sus tumbas, te habías enojado tanto al espetar que ya dejaran de usar a los próceres como Tampax, y yo me dije que tenías razón entre una tarea y otra, aún un poco en shock recordando tus palabras que solo hijos de putas habían defendido al paísito desde la Paya como vos la llamaste-bastarda mulata habida tras un encuentro del español José Herrera y Sotomayor con una adolescente con,ejem,cierto pasado en Cartagena de Indias-pasando por Augusto con su mamá Margarita Calderón y sin olvidar a Carlos Fonseca a cuya madre la familia del Fausto Amador la llamó zorra por haber concebido a Carlitos tras la puerta de la cocina. Pero era cierto, eran he´roes independientemente del récord materno.
Ay, cómo te hubiera querido seguir hasta a Panamá, pero era solo un adolescente hijo de dominio, y allá te quedaste hasta que te mandó a llamar doña Violeta con aquel modo tan campechano y te viniste a quedar, te restituyeron a tu cargo y tu rango, aunque tuviera que estarse agarrando a cada rato doña Violeta con el general Ortega que siempre le hacía la guatusa y la mandaba al inodoro a llorar a escondidas. Ella quería que vos asumieras el mando, pero los pactos y repactos y recontrapactos estropearon todo, mientras ella solo decía Toño munús que me duele todo, y eras un dinosaurio rosado dentro de las estructuras castrenses, un mamut en el trópico, un panda tibetano en Nueva York suelto por las calles con la mirada curiosa de todos encima. Eras algo útil pero con mando de nombre solamente. Hasta que reconocieron tu valía, tras aguantar tantos atropellos y nombramientos rimbombantes y ficticios, te pusieron donde debías estar para acabar con la idea grotesca que para educar se debe ahorrar, que para enseñar hay que alelar, y que para formar buen personal hay que abofetearlos dos veces al día preferiblemente en público y al mediodía para hacer buena digestión.. Y ahí volví a entrar en tu vida, agotado de esperar pero tan feliz de poderte servir de nuevo. Pero no fue un lecho de rosas. Tuviste chance de mostrar tu valentía con el incidente del Río San Juan. Parecías una leona defendiendo a sus hijos, o un tigre herido arremetiendo contra un elefante de la India. Hasta te hirieron, y te dejaste limpiar la herida de bala en la pelvis sin gritar, mientras yo me moría de angustia. Te dieron una medalla que nunca te pusiste y dijiste que tus medallas eran las heridas que cargabas en tu físico. El general de ejército, quien nunca fue a la zona caliente del combate contra los abusivos ticos, no sabía qué hacer con vos. No era para menos, en un país donde incluso hay generales que nunca han tocado un arma en serio y no saben si el tiro sale por el cañón o la culata.
Nunca me podré explicar tantas cosas.
Y quizás no quiero explicaciones, aunque yo te voy a decir por qué me fui. Después de la semana violenta en la que luchamos por conservar el Río San Juan y tras haber luchado a brazo partido para ganar, algo cambió en vos. Fue como si perdiste años para transformarte en un león joven ansioso de pelear. Como haber bebido el legendario elíxir de la juventud, la fuente de El Dorado. Perdiste los pocos hilos de plata de la cabellera, y estabas para todo, y te arriesgaste tanto que te metieron un tiro en la cadera. En el combate por el río, en pleno inicio de este siglo XXI, pude ver un asomo de lo que siempre fuiste y nuestra anterior experiencia juntos vino a mi mente como un filme en un dvd. Recordé aquel 14 de septiembre, tan lejano ahora. Las imágenes salían a borbotones de mi memoria, la relativa sequedad del terreno de la hacienda, los indios flecheros que al fin de cuenta nos echaron una mano, el sargento con la piedra, y el filibustero con la tapa de los sesos partida, y el dolor en mi mano izquierda pero seguí adelante, no me hubiera perdonado que el tiro te alcanzara a vos, porque para entonces ya me percataba que eras la única persona por quien yo podía sentir algo. En esta ocasión no estuve a tiempo de evitar que te impactaran en la cadera, y me sentí mal.
Culpable. Negligente, porque igual que los samurais del Japón, uno da la vida por la del jefe. Y más cuando de veras lo ama.
En vida anterior, cuando Nicaragua era aún más homófoba de lo que es hoy en el siglo XXI, me expuse tanto al escarnio como al vilipendio siendo quien más te amó, a tal punto que los que dicen ser historiadores me niegan y ni me reconocen mi nombre de José Antonio Mendoza porque soy la tacha sobre tu uniforme de defensor de la patria, porque son tan ignorantes y tan prejuiciados que juzgan por lo que hiciste con los pantalones abajo y no por lo logrado cuando anduviste con los pantalones bien puestos.
Igual pasa con Abraham Lincoln y su barbudo Joshua Speed, a quien hasta Carl Sandburg le oreó las mantillas al sol. Te hizo tanto daño el presidente a quien no le toleraste que fuera un dictador, nunca olvidaste la respuesta agria que te dio. No fue hasta que Fernando Guzmán subió al poder que pudiste regresar sin tropiezos al terruño, y fuiste restituido a tus grados y cargos. Pero ya el daño estaba hecho y venía en una botella, y de nada servía que yo te llorase e implorase que dejaras tanta amargura y de moriste de cirrosis a consecuencia de eso un 12 de agosto, aunque los que dicen ser hijos de Herodoto le pasan un trapo blanco a tu dolencia y solo dicen que era una enfermedad hepática. En ese entonces moriste a los 77 años.
Eras un hombre melancólico, no tanto amargado como decepcionado de la vida. No era para menos. Lo mismo le pasó a otro general, Simón Bolívar, cuando dijo amargado y sin la Manuela Sáenz a su lado que llegaba a la conclusión que nuestros países eran ingobernables, lo único que había era emigrar y se lamentaba el haber dado tanto de sí mismo para ver el caos resultante. Por eso es que todo tiene tanto regusto a futilidad. Te enterraron en el embrión de lo que sería la catedral de Managua, cómico, te recibieron los mismos curas que condenan el amor en todas sus formas. Y ahí tuvieron tus pobres restos hasta que a un gobernante gordinflón y pillastre en 1999 se le ocurrió sacarte de tu nicho y devolverte a tu Nandaime natal, pararon el tráfico, gastaron un cachipil de reales para llevarte hasta allá, que es donde en primer lugar debieron haberte sepultado cuando te moriste, y te usaron de excusa para beber guaro. El sepelio del héroe. No hubiera sido mejor que ese dinero te lo hubieran dado en vida para alivianar los dolores de tu vejez o cuando estábamos en Costa Rica y querías sembrar tabaco? Los honores se dan en vida, no cuando uno ya está cubierto por cuantos palmos de tierra. Y las verdades se aceptan siempre, no se puede cambiar la historia, a como dicen las esposas, omitir también es mentir!
El hecho que me hayas amado a mí no significa que eso sea denigrante, José. Y que nos hayamos encontrado de nuevo a través de las volutas de humo del túnel del tiempo es apenas otra casualidad. En este siglo igual te he amado, aunque hayas venido envuelto en el tentador cuerpo de la única mujer general que hay en todas las fuerzas armadas de este país. Aún a pesar de tus dolores menstruales de tu regla que se niega a dar paso a la menopausia, apartando tu perfume francés y tus formas femeninas, te pude reconocer. Quizás en esta vida me perdonés que después de tu muerte en nuestras vidas anteriores, me haya casado y tenido hijos en Honduras. En esta vida hubiera dado cualquier cosa por poder contraer matrimonio con vos, pero no podría tolerar otra vez verte autodestruirte. Estás perdiendo la vista con la pantalla de tu monitor, haciendo fractales. Estás enviciada de tu propia adrenalina y me niego a verte sufrir otra vez, esta vez no con cirrosis .Has perdido tanto peso y aunque seguís siendo una mulata tentadora, los uniformes te cuelgan flojos, te estás deteriorando en tu mundo de imágenes matemáticas. No vas a tener hijos, no por la bala que se quedó en uno de tus huesos pélvicos en eterna preñez de metal y sangre, sino porque poco a poco te vas a ir confundiendo y perdiendo en tu laberinto matemático de colores violentos y ecuaciones, y no me quedaré para ver eso. Ni la drogadicción ni el alcoholismo son tan peligrosas adicciones como la tuya con tu propia adrenalina desatada por los contornos oníricos resultantes de números y cálculos. En la vida anterior, José, yo te perdí a vos cuando te moriste, y por estar con vos perdí hasta mi nombre en el silencio culposo de una historia a la que a menudo le aplican el estupro y el bozal. El amante homosexual del prócer. Qué horrible, eso no se lo darán nunca en los libros de historia a los muchachos. Adelante, hay mucho que hacer cuando salís a las aulas y te saludan, tu reforzamiento del area de matemáticas y balísticas te ganará aplausos, se acabarán los brutos uniformados en las nuevas generaciones, por fin alguien apto para el cargo, hacé de esa institución algo como Sandhurst de donde se graduó Churchill o West Point de donde sacaron a patadas al poeta gringo Edgar Allan Poe por sus borracheras y deudas de juego, o Anápolis donde un famoso mando de nuestro ejército se voló los pulsos muy a lo romano en una bañera porque no lograba sus caprichos. Adelante, ganáte el reconocimiento, que no te traten como un tarado en correa-el freak on a leash-porque en esta época naciste mujer y te ponés subyugadoras minifaldas de camuflaje.
No estoy completamente perdido, porque allá cuando la locura invada tu privilegiado encéfalo, me verás regresar a vos con un bouquet de rosas fractales, curiosamente sin aroma pero sí cargadas de las espinas de la nostalgia, y te arrepentirás por haberme dejado que me fuera merced a tu desmedida obsesión por el qué dirán, quizás producto de lo que nos pasó antes con Tomás Martínez, quien te dijo que no le haría caso a quien comía por detrás. Aprendé la lección que la vida nos dio cuando en el siglo XIX Máximo Jerez y Fernando Guzmán lo quisieron sacudir del poder con una insurrección cuando se hizo el gato bravo reeligiéndose aunque la constitución se lo prohibía. Como ves, la constitución de un país puede ser el papel higiénico más refinado, y a este Tomasito, perdido bisnietecillo de la pobre mulata colombiana que fue la Rafaela Herrera le recordamos por el bochorno de haber mandado a Máximo Jerez Tellería a dar las nalgas firmando el tratado Cañas Jerez mediante el cual perdimos el Guanacaste a Costa Rica. La torta de ayote la terminaría de embarrar el presidente gringo Grover Cleveland cuando mediante el Laudo Cleveland de marzo de 1888 le tocó hacer de referee en este pugilato y reconocer la validez del tratado Cañas Jerez.
Mujer, ahora bella Lolita, merengue de mi pastel de limón, adorada desde siglos atrás, el hecho que me muera por vos no me impide recordarte que el poder corrompe y el absoluto poder corrompe absolutamente. De nada nos sirvió ser devueltos a esta vida en el siglo XXI como una generala extraordinaria y un oficial demasiado deslenguado. Ni el reencontrarnos para seguirnos amando.
En esta ocasión vos me perdiste por preferir el poder y las ilusiones ópticas y aunque llegues a ser un general más controversial que el mismo Patton, y cuando te murás le den nombre a otro tren de colegios y edificios hasta con tu apodo, nada llenará el agujero que dejo tras de mí. El hecho que yo haya existido dos veces para vos no hará que te vilipendien. Sencillamente te amarán más quizás porque al fin y al cabo sos solo un ser humano con sus defectos y virtudes, no un fósil de páginas amarillentas de un libro olvidado. Gozá ahora, yo quería compartir tu vida, nunca el poder, ni por ende el vacío, con vos.” José Antonio Mendoza
8 de abril del 2009